Mis pies están congelados, los visto con medias gruesas y los arropo /y me arropa) con la cobija (hasta cubrir mi cabeza). Y empiezo a divagar dentro mi propio insomnio (lleno de angustia vestida de ansiedad maldita) y es como correr un maratón a ciegas, donde me caigo más rápido de lo que me levanto. Entiendo porque es que mis pies se encuentran fríos y es que corro a través del piso convertido en hielo producto del desasosiego que deja tu silencio, que llega hasta mis huesos. Me encorvo, esta vez, de frío y tiemblo tratando de entrar en calor justo cuando me doy cuenta que sigo corriendo a ciegas (aunque ya no caigo, tan solo me agito), hasta que llega la luz que me saco de la ensoñación, con un grito ahogado que roba un suspiro. La luz provine de tu lado de la cama, propiamente de mi teléfono y es un mensaje tuyo, tan apropiado y decente, que me recuerda que no estaba dormida solo deambulaba por mi mente; contesto mientras me empiezo a enderezar y froto mis pies para hacerlos entrar en calor provocando que mi mente viaje a aquella vez (hace veintidós mil años atrás) cuando nos frotamos los pies debajo de la mesa de la cocina al compartir el desayuno, como par de niños que la noche anterior no habíamos sido. Y así, a través de palabras que si valen los buenos días (sobre todo de madrugada) voy entrenado en calor y aunque mi mente desea seguir divagando la aferro a mí, diciéndole que necesitas calma para poder fluir y si eso es lo púnico que en ese momento necesitas de mí, eso te daré. Porque si me dices ven yo lo dejo todo y llego a ti a través del hielo, vistiendo medias gruesas que me hagan conciliar el sueño aunque contigo siempre lo pierdo.
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En la memoria de mis sentimientos
NouvellesEntonces sucedió lo que nunca me di el permiso de imaginar y se sintió como saltar a un abismo sin paracaídas y vistiendo mi mejor sonrisa