7

54 10 1
                                    

La policía llegó a las diez y cuarto de la noche de aquel 6 de enero de 2019.

Cristian los vio llegar desde la ventana de su habitación, en la segunda planta, y de inmediato supo que algo iba mal. Era un auto blanco y azul, con las luces intermitentes encendidas, no así la sirena. Del coche bajaron dos oficiales, uno calvo y la otra, una mujer de mediana edad. Llamaron a la puerta de su casa.

No era la primera vez que la policía iba a casa de Cristian. Generalmente hacían preguntas de rutina: ¿Han visto a algún sospechoso?, ¿han escuchado ruidos extraños?, ¿han intentado robarles? Otras veces las preguntas eran menos discretas y preguntaban directamente si sabían algo sobre tal o cual delito.

Esa noche de domingo tuvo la certeza de que algo malo había pasado. Así que se volvió a poner los zapatos que recién se había quitado y bajó saltando los escalones de dos en dos.

Sus padres ya estaban a la puerta atendiendo a los agentes. Cristian se quedó al pie de las escaleras, escuchando.

―Nos informaron de un secuestro ocurrido hace poco más de una hora ―dijo el oficial de la calva―, pero necesitamos agotar todas las posibilidades antes de empezar una búsqueda exhaustiva.

―¿De quién se trata? ―preguntó la voz serena de su padre.

―Tengo entendido que es amigo de su hijo, señor Cáceres. Se trata del joven Luis Montes...

―¡Luis! ―Cristian se acercó corriendo―. ¿Qué ocurre con él, oficial?

―Teníamos la esperanza de que usted pudiera decirnos algo. ―El oficial miró a su compañera con un gesto que decía a las claras: "Aquí tampoco está".

La señora Cáceres se llevó una mano a la boca, consternada. Su esposo la abrazó. Luis era un asiduo comensal en la mesa de los Cáceres.

―Todo indica que el joven Montes se encuentra desaparecido ―informó el oficial―. Una muchacha llamada Katherine López asegura haber visto a un auto gris recogerlo a base de fuerza y llevárselo. Ustedes saben que no podemos creer todo lo que nos dicen, así que hemos estado averiguando, en su casa, en casa de parientes y vecinos, de amigos más cercanos... tal parece que nadie lo ha visto desde la tarde. ¿Usted no estaba con él, joven Cáceres?

―No ―respondió Cristian, su mente colapsada por la noticia de que su amigo estaba desaparecido―. Lo invité al Polideportivo a ver el campeonato, pero dijo que se quedaría en casa viendo televisión. Es más, yo acabo de regresar.

―Pues mintió. Señor y señora Cáceres, gracias por su tiempo. Gracias a usted también, joven. Si el joven Montes no aparece, volveremos luego con más preguntas.

La mirada que le dirigió a su compañera fue de resignación. «Otro secuestro.»

¿Luis, secuestrado? La idea no terminaba de calar en la mente de Cristian. ¡Pero si esa mañana la habían pasado juntos en el Arroyo! No habían vuelto a casa hasta que pescaron unas cuantas mojarritas, cinco para ser exactos, y las ahumaron, más que asar, allá mismo, a orillas del Nacimiento. ¿Y por qué era Katherine quien había visto el secuestro?

―Oficial, espere. ―Este ya estaba al volante de la patrulla—. ¿Cómo dijo que era el auto reportado?

―¿Te refieres al del secuestro?

―Ese.

―Gris, muy viejo, tipo taxi, con un solo faro en funcionamiento...

―Mac ―le interrumpió su compañera, propinándole un codazo en las costillas.

La mujer, como suele ocurrir, más avispada que su compañero, había comprendido para qué quería la información el joven. Aunque, a fuer de ser sincero, bastaba con ver el rostro decidido del muchacho para saber que estaba listo para lanzarse a la búsqueda de su amigo.

La voz ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora