5

51 12 10
                                    

Recordó las manos de Katherine alrededor de su cintura, cálidas y temblorosas. La muchacha se había limpiado un par de veces sus manos sudadas, Luis quería creer que era porque él la ponía nerviosa, aunque no apostaría la vida en ello.

Recordaba haberla visto desde niña, pero no fue hasta hace poco más de un año que se fijó de verdad en ella. Era la misma niña de antes, sin embargo, empezó a verla bajo una nueva luz, una que hacía que la muchacha brillara. Luis suponía que se debía a eso que los adultos llaman continuamente pubertad. Decidió que bien podría tratarse de su primer amor, su primer enamoramiento. Aunque no por ello había tratado de acercarse, no señor, jamás tendría el valor necesario para algo así.

Casi muere de vergüenza la vez que la muchacha lo descubrió espiándola, una vez que se estaba cambiando en el Arroyo, en noviembre último. Que conste que él no había ido con ese propósito. Quién iba a saber que ella y otra amiga estarían bañándose Arroyo arriba, en las zonas menos visitadas por los pescadores y bañistas. Para Luis fue una sorpresa, pero era un muchacho, así que se repuso y se escondió entre los matorrales para espiar.

―Amanda, date prisa. Recuerda que dijimos a nuestros padres que íbamos a hacer tareas en casa de Julia ―había dicho Katherine, saliendo del agua―. Tenemos que irnos antes de que a alguno se le ocurra ir a buscarnos.

Luis sonrió como torpe al recordar. En su mente miró el cuerpo juvenil de la chica tal cual lo recordaba, bikini naranja, corrido un poquito en la nalga derecha.

―No seas aguafiestas, Kate, nadie irá a buscarnos a ningún lado ―gritó la otra muchacha desde el agua.

Kate se secó con una blusa y se llevó las manos a la espalda para desabrochar la pieza superior del bikini. Luis abrió los ojos todavía más, contuvo la respiración y, sin darse cuenta, empezó a inclinarse. Al final perdió el equilibrio antes de ver nada y cayó enfrente de las chicas, que empezaron a gritar. Cuando se dieron cuenta que era solo un chico, lo echaron a gritos y a pedradas. Por fortuna tenían mala puntería.

Días después la encontró en la calle y reunió el coraje para disculparse. Ante todo, en casa le habían enseñado a ser educado. Dijo que él no quería espiarlas, que simplemente andaba explorando corriente arriba.

―Te conozco ―apuntó la chica con una sonrisa atrapa-almas―. Pasas por mi casa cuando vas al colegio.

Al final ella le dijo que no había problema. Que disculpara lo de las pedradas, que fue porque las había asustado.

Coraje para pedirle el número de teléfono no tuvo. Pasaría los siguientes días pensando que debió hacerlo, imaginando lo que tendría que haber dicho. Pero como todos sabemos, eso no sirve de nada.

Tampoco se atrevió a decir nada esa mañana, cuando la fue a dejar a calle Arpía, a un par de manzanas de su casa. No dijo nada porque estaba nervioso. Ella tampoco dijo nada; estaba preocupada. Apenas mencionó que no había ido a dormir a casa. Luis tampoco preguntó al respecto. Cristian le pidió que tuviera tacto. A su mente venían mil respuestas a la pregunta, ninguna de las cuales era grata. No se quitaba de la cabeza que le habían hecho algo malo. Y eso lo ponía mal a él también.

Era por ello que trataba de pensar en lo bueno. Por eso la recordaba sentada detrás de la motocicleta, sus manos sujetando sus caderas; fantaseaba con que ella quería recostar la cabeza en su hombro, y que no lo hacía por pena.

Pensando en la chica no fue al campeonato de fútbol cinco al Polideportivo. Le había dicho a Cristian que se sentía cansado y que mejor se quedaría a ver la televisión.

No era verdad, y no fue sincero con su amigo porque hasta él mismo se daba pena, y un poquito de lástima. No le iba a decir que vagabundearía cerca de casa de Katherine con la esperanza de verla. No le iba a decir que, aunque le gustaba desde hacía mucho, ese día se convenció de que estaba prendado de ella. Esas cosas no se dicen, menos cuando la otra parte lo que haría sería echarse a reír.

Así que allí estaba, pasando por tercera vez frente a la casa de la muchacha.

Había luces en las ventanas, pero no se veía ningún movimiento en el interior. Supuso que se encontraría en su habitación.

Adelante apareció un niño en una bicicleta, no tendría más de siete años, pero Luis fingió que miraba a otro lado, tratando de no parecer culpable.

Se detuvo en una esquina, a dos manzanas de la casa de Katherine, siempre en calle Alah. Se recostó en un poste del alumbrado público y sacó su celular, más para fingirse ocupado que para hacer algo.

Su papá la golpeó sin misericordia ―dijo alguien.

El joven se incorporó con los ojos abiertos. Una ráfaga de aire frío barrió la esquina. Aparte de él, el lugar estaba desierto. Miró hacia la casa que tenía a sus espaldas. Esperaba ver a alguien dirigiéndole la palabra, pero allí no había nadie.

«¿Lo habré imaginado?»

No. Él la golpeó. Y con cada golpe la llamaba PUTA.

Luis sufrió un temblor ante el contacto gélido de la Voz. Volvió a mirar a todos lados, deseoso de descubrir a su interlocutor, pues la otra opción era aterradora. La esquina continuaba desierta. Eso confirmaba sus sospechas: alguien le había hablado directamente en la cabeza. ¿O se estaba volviendo loco?

De lo que estaba seguro era de que la Voz se refería a Katherine. Ella había dicho muchas veces que su padre la mataría, y Luis sospechaba que no exageraba tanto como Cristian había supuesto. Era también por eso que estaba ahí, quería saber que estaba bien, que su padre no la había molido a palos. Y, aunque le costaba aceptarlo, también quería saber qué le había ocurrido la noche anterior.

Pronto lo sabrás.

Otra vez la Voz. Otra vez el frío.

«Tengo que armarme de valor ―se dijo―. Voy ir a su casa y voy a preguntar por ella. No es muy tarde, y no creo que su padre la tome conmigo.»

¡Date prisa! ―apremió la Voz― O su padre la va a matar.

Luis sintió una especie de pinchazo mental, algo que lo espabiló y le insufló coraje. De alguna manera supo que Kate estaba en peligro. Nunca se detuvo a pensar que, aunque estuviera en peligro, poco o nada podía hacer para ayudarla.

«Sí, voy ahora mismo.»

Apretó los puños y echó a andar.

Puede que nunca llegara a saber que había alguien más detrás de todo, dirigiéndole con pequeños toques emocionales.

No vio el coche que se acercaba por atrás, uno al que solo le servía un faro.

La voz ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora