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Nada. Más de quince minutos sin resultado alguno; ni siquiera una chispa que prendiera la esperanza. El Libro del Conocimiento permanecía abierto en medio del corro que formaban los Elegidos tomados de las manos. Habían intentado lo mismo de esa tarde, concentrándose, apelando a esos residuos de magia que debía haber en su interior.

Pese a los ceños arrugados por la concentración, ningún poder fluyó y el Libro continuó tan indescifrable como siempre.

La conclusión era tan sencilla como contundente: sin los abnegados era imposible sacar una sola palabra en claro de aquel galimatías.

Cristian soltó la mano de Erick y Kimberly y salió al patio, de pronto le resultaba insoportable continuar en el cuarto de Kate. Tenía la frente perlada de sudor; hacía calor allí adentro. O eso era de lo que intentaba convencerse. Lo cierto era que el sudor se debía al esfuerzo, a la preocupación y al miedo.

Suspiró y clavó la vista en el cielo gris oscuro, casi negro. Deseó mentalmente que lloviera, pero sabía que de esa ominosa nube no caería ninguna gota de lluvia.

Mirando a la nube, pensando en Elliam, al que sentía en su mente como una inmensa llama comparado con los luminosos puntos que eran el resto de Elegidos, de nuevo lo asaltó la sensación de que conocía la respuesta.

«Tiene que ver con el fuego —decidió—. Se me ocurrió al pensar en Elliam como una enorme llama en la mente». Forzó la reminiscencia intentando traer al presente esa respuesta que revoloteaba en el pasado. Solo consiguió que la cabeza empezara a dolerle con un leve martilleo.

«Tiene que ver con la bruma, sí, con el fuego también, y con dolor de cabeza. ¿O el dolor es por tanto forzar la mente?»

Una gota de sudor se coló bajo la playera y corrió por el pecho, en su paso alcanzó la herida que cicatrizaba. Le escoció un poco allí donde la noche anterior se le había caído un trozo de costra.

En esos momentos escuchó la voz de Elliam (aquella voz que ya escuchara mentalmente en múltiples ocasiones), tenue por la distancia, pero clara y portadora de una cualidad que lo estremeció. Instintivamente miró a los lados, aunque sabía que Elliam estaba a varias manzanas de allí.

—Pueblo de Aguasnieblas...

―Cristian, ven ―gritó Kimberly desde el interior de la casa de Kate.

La voz era aguda y angustiada, la voz de una niña dominada por el pánico. Cristian corrió.

―¿Qué ocurre?

―Observa...

Los Elegidos miraban el celular por encima del hombro de la chica. Cris se metió entre Erick y Luis y también vio. La página de Facebook, Noticias de Aguasnieblas, estaba trasmitiendo en vivo. En la pantalla aparecía Elliam, lejano, horrible y las llamas lamiendo su cuerpo.

―...Esos chicos son: Cristian Cáceres, Erick Fuentes, Luis Montes, Katherine López y Kimberly Belrose. No tenéis que saber el motivo por el que los requiero. Lo único que debéis que saber es que, si me los dais, me iré, si no, moriréis.

Los cinco chicos dieron un respingo y se alejaron del celular sin ser conscientes de ello. Moriréis, moriréis... y cuando lo dijo, dio la impresión de que era una promesa dirigida exclusivamente a ellos.

Acto seguido un auto prendía en llamas y salía disparado hacia delante. La descarga que siguió se escuchó sin necesidad de ver la transmisión en vivo.

―Quiere que nos entreguemos ―musitó Cristian, sin dejar de mirar la terrible escena que tenía lugar en el Boulevard.

El joven que transmitía en vivo, que se llamaba Ernesto Murales, se encontraba guarecido tras un grueso poste de concreto que servía para tender el cableado eléctrico. Valientemente (ingenuamente) creía que el grueso poste y el ejército lo mantendrían a salvo. Descuidadamente obvió la gasolinera a su derecha.

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