Era Emanuel. El mismo Emanuel que ella había perdonado, el mismo Emanuel de quien se había vuelto a enamorar, con quien había estado durmiendo los últimos meses, quien creía que era su gran y único amor.
Los ojos de Jimena se llenaron de lágrimas, no quería derramar ninguna, pero no podía evitar que se le acumularan. Pensó en ir al baño pero descartó la idea, no quería tener que encontrarse con él.
Apoyó los codos sobre la mesa y escondió su rostro con las manos. Odiaba la idea de que cuando saliera la reconociera, no podría lidiar con esa situación, no en ese momento. Aunque ella era la víctima, le daba vergüenza.
—¿Estás bien? —le preguntó Francisco.
—Si, es solo que me entró algo al ojo —respondió. Cliché, pero fue lo primero que se le ocurrió para salir de paso.
En es preciso momento, no le importaba nada, ni siquiera el proyecto en el que había estado soñando durante tanto tiempo. Solo quería salir de ese lugar.
Jimena no podía dejar de hacer que la pierna le temblara. Francisco se dio cuenta de lo nerviosa que estaba.
—Tranquila, no está tan mal todo esto —dijo tratando de animarla.
—¿No está tan mal? —preguntó.
Era lo último que le faltaba para que su día termine siendo el peor de todos los días de la historia.
—No es lo que quise decir —respondió el, peinando su grisácea cabellera— tu proyecto está interesante, pero hay algunos puntos que no están muy bien desarrollados, por ejemplo ...
Francisco le indicó a Jimena al menos unos cinco puntos que debía mejorar. Pero ella no pudo prestarle el mínimo de atención. Solo quería salir de ese lugar.
—... me interesa el estilo que estas proponiendo, hacé las correcciones y me buscás para trabajemos en ello, pero tenés que ir buscando un remplazo para el Tomatillo, no podes salirte así no más.
—Gracias —dijo Jimena, esbozando una débil y fingida sonrisa. ¿Que más podía hacer? no era muy buena ocultando sus sentimientos, y ya estaba haciendo un gran esfuerzo para que no se le note lo rota que estaba.
Al momento de despedirse de Francisco pudo ver que Emanuel la miró, y la identificó, porque volcó rápidamente la cabeza, como cuándo alguien no quiere ser descubierto.
Tarde, había sido pescado infraganti.
Jimena tomó un taxi hacia su departamento. En el trayecto no dejaba de repasar las imágenes en su cabeza, no dejaba de maldecir. Llegó a su edificio y cuando las puertas del ascensor se cerraron para subir al quinto piso no pudo seguir conteniendo las lágrimas.
Para cuando se abrieron las puertas del ascensor toda la tristeza se había convertido en rabia, odio y desprecio por Emanuel, y comenzó a tirar todas las cosas de ese infeliz malnacido por la venta del departamento.
Le envió una fotografía con sus cosas por el suelo, luego lo bloqueó por todas las redes sociales, trabó la puerta por dentro, descorchó una botella de vino, encendió el reproductor de sonido y comenzó a reproducir la lista de canciones de despecho.
Sí. Por patético que les suene, Jimena tenía una lista de reproducción de canciones de despecho y desamor. ¿Qué esperaban? es, como dice Catalina, una experta en el tema.
A la media hora, Emanuel tuvo la osadía de ir a verla para preguntarle qué hacían sus cosas tiradas en la calle, esto y el alcohol la enfurecieron aún más.
—¿Con qué descaro Emanuel, venís a preguntarme porque hago esto? —dijo ella intentando sonar fuerte, desde el otro lado de la puerta.
—No entiendo por qué reaccionas así, si tan solo me explicaras qué es lo que te pasa —dijo él haciéndose el pobrecito.
—No te hagas, se que me viste, se que sabes que te ví comiéndote a esa rubia —dijo Jimena entre dientes y con rabia.
No odiaba a esa muchacha, es más ni siquiera sabía quién era y lo más probable es que no supiera que Emanuel tenía novia. Algo que había aprendido en tantos desamores, es que los hombres infieles, un 80% lo son porque quieren, porque mienten, porque ocultan la verdad, porque a su criterio es una manera de sentirse más hombres, porque son estúpidos, en fin, lo más probable es que esa rubia no tenga la culpa.
—¿Cuál rubia? ¿de qué me estás hablando? —dijo intentando sonar asombrado.
—Emanuel, se acabó. Tené algo de decencia y ándate antes de que llame a seguridad.
—¿Y dónde pensás que voy a dormir? —acotó el tratando de causarle pena.
—¿Y por qué crees que me interesa que vas a hacer de tu vida ahora en adelante? —respondió ella.
El golpeó la puerta con todas sus fuerzas, creía que podría ablandarle el corazón, pero no contaba con que Jimena tuviese suficiente experiencia en esa rama.
Llorando sola y embriagada, en el suelo y con la botella de vino bebiendo desde el pico, no hacía más que maldecir su inocencia, esa misma inocencia que siempre terminaba partiéndole el corazón, esa misma inocencia que Catalina le dijo que la convertiría en una estúpida, y sí tenía razón, así se sentía, ni más ni menos, corrección se sentía más, se sentía como una tremenda estúpida.
Entra una llamada al teléfono de Jimena.
—¿Hola? ¿Mamá? —dijo intentando sonar lo más normal posible— si, siii, todo muy bien mamá... aquí tomando un poco de vino... tranquila mamá ya soy adulta ¿te acordás?... no estoy de humor para tus reproches, hablamos otro rato. Chau —dijo colgando el teléfono.
Le mandó un mensaje a su amiga para que la cubriera en el trabajo, le dijo que no se sentía bien. No dio mayor explicación no quería tener que contarle todo en ese momento. No quería escuchar ese <<Te lo dije>> que se avecinaba.
A los pocos segundos Emanuel la llama por el celular, Jimena molesta lanzó el teléfono, lejos. Este cayó a la pecera de Goloso.
—Perdón Golosito. Demonios, ahora necesito otro teléfono —dijo encogiendo los hombros.
Jimena se propuso darle fin a esa botella para así ahogar sus penas, pero una sola botella no fue suficiente, descorchó una segunda, y no supo en qué momento, entre lágrimas, recuerdos y vino se quedó dormida.
ESTÁS LEYENDO
Cansada de besar sapos
Não FicçãoCuando Jimena, una chica enamoradiza, se encuentra nuevamente frente al desamor, le llega un extraño mensaje, indicándole que el gran amor de su vida ya lo ha besado. ¿Qué puede hacer ahora para saber cuál de todos es?