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Cris se levantó a las siete de la mañana, gracias al despertador. El zumbido en los oídos se había extinguido, si bien la cabeza aún le palpitaba levemente. Se sentía más cansado que cuando se durmió y sentía como si tuviera arena en los ojos. Lo solucionó con una ducha mañanera.

Desayunó a las ocho menos cuarto, solo. Ethan ya se había ido al trabajo y la madre había desayunado con su esposo. Su padre había dejado la televisión de la sala encendida. Aún estaba a mitad del desayuno cuando escuchó las noticias.

―La ola de criminalidad en el municipio de Aguasnieblas continúa in crescendo ―dijo la presentadora. Cristian dejó el tenedor en el plato y corrió a la sala―. Nuestro corresponsal trae la noticia de otro crimen violento en la Ciudad de la Niebla. Veamos qué fue lo que captó. ¿Qué tienes que contarnos, Miguel?

El rostro redondo y lampiño del corresponsal local, que hacía enlaces con más de tres canales, salió en pantalla, tras él, aparecía la escena del crimen. En la escena había policías, bomberos y miembros del Ministerio Público. Miguel hablaba en vivo, pero el video era de la noche anterior o de la madrugada, ya que estaba oscuro.

―Buenos días, Cristina ―saludó Miguel―. Y haciendo eco de tus palabras: ¡otro crimen violento! Con este ya son hasta diez los homicidios registrados durante la última semana en el municipio. En esta ocasión se trata de un joven cristiano que fue identificado con el nombre de Walter Ortiz. El muchacho fue asesinado con saña, víctima de incontables puñaladas ―el sonido húmedo se repitió en la mente de Cristian― a eso de las once de la noche última. Un testigo llamó a la policía, pero entró en crisis y aún no ha sido posible obtener su declaración...

Cristian ya no escuchaba. Miguel continuó hablando sobre el crimen, posibles móviles, que el cuerpo ya había sido recogido, que la policía estaba sobre la pista...

«Yo vi quiénes lo mataron ―pensó―. Aun así, no podría ayudar pues no los conozco». Además, aunque el sujeto del puñal había sido la mano, Cris sabía quién era el cerebro, y a ese no había policía en el mundo capaz de aprehenderlo.

«Es hora de hallar esa casa», decidió.

―Mamá, voy con Luis ―fue todo lo que gritó antes de salir disparado de casa.

Pasaron las siguientes horas recorriendo todos los barrios del oeste y sur. Kimberly y Katherine hacían lo propio en la zona oriental y norte. A Erick le asignaron solamente un barrio al suroeste, concretamente barrio Nuevo, porque no tenía moto y no estaba seguro si podría llevarse la vieja Vecesa de su madre.

Era increíble el número de barrios en los que se dividía Aguasnieblas, y aun así había gente que decía que era un municipio chico. Era pequeño en el sentido de que no tenía muchas aldeas bajo su jurisdicción, pero la cabecera municipal era tan grande como Sayaxché o La Libertad. Si las palabras no te convencían, solo había que ver el número de barrios que rodeaba el casco urbano, constituido por las cuatro zonas originales.

El tamaño total de los barrios por lo menos duplicaba el acumulado por las cuatro zonas. Aunque claro, estaban mucho menos poblados. Entre más se extendían al exterior, menos densidad de población había. Claro que esto no reducía ni pizca su tamaño. Por lo que el área a peinar era considerable.

En Bethel, cuando apenas iniciaban la búsqueda, Cristian vio un almendro recortado en capas. El corazón le dio un vuelco de excitación, incapaz de creer su buena suerte. Pero luego vio que no había una casita a medio construir y al otro lado no había ningún portón rojo óxido.

Luis le tocó el hombro una hora más tarde en San Jorge, a la vez que indicaba que mirara el portón de la derecha, que resultó ser más grande y ornamentado que el buscaba, amén de que la casa del fondo era demasiado grande para ser la de sus sueños con el granero en el corredor.

Encontraron muchos más almendros, nunca se había fijado en la increíble cantidad de almendros que existían en Aguasnieblas, y también más portones de color similar, estos en menor número que los almendros, pero en ningún caso coincidían ambos, uno frente al otro, como en el sueño, ni que decir de la casa morada y verde.

La búsqueda concluyó a las once de la mañana. Se detuvieron en Decimosexta, entre Zona 3 y barrio Viejo. Habían terminado de recorrer el territorio que les correspondía. La búsqueda, al menos la de ellos, había sido infructuosa.

―Escribe a ver qué tal le fue al resto ―pidió Cristian a Luis con vos cansina.

Se encontraba agotado, más que agotado, asustado. Sentía que encontrar esa casa era fundamental, y el no haberla hallado, provocaba que su miedo se intensificara. Deseó de todo corazón que los demás tuvieran más éxito.

Cinco minutos después, Luis dijo con vos cansina:

―Nada, las chicas no tuvieron mayor fortuna.

Cristian se mesó los cabellos, frustrado.

―¡¿Cómo es posible?! —dijo— Pero si hemos dado mil vueltas. ¿Tendremos que hacer de nuevo el recorrido? Seguro que sí, algo se nos debió pasar por alto. Propongo que ahora nosotros revisemos el territorio de las chicas y que ellas hagan lo mismo con el nuestro, a lo mejor algo se nos escapó. ¿O no sería más que un sueño? ¿O la casa que vimos está en otro lugar?

No podía creer que no encontraran la casa, y no creía que una nueva búsqueda arrojara mejores resultados. De haber pasado frente a la casa señalada, lo habrían sabido, estaba seguro. ¿Entonces qué? Katherine había propuesto el lugar del crimen de Walter Ortiz, pero no era ese. Habían visto la muerte del joven sí, no obstante, el lugar donde murió no era frente a la casa morada y verde como en sus sueños.

―Aún nos falta barrio Nuevo ―señaló Luis.

―Cierto ―reconoció Cristian, que lo había olvidado―. ¿Ha respondido Erick?

―No.

―Escríbele, es nuestra última posibilidad.

Luis escribió. Pero Erick no respondía. Tampoco leía los mensajes.

De pronto, un pensamiento horrendo empezó a tomar forma en la mente de Cris. ¿Y si en verdad estaban tras la pista de la Guarida de los Cazadores?

Imaginó a Erick pasar frente a la casa, solo, a pie, con las manos en los bolsillos. Se detenía ante la casa con los ojos abiertos, el almendro y el portón rojo óxido dejados atrás, las ramas cortadas en capa agitándose a causa de un frío viento, augurio de lo que iba a ocurrir. Los Cazadores lo miraban desde una rendija, lo reconocían, iban tras él, Erick se echaba a correr.

―¡Rayos! ―exclamó con temor―. Debemos ir a barrio Nuevo.

En esos momentos los teléfonos vibraron. La certeza de que ese mensaje comunicaba algo trascendental hizo eco en Cristian y Luis. Cris ganó la carrera de quién leía primero el whats y sus ojos se abrieron al leer. 


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