Epílogo.

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En algún sitio de este enorme mundo, estaba un tal Abel Phoenix. Caminando lentamente hacia la puerta principal de su residencia mientras la lluvia caía con una fuerza torrencial sobre su cuerpo. Lavando el sufrimiento que llevaba dentro y dejando los mejores recuerdos guardados en su memoria.
Toda la casa estaba en completo silencio. La noticia había corrido a gran velocidad entre los trabajadores por lo que decidieron parar todo y reunirse en la capilla para encender unas veladoras. Se podía transpirar la tristeza en cada uno de ellos. Sentían mucha pena por Abel y Elijah, pero sobre todo, por ella.

La ropa húmeda se fue quedando en cada paso que daba, hasta llegar al pie de las escaleras con sólo la ropa interior.
Moscú bajó las escaleras y cuando lo vió en ese mal estado, volvió a la habitación para conseguir una bata.
No fue necesario que Abel díjera nada mientras lo ayudaba a cubrirse. La anciana lo sintió.

La cocina estaba vacía y fue su lugar perfecto para el desahogo. Se inclinó sobre la mesa y sollozó amargamente por la muerte de su pequeña Morgan.

En aquel jardín oculto, debajo de ese inmenso árbol de flores moradas que había bautizado con Morgan como su sitio especial. Estaba rescostado sobre el césped mientras sujetaba con fuerza el listón que un día había sido de ella. Lloraba como un pobre diablo por el dolor de su amor perdido. Un amor que jamás tuvo la oportunidad de siquiera prosperar.

Abel seguía quieto en el pie de la escalera cuando Arlo entró a la casa, en el mismo estado.
No fue capaz de marcharse hasta que se aseguró de que Thea recibiera el dinero para el papeleo y las acciones fúnebres. No dijo nada cuando la mayor se negó a que se llevaran el cuerpo. Así que dio el cheque y subió a la camioneta para irse detrás de Abel, que había sido incapaz de quedarse un segundo más.

-Toma tus cosas y vete.- le ordenó sin mirarlo.

Arlo suspiró con cansancio y se puso a su lado sin decír nada. Le dio un pequeño apretón en el hombro y subió las escaleras para hacer maletas. Sabía que era lo mejor. Los dos Phoenix ya no podrían vivir en la misma casa después de todo. Claro que Arlo no iba a ceder ante nada delante de su hermano. Le daría el tiempo para su luto y después volvería para resolver sus asuntos.

Thea seguía recostada sobre las piernas de Casie, mientras ésta le acariciaba el cabello lentamente. Ambas miraban las llamas de la chimenea con mucha aprensión, como suplicando que se llevara el dolor.

-No volverás a saber de Kiara ni de mí. Lo juro.- le había escupido a su padre antes de subir al auto con Casie e irse detrás de la carroza.

La mayor no podía ver a Kiara, pero podía sentir la conexión de dolor que las unía.
Como la niña sujetaba la carta, un día después, con sus manos cerradas en puños mientras lloraba desconsolada entre los brazos de la tutora, sentadas en el sofá de cuero de la gran sala. La promesa de Thea, sobre una visita pronta era lo único que la hacía no querer desaparecer en ese instante. Pero el resto... era nada.

-Son libres.- murmuró Fusco, momentos antes de dar media vuelta y subirse a una camioneta, seguido del resto.

Abel se acercó al cuerpo de Morgan y la levantó con cuidado, sintiendo la más profunda tristeza que jamás había sentido en sus veintiocho años de vida. La puso sobre la gran roca y después le cerró los ojos con mucho cuidado. Tuvo que abrir la boca para poder respirar bien y se limpió las lágrimas antes de inclinarse sobre ella y darle un suave beso en la coronilla, en manera de despedida.

Morgan lo perseguía mientras subía cada escalón. La primera mirada, la primer sonrisa, los besos, los abrazos, todas las noches juntos. Todo lo seguía, atormentando su ya corazón herido. No sabía si lo que sintió por esa hermosa joven era amor o no, pero si sabía que el haberla perdido le dolió más que nada en el mundo.

Morgan Wright había llegado a su vida como una tormenta, estruyéndolo todo a su paso y al mismo tiempo construyendo nuevos monumentos. Dejó una marca inmensa en esa familia, en ese lugar, en esas personas.
Morgan Wright sería inmortal para todos ellos:

Lo sabía Moscú, que recordaba sus tardes de té.

Lo sabía Federick, que seguía abrazado el listón.

Lo sabía Thea, mientras lloraba frente al fuego, pero con millones en su bolsillo.

Lo sabía Casie, con su libertad.

Lo sabía Arlo, en la soledad de su nueva casa.

Lo sabía Kiara, con la mirada perdida,  y miles de ideas cruzando su mente mientras acariciaba la pequeña abejita que le había regalado Morgan.

Y lo sabía el Gran Phoenix, mientras entraba a su habitación.

Caminó hasta la cuna y tomó en brazos a Elijah con mucho cuidado.
Se acomodó en aquella mecedora de madera pulida y miró a su hijo con una pequeña sonrisa en los labios.
La tormenta comenzó a disminuir hasta que se detuvo de pronto. Como sus pensamientos.

Sólo eran él y su hijo.

El Placer De Morír En Tus Brazos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora