Capítulo 44

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El sentimiento que experimentó Morgan cuando Moscú le puso entre sus brazos a ese bebé, fue inexplicable. Todo pasó a segundo plano; el sudor que recorría cada centímetro de su cuerpo, el dolor de cabeza, el ardor que sentía entre las piernas y el miedo que seguía latente en su pecho. Cada segundo de ese insoportable dolor que pasó, valió la pena al ver a su bebé. Morgan había comenzado a perder el piso y el respeto a la vida ajena, pero la diminuta persona que lloraba recostado sobre su pecho, la había regresado al piso con fuerza. ¿Esa era la magia de la maternidad? Porqué Morgan supo en ese instante, que no sólo era hijo de Abel Phoenix, sino también era suyo. Y ella sería un escudo humano por él.
Moscú lo limpió rápidamente con una toallita caliente y casi en seguida lo envolvió en otra, para que no resbalara.

-Un hermoso y sano niño.- murmuró maravillada Uvania, acabando de limpiar sus piernas.

-Ya está todo afuera.- Moscú intentó ayudarla para recostarla en el sofá, pero Beaver y dos de sus hombres ya estaban detrás de ella.

Moscú y Uvania fueron alejadas del débil cuerpo de Morgan y del bebé. Entre gritos suplicaban por piedad, pero Beaver no sentía el menor interés por los gímoteos de las ancianas. Cuando uno de los hombres la tomó en brazos, ella pegó más su pecho a su hijo.

-Bien, bella Morgan, vas a ir a dar un paseo con nosotros.- Beaver sacó su pistola y la cargó.- ¡A las camionetas!- les ordenó a los pocos hombres que quedaban dentro de la casa.

Con sólo poner un píe fuera de la casa, Abel supo quién llevaba a Morgan entre sus brazos. Se la estaban llevando y los guardias de Beaver parecían no tener límite de cartuchos o límite de hombres. Pero el coraje que sentía en el corazón fue más que dinamita para Abel. Su gente podría estar muerta, pero él seguía con vida y eso daba a más de mil oportunidades. Sus manos temblaban con violencia cuando cada bala era expulsada con fuerza y un peso inmenso se desvanecía cuando un hombre caía muerto sobre la arena.

-¡Cuidado con Morgan!- Federick apareció a su lado y puso en alto la metralleta que terminó en un instante con los pocos hombres que seguían atacando desde la casa.

Cuando Abel vió al último hombre caer, corrió hacia el resto con una rapidez tan fluida que podía percibir el aroma de Morgan aún en el aire. Federick lo escoltaba con la misma rápidez, a pesar de estár repleto de armas, su sentido de protección para con Morgan estaba al rojo vivo y no descansaría hasta verla frente a él, aún fuera en los brazos de Phoenix.
Las luces brillantes de las camionetas fueron una guía para ellos y Federick disparó a la ventana del píloto.

-¡No!- Abel se detuvo y Federick lo imitó.

-Ella va a estár en el asiento trasero, recostada.- le aseguró antes de seguir corriendo y dispararles a los hombres que bajaron de la camioneta atacada.

Abel suplicó porque Federick tuviera razón y siguió haciendo uso de su excelente puntería. Para cuando los dos llegaron hasta las camionetas sólo quedaban dos hombres ocultos entre ellas. Abel pegó su cuerpo a la parte trasera de una y cargó su arma mientras intentaba recuperar el aliento que había perdido. Federick estaba en el costado de otra y se limpió el sudor del rostro con su camisa. Eran dos cazadores esperando terminar de matar a sus víctimas.

-Shhh.- Morgan estaba apunto de caer inconsciente, pero seguía intentando calmar al bebé.- No llores, no llores.

Beaver le ordenó a Low que los sacara de ese lugar y los llevara directamente al aeropuerto, pero antes de que pudiera hacerlo, una bala le atravesó el cráneo y salpicó de sangre a los dos.

-¡Maldición!- gruñó Beaver al ver como Abel se acercaba corriendo hacia ellos.

No eran tres camionetas, eran cuatro. Y Abel se había dado cuenta, justo cuando le disparó al último hombre y logró notar milagrosamente el destello del espejo delantero. Supo en ese instante que en esa, estaban Morgan y su hijo.
Beaver sacó su arma y comenzó a dispararle a Phoenix, retrasando su camino, mientras él abría la puerta del piloto y de una patada, sacó a Low.
Saltó de su asiento al de Low y encendió la camioneta de un solo intento, acelerando como un desquiciado y saliendo hacia la carretera. Dejando a un Phoenix impotente, que había parado de disparar, porque ahí iba su familia.

-Vamos, apuesto que a el aeropuerto.- Federick corrió hacía él y le dio un pequeño empujón para que reaccionara.

Abel asintió y ambos corrieron hacia una de las camionetas que estaban abandonadas.

-¡Morgan!- los gritos de Moscú le erizó la piel a Federick, pero aceleró sin siquiera mirar en dirección a la casa.

Cuando la camioneta dio la vuelta y Federick estaba apunto de salir a carretera, se escuchó el maravilloso e inconfundible sonido del llanto. No fue necesario que Abel le ordenara parar, porque Federick lo hizo. El llanto volvió a llegar hasta sus oídos y Abel bajó de la camioneta, buscando como un demente al dueño de ese sonido. Estaba hechizado por él y aún no lo conocía. Sólo tuvo que caminar un par de metros para encontrarlos. Morgan caminaba lentamente, casi arrastrando los pies y con el bebé en brazos. Cuando levantó la mirada y vió a Phoenix, sonrió de una manera casi milagrosa.
Él está aquí, pensaba completamente agotada.

Había tenido que reaccionar rápido mientras Beaver cambiaba de asiento y disparaba. Sólo tuvo unos segundos para abrir la puerta y obligarse a mantenerse fuerte cuando de un salto, ya estaba abajo de la camioneta. Y con un esfuerzo sobrehumano, corrió lejos de ella, para evitar ser vista.

-¡Morgan!- el suspiro de Abel fue lo último que ella logró entender con claridad antes de perder el sentido.

Abel los sujetó con fuerza y su corazón estaba apunto de estallar cuando notó como ella sujetaba al bebé en sus brazos, a pesar de estár inconsciente.
Ese instante lo fue todo para él, porque se abría ante sus ojos un nuevo comienzo y una nueva vida. Tenía a su primer heredero envuelto entre los brazos de la mujer que lo había vuelto loco desde el primer momento. Ambos estaban bien, y eso era lo más importante.
Federick sólo fue capaz de ver esa escena por un instante, porque era más de lo que podría soportar.
Abel Phoenix estaba sentado en el suelo, con Morgan entre sus brazos y su hijo envuelto entre ambos. Lo más fuerte, era sin duda las lágrimas que rodaban por las mejillas del gran Phoenix. Porque demostraba por primera vez que ese monstruo si tenía sentimientos y alma, de hecho, los estaba sujetando en ese preciso instante.

Tate se detuvo antes de llegar a los estanques, tiró lo que quedaba de su cigarrillo al suelo y lo pisó para apagarlo. Metió sus manos en los bolsillos de su pantalón y siguió su camino lentamente. La cabeza de aquel hombre jamás se detenía ni por un instante. Era un hombre calculador y nunca se atrevía a dar un paso sin obtener algo a cambio. Por eso había pensado muy bien lo que haría después de ver la fotografía de Morgan en el periódico, al lado de uno de los hombres más ricos del mundo. Sonrió al recordar el rego4cíjo que sintió mientras le contaba sus planes a Marco.

《-Vas a tener que perder la casa, pero tranquilo, te aseguro que Morgan nos permitirá quedarnos. Es débil y con sólo ver a Uvania enferma va a hacerlo, lo sé.》

Había invertido muchísima Fe, dinero y esfuerzo en ese movimiento, pero lo había válido todo, según él. Estaban viviendo en una mansión que tenía dos propios códigos postales y tantos trabajadores como para crear una pequeña ciudad. Comida deliciosa y costosa, vinos a montones, y una jugosa paga por hacer informes irrelevantes sobre lo que sucedía con los trabajadores para Arlo Phoenix. Sí, esa era la vida que un mediocre como él había soñado toda su vida y que gracias a la carne de su sobrina había logrado tener. Si, ese era Tate Wright.

-¿Por qué estás aquí solo?- Hannah se acercó a él seductora.- Creí que habías decidido cambiarte a tu cabaña de nuevo.- lo abrazó por detrás.

-Eso no. Ya he probado la maravilla de dormir contigo todos estos días y no voy a dejarlo.- le besó las manos pálidas a la mujer y ella soltó una risita.

-¿Y cuando vuelva la muerta de tu mujer?- se burló, pegando más su cuerpo al de Tate.

El hombre tenía una sencílla pero cruel necesidad física, que al conseguir ser satisfecha por alguien fuera de su luz familiar, sería capaz de desconocer. Justo como Tate lo hacía con Casie, esa pobre diabla que no sabía nada de la vida fuera de él.

-¿Cuándo ella ha sido algún problema? Casie sólo mira lo que yo quiero que mire y hace lo que yo le ordene que haga. Muerta, ¿lo olvidas?- se mofó sin piedad.

Y consiguió justo lo que quería con esas palabras. Terminar una vez más entre las piernas largas y torneadas de Hannah.
Sin saber que por la puerta principal estaban ingresando Abel Phoenix y su sobrina, con un bebé en brazos que significaba nuevas rivalidades y para él, una nueva oportunidad de entrometerse a esa casa y saquear todo lo que pudiera.

Porque eso era lo que los mediocres cómo él soñaban.

El Placer De Morír En Tus Brazos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora