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Era noche cerrada cuando llegaron al punto de desembarco. La niebla era espesa esa noche. «Y no solo en el río», pensaba Jaime. Sospechaba que al menos la mitad de Aguasnieblas debía estar sumergida en la blanca bruma. No estaba seguro, pero barruntaba que la Voz era la responsable. Mejor que mejor; la Voz era un aliado. No había que temer; que temieran los demás.

Entonces, ¿por qué estaba tan asustado?

Encontraron el sauce llorón más por intuición que por visión. Jennifer le ayudó con los remos y guiaron el bote hasta quedar bajo las ramas colgantes. Le soltó una palmada en las nalgas a la preciosa chica cuando iba a saltar del bote y esta se volvió sorprendida. Él se encogió de hombros. Jennifer le hizo un gesto de "¿qué demonios?" y terminó de saltar a tierra. Jaime le dio un empujón al esquife para que se lo llevara la corriente y se reunió con ella.

En la cima del barranco los esperaba José, que tenía puesta la máscara de halcón.

―Hoy deberíamos guardar las máscaras ―dijo Jaime―. La niebla nos encubrirá y no hay nadie a quien haya que sacarle un buen susto.

José hizo caso de la sugerencia y guardó el objeto en el hueco bajo el asiento del conductor. Jaime y Jennifer se acomodaron en los asientos traseros y el auto se puso en marcha. La mano de la joven buscó la suya y le dio un fuerte apretón. A pesar de ello, persistió un leve temblor en la mano de la chica. Estaba asustada, tanto o más que él. Y Jaime la entendía. Tocaba la parte más importante de todo: el ritual y su participación en él. No por primera vez se preguntó cómo se habían dejado embaucar para participar en ese rito.

Oh, claro, por la vida eterna.

Durante toda la vida fue un tipo pragmático y práctico. No creía en Dios ni en el Diablo, ni en el cielo ni en el infierno. Creía en la vida y en la muerte, con las que convivía a diario. No pensaba que existiera un castigo para los malos actos en la vida, ni estando vivo ni después de muerto, como tampoco creía que existiera una recompensa por las buenas acciones. Para él, todas esas cuestiones ideológicas y teorías teístas eran pura basura, invención de los poderosos para otorgar consuelo a los pobres mientras ellos actuaban a sus anchas. Eso y por esa necesidad que parecen tener todos de que les digan que hay algo más.

Principalmente, fue ese pensamiento lo que lo llevó a ser lo que era en la actualidad. Eso y las palizas que le daba el viejo loco de su progenitor a él y a su madre. Todavía tenía la cicatriz en la mejilla izquierda de la vez que lo cortó con un cuchillo, torturándolo, ordenándole qué dijera quiénes eran los amantes de la puta de su mujer y cuánto le tocaba a él de comisión.

Si no le hubiera dado un piadoso fin a su vida, los que estarían muertos serían él y su madre.

Nadie sospechó que Jaime era el asesino. El tipo estaba loco, lo sabía todo el mundo. Se había inyectado cloro pensando que era droga, ¿qué había de raro en ello? Fue su primera víctima. Tenía trece años de edad.

Ni mucho menos era la única.

El bastardo de su progenitor había obtenido su merecido, no a manos de ninguna deidad, a manos suyas. Fueron manos de hombre las que le dieron muerte.

De la misma manera pensaba que, si un día recibía su merecido, sería a manos de otro hombre. Aceptaría la muerte con estoicismo, pues no temía a ningún infierno ni en sandeces semejantes.

Hasta que apareció Él, la Voz, Elliam. Le prometió vida eterna, a él y al resto de la banda. Era una promesa que Jaime consideraba muy real. Y le entusiasmaba la idea. Sacrificar a unos cuantos chicos para consumir su vida, era algo que no le parecía desalmado. Y cuando la vitalidad se estuviera agotando, se sacrificaba a otros chicos; de esa manera hasta el final de los tiempos.

Todo eso estaba muy bien. Lo que no estaba bien era la revelación que Elliam había supuesto. El Antiguo aseguraba pertenecer al orden natural de las cosas, que no era ángel ni demonio, que simplemente existía como existe el mundo. Al resto de Cazadores parecía habérselos echado a la bolsa. No así a Jaime. Él sospechaba la verdad. Elliam no era natural, para Jaime era un demonio o algo semejante.

