Capítulo 23

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El cabello de Morgan brillaba de una manera diferente, lucía un poco más largo que antes y tenía unas ondas muy agraciadas que le caían por la espalda con elegancia. Su rostro tenía un color sonrosado en las mejillas y sus labios llevaban un color rojo seda, que la hacían parecer mayor, pero mucho más hermosa. Todo gracias a Violet, una mujer encantadora que tenía un increíble salón de belleza en Sydney, y que le había enseñado como debía arreglarse para resaltar su belleza. Pasó una semana entera con ella, aprendiendo mientras la arreglaba para sus diferentes eventos a los que estaba asistíendo con Abel. Una vez fueron a la Ópera de Sydney, donde mostró un hermoso vestido blanco, con un hombro al descubierto y el otro con una elegante enredadera de encaje que le cubría desde el cuello hasta la muñeca derecha. Tenía una abertura en la pierna izquierda y otra en medio de su vientre. Todo el vestido le abrazaba las pequeñas curvas, haciéndola ver hermosa. Abel no pudo despegar su mirada de ella en toda la noche.
Habían paseado por las playas, mientras se tomaban de la mano y jugaban con el agua que llegaba hasta a sus pies. Al principio, Morgan se negó a meterse, porque no sabía nadar. Pero Abel le enseñó, y con su paciencia logró que ella lo consiguiera en menos de dos días. Lo difícil para él, irónicamente, fue sacarla del mar.
Cuando Abel intentó llevarla al Taronga zoo, ella se negó. Argumentando que siempre estuvo en contra de ese tipo de lugares, así que él no insistió.

Dos semanas despúes, Morgan estaba sujetando con fuerza el asiento del piloto, mientras Abel entraba en ella lentamente, levantando su vestido rojo y haciendo a un lado su ropa interior. Sólo había sido necesario una mirada de él para encender aquella flama de placer que se ocultaba dentro de Morgan. Primero le había acariciado la pierna, después le dio un suave beso en el cuello antes de volver su vista a la carretera y por último, la miró de reojo mientras se mordía el labio inferior. Morgan no pudo soportarlo y le pidió que se detuviera en algún sitio, porque de lo contrario, explotaría. Abel no pudo sentirse más agradecido con ella.

-El Lago Bow puede esperar.- susurró ella antes de ponerse sobre él y comenzar a besarlo.

Cuando explotaron con un gemido silencioso, se abrazaron para poder recuperar un poco el aliento que se les había escapado. Después, volvieron a seguir su camino. Para cuando llegaron, ya estaban como si nada. Abel abrazó a Morgan por la espalda, ofreciéndole una taza de té que ella aceptó encantada. Observaron por horas la hermosa vista que aquel sitio les ofrecía. Morgan estaba en su propia burbuja rosa y eso la ilusionaba demasiado, jamás creyó que algo así pudiera pasarle. Tener a Abel Phoenix a su lado era algo muy extraño, pero no por eso dejaba de ser hermoso. Ambos se estaban conociendo mucho más, para ella, el hecho de que Abel leyera sólo en Hebreo era muy sorprendente.

"-Me costó demasiado aprenderlo, así que no pienso dejar de prácticarlo jamás. Por eso, absolutamente todo lo que leo debe ser en Hebreo."

Le había contado casi en sueños.

O cuando se dio cuenta que no consumía pan, de hecho, era un enemigo de su consumo. Incluso cuando la veía con algún pedazo de pastel ó un panquecito, no podía evitar fruncír el ceño. Había descubierto también que Abel sentía una gran debilidad por las ardillas, literalmente sonreía como un niño al verlas correr entre los árboles. Descubrió que Abel solía lavarse dos veces el cuerpo en un mismo baño, era algo instintivo.
En cambio Morgan, sus duchas duraban unos minutos y salía huyendo cuando Abel intentaba lavarle el cabello una vez más. Para él, Morgan era una chica maravillosa, le encantaba que aprendiera muy rápido, literalmente sólo necesitaba un par de clases para aprender algo casi a la perfección, por eso mismo, Abel comenzó a enseñarle Ruso, en honor a Theresa.
A pesar de ser muy tímida con las personas que no conocía, solía caminar con una seguridad casi intimidante y eso lo tenía fascinado.
Se dio cuenta que Morgan se levantaba al baño, al menos unas seis veces en la noche. Fastidioso, pero soportable.
Y algo que tenían en común, era que disfrutaban la sencillez con la misma fuerza con la que disfrutaban lo extravagante.
Su viaje de tres semanas por Canadá finalizó cuando visitaron La Isla De Sunwapta Falls. Donde compraron unas cuantas cosas y pudieron pasar un momento agradable. Siempre juntos.

El cabello de Morgan seguía en el mismo sitio mientras la joven estaba inclinada sobre sus rodillas, agradeciendo cada momento de todo su viaje. Uno que llegó al final, justo ahí. En una pequeña capilla en Malta. Llevaba un bonito vestido largo que tenía un poco de vuelo al caminar, lo acompañó con una mascada blanca, que hacía juego con el color gris de su vestido. Abel estaba sentado en una banca, a unos metros de ella, mientras jugueteaba con la cajita del anillo. Su traje impecable llamaba la atención un la única persona que estaba en el sitio. Llamó a uno de sus guardias, le ordenó que sacaran al hombre y que no permitieran el paso a nadie más. Suspiró una sola vez y se acercó a Morgan mientras ella se levantaba lentamente.

-Ven.- la tomó de la mano y la llevó hasta la imagen que estaba en el medio.- Sabemos que no podemos contraer matrimonio, no hasta que esa bola de serpientes decidan que podamos hacerlo. Pero después de pensarlo bien, me di cuenta que el matrimonio no se trata sólo de una misa religiosa, una fiesta o un papel donde diga que lo somos. Todo está aquí.- Señaló su cabeza.

Morgan comenzó a ponerse nerviosa y observó como Abel sacaba un hermoso anillo pequeño, que sólo tenía una esmeralda brillante.

-Quiero hacerte una promesa. Una muy sencilla, y es que quiero prometerte que voy a dar todo de mí para hacerte felíz hasta el último momento que decidas la duración de esto. Puede ser mañana, puede ser en un año, puede ser nunca. No quiero pensar en eso, prefiero que las cosas sucedan poco a poco.- elevó el anillo.- Voy a cuidar de tí hasta contra lo imposible, voy a estár para tí y te pondré en primer lugar, hoy, mañana y siempre.- le puso el anillo en el dedo anular y después depositó un beso en el.

Morgan sonrió encantada y su corazón latió frenéticamente. Lo abrazó sin poder evitarlo y cuando se separó, se dio cuenta de que no tenía que ofrecerle. Ella no había comprado ningún anillo. Tocó su cadena con la llema de los dedos y sujetó el dije de la bailarina con fuerza.

-No tienes que darme nada...

-Significa mucho para mí y ahora quiero que tú la tengas.- se la quitó y la puso en el aire.- Yo sólo puedo prometerte mi vida, literalmente. Quiero pasar el resto de mi existencia a tu lado, incluso si nos lo prohíben, yo soy tuya y sé que tu eres mío. Puedo imaginarme una vida sin tí, pero simplemente no me interesa. Quiero ser tuya en cuerpo, alma y corazón. Te doy mi vida, e incluso, si debo morir por tí... Será un placer morir en tus brazos.- susurró antes de cruzarle la cadenita al rededor de su muñeca.

Abel la cargó y le dio vueltas en el aire. Se detuvo, pero sólo para darle un beso suave en los labios. Habían hecho una promesa, que significaba el mundo para ellos. Estaban tan complementados que se sentían listos para luchar contra quien fuera, por defenderse entre ellos. Él iba a dar la vida por ella y la pondría delante del consejo exigiendo su respeto. Porque eso era lo único en lo que pensaba, porque no sabía la tormenta que estaba apunto de caer sobre ellos.

-Vamos a casa.- susurró Abel antes de volver a besarla.


El Placer De Morír En Tus Brazos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora