Ezra Phoenix jamás supo ser el padre que Abel y Arlo deseaban tener. Era exigente, controlador y muy frívolo con ellos, no existía algo más importante que sus empresas. Sin embargo, uno de ellos sacaba el lado más amable y vivo que tenía; Arlo. Un joven que desde muy pequeño era inteligente, audaz, amable y con las ideas más frescas que Ezra jamás hubiera pensado. Ambos podían sentarse en las bancas del jardín mientras conversaban durante horas, llegando incluso a las carcajadas. Caminaban por todo el terreno, asegurándose de que todos hicieran su trabajo honradamente. Para Arlo, era una maravilla ver a su padre convivir con todos los trabajadores de esa casa; los del huerto, los del aseo, las cocineras e incluso los guardias. Era un hombre humilde y bondadoso con todos ellos, y por eso, para Arlo ese hombre era su más grande ejemplo a seguir.
Muy contrario a Abel, que su más grande amor era su madre. La mujer de ojos café, cabello claro y sonrisa amable. Ambos estudiaban en la biblioteca por horas y disfrutaban las largas conversaciones acerca de política, cultura y su favorita; sobre la vida animal. Su madre era una mujer adicta a la vida marina y le había regalado todo su conocimiento sobre el tema. Abel había encontrado la perla al lado de su madre y que jamás hubiera podido conocer al lado de un hombre como su padre. El valor, respeto y amor por el sexo opuesto.
Cada Phoenix puso en un altar a sus padres, al que prefirieron. Pero eso sólo llevó a un enfermo fanatismo al menor.
Ezra había encontrado a la mujer de su vida después de muchos años, pero fuera de su matrimonio. Con Callie O'Kligger, una mujer casada, con una familia ya construida y en unión con un hombre misógino. Habían conseguido mantenerlo oculto por un buen tiempo, hasta que un día, mismo Arlo los encontró en la cama donde dormía con su madre todas las noches. El respeto y admiración por su padre se esfumaron como si lo hubieran sumergido en agua hirviendo. Su más grande ídolo le había fallado.
-No debemos entrometernos.- le había advertído Abel cuando Arlo llegó a su habitación a contárselo.
-¿Cómo puedes decír eso? La fidelidad es una de las reglas del Consejo y él la ha quebrado. ¡Él debe pagar! Es lo justo, y él debe hacer lo justo porque él es así. Nuestro padre es perfecto y debe seguir siéndolo.- Sollozaba Arlo, aferrándose a la idea de que decír la verdad, mantendría a su padre intacto.
Pero Abel pensaba fríamente y sabía lo que iba a suceder si lo entregaban.
-Si tú entregas a Ezra, voy a apúñalarte.- lo amenazó antes de sacarlo de su habitación y cerrar la puerta en su cara.
Arlo tuvo que cargar con ese inmenso peso por un corto tiempo que a su vista, fue eterno. Ver a su padre era una agonía que lo llevó hasta la enfermedad. Y Abel no ayudaba, puesto que inconscientemente se escontraba en el mismo trance que su hermano. El Dios de un hermano, le estaba fallando al del otro. Hasta que todo estalló, cuando escucharon los gritos desesperados de Ezra, saliendo de su habitación con la pobre mujer sangrante entre sus brazos.
-¡Búsquenlo por toda casa, él debe seguir aquí!- gritaba furioso.
Pero para Arlo, fue una orden directa. El asesino de su madre, desde la perspectiva de él, era el gran Ezra Phoenix. Falló, su Dios había fallado y debía ser condenado para poder ser perdonado.
-Yo los ví con mis propios ojos.- había repetido decenas de veces, frente al consejo y frente a su padre.
Entonces Fusco tuvo que dispararle a su más viejo y cercano amigo.
Arlo siempre pensaba en ese día y la frustración se apoderaba de su mente y de su pecho como un veneno. Había entregado a su padre y lo había hecho pagar por su error. Su Dios tuvo el merecido que debía ser, sin embargo, Arlo no se sentía bien con ello. Era como sí en realidad no lo hubiera hecho. ¿Qué le pasaba?
Dio un trago más a la botella y el calor le quemó la garganta, haciéndolo soltar un pequeño rugido de satisfacción. Estaba muerto por dentro o al menos así se sentía. Miraba hacia las escaleras y sólo pensar en subirlas era un suplicio. Nadie lo esperaba arriba, y nadie lo acompañaba abajo. Arlo Phoenix, con la belleza, el dinero, el porte y el poder, estaba completamente solo. Ni una pobre diabla como Erín lo había querido soportar.
ESTÁS LEYENDO
El Placer De Morír En Tus Brazos.
RomanceMorgan Wright llegó a la mansión Phoenix creyendo que había llegado al paraíso mismo, sin saber que se convertiría en la obsesión del hombre que jamás creyó poder poseer. Cuyo deseo desmedido los llevará a los bordes del bien y el mal. Él, un hombr...