Las implicaciones de esa revelación eran las que lo hacían tener miedo y dudas. ¿Si existía semejante ser, es que existía también el bien y el mal, cielo e infierno, Dios y el Diablo? Si era así, se estaban metiendo con algo que seguro se premiaba con alguno de los peores castigos. Hasta pensar en ello le provocaba escalofríos.

―¿Estás bien? ―preguntó Jennifer.

Jaime la miró y trató de sonreírle. Sus labios se estiraron en una mueca tensa. La joven le devolvió una sonrisa nerviosa. Era hermosa. Era la mujer más hermosa del mundo, con sus ojos avellanados y su pelo color caoba, esbelta y de piernas largas. Podía ganar cualquier concurso de belleza en el que participara y desfilar en las mejores pasarelas del mundo. Sin embargo, estaba allí, metida en el fango con él. Se preguntó si sabía en lo que se metía. No, seguro que no.

―Creo que sí ―respondió Jaime―. ¿Está todo listo, Ojosrojos? ―preguntó a José.

Ojosrojos era otro de sus motes, heredado de sus tiempos en que fumaba hierba como pipa y no le quedaba ni para las gotas de los ojos. Había dejado de fumar un año atrás.

―La Zorra y el Sapo se han encargado ―respondió―. Y la Bruja que ha hecho uso de sus brujerías, como tenía que ser.

«Elliam a través de la Bruja», pensó Jaime.

Nunca hablaban de la Voz, pero por las cosas que sabían, por sus apariciones siempre oportunas, Jaime estaba seguro de que los demás también la oían. Él les decía lo que necesitaban oír y les indicaba qué hacer o a dónde acudir en momentos de apremio. La Voz estaba muy interesada en el éxito del ritual.

A veces, sin saber cómo, tenía la aterradora sensación de estar siendo utilizado. En esas ocasiones sentía que no actuaba enteramente por propia voluntad, y le parecía que la Voz perseguía algo más, que no era un alma altruista que los ayudaba por el simple placer. Como en esa ocasión, al final, sus pensamientos encontraban una especie de pilar al que aferrarse, que le ayudaba a convencerse de que lo que hacían les beneficiaría a ellos. A nadie más.

―Entonces no esperamos dificultades ―dijo.

El auto se detuvo poco después. Jaime y Jennifer se bajaron, todavía con las manos entrelazadas. Estaban a más de un kilómetro del Subín, aun así, la niebla era espesa, aunque nada comparado con el río mismo y los lugares más cercanos. José fue a aparcar el coche a la otra cuadra, quedándose ellos dos, solos, rodeados de silencio y niebla.

Pocas veces se había visto una noche en la que hubiera tanta niebla. Todo el municipio debía estar sumergido en esa nube blanca y húmeda. Era como un presagio de que esa noche iba a pasar algo grave e importante. La bruma apenas dejaba ver el cielo. Había muy pocas estrellas y la luna era apenas una esquirla de diamante en el este.

Era la noche del jueves 10 de enero de 2019, y había hecho luna nueva apenas hace unos días; la primera luna nueva del año, otro requisito del enrevesado ritual. El ritual tenía tantos matices, sutiles unos y pomposos los otros, que era casi imposible entenderle. Lo único que podían hacer era confiar y dejarse guiar por la Voz y la Bruja, que eran los únicos que entendían el complicado ritual.

En la calle no había nadie aparte de ellos. De las casas de enfrente se escapaba algo de luz por las ventanas, que parecían estrellas lejanas. No le preocupaba que lo vieran. Sabía que no lo harían.

Desde el altercado de David con los mocosos en el río, la Voz no le había hablado, ni le había indicado qué hacer. No era algo que preocupara a Jaime. Él tenía la certeza de que Elliam guardaba sus fuerzas para esa noche, para cubrir de niebla el pueblo, para meter a la gente a sus casas, para vigilar y montar guardia.

José volvió un minuto después y una sombra abrió la verja de la iglesia.

―Rápido, chicos ―indicó Amanda―. Todo está dispuesto. Debemos empezar a las diez.

Esta vez fue Jaime quien dio un apretón a la mano de Jennifer, miró una última vez a los lados y después entraron.

Había llegado la hora. Ya no era posible echarse para atrás. La inmortalidad tiene un precio, el cual iba a ser doloroso... muy doloroso.

La voz ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora