Capítulo 29

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La lluvia no se detuvo en ningún momento, había momentos en los que sólo parecía una fría brisa, pero casi en seguida volvía a recuperar su fuerza, ahogando a la mansión Phoenix en una inmensa depresión y oscuridad. Era como si se estuvieran externando el interior de todos los trabajadores de aquel lugar, pero sobre todo, de Thea. La pobre mujer que seguía recostada en su cama con la misma ropa con la que había enterrado a su esposo unas horas antes, mientras Casie y Uvania Wright le pedían que comiera un poco de sopa, teniendo poco éxito. Para ella, su mundo se había destruido en el mismo instante que Troy dejó de pertener al mundo de los vivos, de pertenecerle a ella. Sus ojos la perseguían en sus pensamientos y podía seguir escuchando su voz cuando cerraba los ojos para intentar descansar un poco, pero su triste realidad la atacaba como una maldita sin corazón.
Ella siempre había dicho que el "Hubiera" no existía, que era una perdida de tiempo pensar en eso, pero mientras lloraba sobre la almohada que tenía impregnado el aroma de Troy, se imaginaba que hubiera pasado si en vez de permitír que saliera en busca de su hermana, le hubiera dicho que no lo hiciera. Pero el hubiera no existía, sólo era un recordatorio de lo que ya no podría ser jamás.

-Por favor, vuelve.- susurraba al aire.- Por favor, no me dejes sola. Me siento muy sola sin ti.

La ansiedad comenzó a abrazarla cuando ella se dio cuenta que tendría que compartir esa cama consigo misma y que ningún hombre alto, pálido y de sonrisa amable entraría por esa puerta, hablando acerca de cada momento vivido durante su día. Que ningún hombre la tomaría de la mano mientras caminaban hacia la cocina para tomar un café cargado, y que no volvería ese hombre que la hacía sentir preciosa con sólo mirarla. Porque ese hombre estaba debajo de tres metros y medio de tierra. Y la había dejado. Cada centímetro de su rostro estaba hinchado, por las lágrimas, la tristeza y el dolor.
Tal vez eso tenía en común con su hermana, puesto que Morgan estaba con el mismo gesto mientras se sujetaba con fuerza a la mesita llena de veladoras que estaban en la capilla familiar. No había tenido la fuerza para asistir a la ceremonia de Troy, pero se había encerrado en aquel sitio mientras le suplicaba perdón a él por no poder ayudarlo y a Thea por causarle ese dolor tan grande. Sólo podía imaginarse estar en su lugar y la sensación la volvía loca. Estaba confundida respecto a Abel y a lo que había visto la noche anterior, pero no dudaba de sus sentimientos por él, jamás. Por eso, imaginar una vida dónde él no estuviera le parecía el infierno. Haber pasado la noche sola, en su antigüa habitación lo fue.

-Morgan.- Moscú se acercó lentamente.- Has estado aquí todo el día y ya va a oscurecer, debes comer algo. El señor Abel me ha pedido que me encargue de que comas algo.

-¿Y él?- le preguntó, intentando enderezarse.

-El Consejo ha venido y están en la sala de juntas.- le contestó, acercándose para ayudarla.- Debemos entrar a la casa, la tormenta se acerca y van a soltar a los perros.

Morgan soltó un gemido lastimero cuando todo su cuerpo crujió adolorido y Moscú comenzó a regañarla por su auto castigo. Juntas salieron de la capilla y comenzaron a caminar despacio hasta la casa. El cielo volvía a advertir una tormenta igual de intensa que la anterior y eso aterró a Morgan. Seguía muy nerviosa con los truenos, pues los asemejaba con el balazo que terminó con Troy.
Cuando estaban a punto de entrar a la cocina, se encontraron con Tate y Marco, que comían muy tranquilos, como si nada hubiera pasado. Como si Thea no se estuviera consumiendo en su cama. Morgan intentó evitarlos, pero la voz de Tate la alcanzó antes de que ella pudiera escapar.

-¿Ya te enteraste que El Consejo está aquí?- la miró con burla.- Por lo que Arlo Phoenix me ha contado, tu no eres muy querida por ellos, ¿No es así? Quizá por lo sucedido ayer, están aquí para pedir tu cabeza.

-Su amo no lo permitiría.- escupió Marco, con asco.

Morgan se tragó sus lágrimas y cerró las manos en puños, haciendo un esfuerzo inmenso por no empezar a gritarles cosas desagradables como ellos. Ese par era el más grande nido de víboras en el mundo.

El Placer De Morír En Tus Brazos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora