CAPÍTULO 39

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Vadim Sokolov

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Vadim Sokolov

Llevo la mirada al frente con un frenesí que esperé por liberar. De tomarla entre mis brazos y de susurrarle cuánto la quiero en mi vida. De estar a su lado acompañando sus penas, pero no puedo; solo hay una cosa que me detiene: la cobardía. Lo soy ante sus ojos. Ante su llamado. Pongo mis manos sobre la puerta acongojado de verla irse. Yo la deje, deje su libertad ante la tímida vergüenza que llevo cargando durante el día. La he evitado por frustración mía. Y hay una razón imperdonable, la traición. Tal como ella lo dijo.

Mi cuerpo se tensa y mi cabeza suelta maldiciones. Golpeo una vez la puerta por la desesperación de estar acorralado, quedo estampado apoyando mi cabeza sobre la madera. Susurrando, pidiendo perdón y no como cualquier humano, sino como el amante que había perdido fe de recuperarla si se enfrentaba a decir la verdad.

—Perdón...—susurro aún más bajo—perdóname, por favor, perdón...—pido clemencia a nadie. Siento la delgada línea de contarle todo, pero después recuerdo todo el desprecio que podría recibir de ella, y de eso temo totalmente.

Necesito dejar de atormentarme. De hacer preguntas que no puedo responder conscientemente. Me levanto, soltando un pesado suspiro. Trago saliva y de forma abrupta tomo mis pertenencias para luego marcharme de la casa de Victoria. Cierro la puerta para pasar por el auto que había traído y desde el retrovisor puedo imaginarme su rostro decepcionante después de todo esto.

No quiero alejarme de ella, pero nuestro destino ya parecía estar escrito en un mundo donde todo parece estar en mi contra.

<<Los momentos robados, aquellos muy íntimos y especiales que recuerdo cada vez que te pienso, esos son los mejores de vivir porque estoy junto a ti: anhelándote.>>

—¿Señor? ¿Lo ayudamos a salir del auto o piensa quedarse aquí? —la voz de uno de los vigilantes hace que mi consciencia vuelva a tierra. La verdad no sé cuánto tiempo ha pasado dentro del auto tal vez solo diez minutos, pero la hora de mi reloj me dice una cantidad que no esperaba: dos horas. Bajo la ventana.

—No te preocupes, estoy cansado. Por favor aparta el carro, necesito caminar un poco. —le hablo con un aire amable, o al menos eso intentaba.

—Señor, antes me dijeron que le avisara que hay un sobre que llego para usted y que es urgente.

—Lo veré después, necesito caminar. —insisto, el hombre pasa a retirarse.

Me encamino hacia la parte trasera de la casa, justo donde empieza el bosque con la única intención de pensar en ella y tratar de no ser cobarde al recordar cómo —de forma gélida— le respondí en varias ocasiones esta última vez antes de volver a vernos en Ducassi. Pero, la angustia, la insoportable angustia que llego en mi cabeza me retiene pensar en ella. Precisamente quiero esconderme de sus hermosos ojos que me tientan a sacar la verdad que no puedo permitirme. Del roce de su mano al comprender mi cansancio, aquel estado que se debe a la fuerza que había usado para matar padre e hijo. De mis pensamientos después de hacerlo.

JÚRAME OLVIDARME| Pasiones secretas N°3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora