Capítulo 32

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Cuando el sol estaba en su punto máximo sobre el cielo, acompañado de pequeñas ráfagas de aire fresco y mientras las hojas de los árboles bailaban sin cesar, Thea Wright estaba parada frente a los estanques, observando como los patos se deslizaban sobre el agua clara. Su piel ya había aceptado ese color amarillento que se había formado durante las tres semanas que no salió de su cabaña, pero a ella no le afectaba eso. Lo único que hacía desde meses atrás, después de la desaparición de Morgan, era cocinar. No paraba de hacerlo, se mantenía horneando bimbollos para llevarles a todos los trabajadores de la casa hasta que el sol se ocultaba y su cuerpo le pedía que se detuviera. Después de eso se daba un baño y se metía a su cabaña, donde lloraba por horas hasta quedarse dormida y a la mañana siguiente, comenzaba una vez más su tedioso día. Moscú había decidido no entrometerse, pero la cuidaba desde lejos, asegurándose de que comiera, de que su familia no se le acercara y que diera un paseo por el jardín a medio día.

-En vez de estar perdiendo el tiempo, deberías ír con los Phoenix y preguntar como van con la búsqueda de tu hermana.- Tate se detuvo a su lado y la miró fijamente.- Ya han pasado casi seis meses y no la han encontrado, me temo que esté muerta.

Thea suspiró profundamente y siguió dando su paseo, dirigiéndose a los establos.

-¡Te estoy hablando, Thea!- la sujetó con fuerza del brazo.- Si Morgan no aparece, todos vamos a salir de esta casa, ¿No te importa?- la miró como si fuera estúpida.

-Morgan no está muerta, puedo sentirlo.- se soltó de su agarre, molesta.- Y no, ya no me importa si seguimos aquí o no, a fin de cuentas, yo no me voy a ir con ustedes.

-Eres tan estúpida.- su tío se pasó las manos por el cabello, en un gesto desesperado.- Lárgate, no quiero ver tu cara de frustración y putrefacción.

Thea le dio una mirada llena de odio y siguió su camino sin importarle la desesperación palpable de Tate. El hombre había comenzando a sufrir ataques de ansiedad cuando Abel lanzó un comentario sobre lo estorboso de su presencia en la casa, y a pesar de tener la protección de Arlo, él sabía que el de la última palabra era el mayor. No había creído tan importante a Morgan en la vida de Abel como para ponerse como un monstruo cada vez que sus hombres volvían sin noticias. Pero se había equivocado y sólo podía esperar a que la encontraran lo más pronto posible, para poder manipularla y hacerla pedir a Phoenix que los siguiera manteniendo en la casa. Y Arlo, a pesar de tener una posición muchísimo más elevada que Tate, seguía esperando por lo mismo, por Morgan, para hacerla sentír tan culpable como Erín, y así, él ganaría. ¿No le había advertido Thea a su hermana que esa familia era peligrosa?

El único realmente interesado en encontrarla, para limpiar su nombre y ponerla a salvo, era Abel. Que contrataba y despedía detectives para dar con ella, fracasando por un par de meses seguidos. Pero eso no lo ponía mal, lo seguía motivando. Sobre todo con las seguidas juntas con El Consejo, de la presión de las empresas y la sensación desagradable que le causaba Arlo cuando estaba cerca.
El teléfono de su oficina sonó y Abel lo contestó enseguida.

-No aceptaron, Abel.- la sollozante voz de la mujer lo hizo bajar los hombros.- No aceptaron el trato, pero yo si voy a cumplir el mío, así que puedes estar tranquilo.

Parpadeó un par de veces y se presionó el puente de la nariz sin poder creerlo.

-No pienses en eso ahora.- la calmó.- Y en verdad lo siento.

Los sollozos de la mujer se intensificaron, hasta el punto de colgar la llamada sin siquiera despedirse. Pero eso no ofendió a Abel, por el contrario, lo entendía.
Miró los asientos de cuero que estaban del otro lado de su mesa de madera pulida y pudo ver a Samadhi y a Rosie D'Nally sobre ellos, con sus rostros llenos de esa amarga desesperación.

-No voy a casarme con tu hija, Samadhi.- volvió a repetír el hombre, mirando a Rosie con una sonrisa amable.- Anteriormente no lo acepté porque no estaba interesado en eso y ahora lo hago porqué estoy con alguien más.- acarició la bailarina que danzaba en su muñeca izquierda.

-¡Pero ella ha desaparecido!- chilló la mujer, dolida.- Esto es por mi hija, la están cazando y si nadie la defiende, van a asesinarla.

Rosie cerró los ojos aterrada y llena de vergüenza. Se sentía como un desperdicio de carne que un carnicero elevaba al aíre, suplícando porqué alguien la compre y así no tener que dársela a los animales. Si eso no era sificiente humillación, el hombre más poderoso la estaba rechazando.

-Creí que aprenderías de la primera vez.- la miró como si de una niña se tratara.

-Había salido bien, pero mis padres se entrometíeron y eso a ellos no les gustó, ahora que le han puesto mi nombre a sus balas, mi madre está desesperada.- susurró fríamente.

Abel elevó sus cejas con fingido asombro y volvió a mirar a Samadhi.

-Mi respuesta sigue siendo NO.- se encogió de hombros.

-¡Ruppert la ha lanzado al aíre!- volvió a suplicar.- Está sola y necesita protección.

-No la necesitó cuando hizo esos negocios, no debe necesitarla ahora.- cruzó su pierna derecha sobre la izquierda.

Samadhi se limpió una lágrima que resbalaba por su mejilla y Rosie bajó la guardia al darse cuenta de el sufrimiento de su madre. Cuando Abel notó sus manos unidas debajo de la mesa, pensó en Morgan. Necesitaría mucho apoyo para que su mujer no tuviera que pasar por algo similar, y esa era su oportunidad.

-Te daré díez millones más de lo que les debes, vas a decirles que es en forma de disculpas y sé que tienes labia suficiente para hacer un trato justo y poder salvar tu vida.- sacó una hoja blanca y un bolígrafo para después hacer una corta nota.- Podrás mencionar mi nombre e incluso tienes permitido hablar de matrimonio.- le dio el papel.

Rosie lo sujetó con fuerza y miró a su madre con esperanza.

-Pero a cambio, Samadhi debes darme tu fidelidad ante El Consejo.- se inclinó hacia delante.

-Sí, lo que sea.- extendió su brazo y ambos sellaron el trato en un apretón de manos.

Abel se dejó caer sobre el respaldo de su silla y cerró los ojos con cansacio. Después de todo, cuando tu destino ya está escrito, no hay nada que pueda borrarlo.
La bailarina seguía en su muñeca, sacudiéndose a cada pequeño movimiento que él hiciera, burlándose de su soledad.
La puerta sonó un par de veces y después entró France Willer, uno de los hombre de Abel, el encargado de encabezar la búsqueda. Abel había visto entrar a seis trabajadores por esa puerta, pero la mirada de France era diferente, era de satisfacción.

-Hay una pequeña comunidad nómada, que se encuentra en estos momentos en las afueras de Georgia. Según investigué, hay unas personas que no pertenecen a ella, o no por bautizo.- le pasó una carpeta.- Usted dice, si nos aventuramos a buscarlos, o si mejor investigo más a fondo.

Abel sujetó la carpeta y miró a France. Pero no pudo decidir en el instante.

El Placer De Morír En Tus Brazos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora