90

22 6 0
                                    

Miraron a través del vidrio trasero cómo la bola de fuego impactaba donde un segundo antes estaba el auto. El resplandor los cegó unos instantes y un trozo de cemento, demasiado pequeño como para conseguir arrancarles más que un gritito, se estrelló contra el vidrio.

―No tenemos que alejarnos demasiado ―señaló Luis momentos después.

―Lo entiendo ―asintió Ethan Cáceres.

―¿Es que no le tienen miedo a esa cosa? ―inquirió Araceli.

―Ja, estoy que me cago en los pantalones ―dijo Luis―. Perdón, señora.

Los cuatro estallaron en una carcajada genuina, liberadora, que le restó tensión a la situación.

―Tranquilo, chico. Ethan dice groserías todo el tiempo. Y Cristian también, aunque piensa que no lo sé.

―¿Usted, señor, un licenciado de su reputación?

―Shh, pero no se lo digas a nadie.

―Si es que sobrevivimos esta noche ―la voz de Kimberly fue apenas un susurro.

Ese susurro fue suficiente para que volviera sobre sus hombros el peso de la realidad. El silencio se aposentó en el interior del coche.

―Regrese en la siguiente ―indicó Luis―. Siento que nos alejamos demasiado.

Ethan asintió de manera apenas perceptible.

En esos instantes vibraron los teléfonos de ambos chicos, así como los de los padres de Cristian. Excepto Ethan Cáceres que conducía, los otros tres buscaron en sus bolsillos (la señora Cáceres en su bolso de mano) con premura. Era un sentimiento compartido de que se trataba de algo importante.

―Es de Cristian ―soltaron al unísono.

Luis resumió la situación.

―Encontró el lugar donde enterraron las anclas los Cazadores: en la mismísima iglesia católica.

―¿Qué son las anclas? ―preguntó Araceli. Ethan también se volvió un segundo para mirarlos. Ninguno sabía de qué iba la cosa.

―Es lo que mantiene a ese monstruo en este mundo, si las quemamos, él se irá ― respondió de manera escueta. No dijo morirá, porque no estaba seguro de si ese ser podía morir.

―Entonces vamos a ayudarle ―dijo Ethan.

―Vayan ustedes, nosotros...

Se detuvo a mitad de la frase. Se encogió en su asiento, presa de pronto de un sentimiento de vacío, fatalidad y desolación.

―Deténgase ―gritó.

Ethan frenó.

―¿Qué ocurre?

Buscó la mirada de Kimberly. La chica tenía los ojos llorosos y temblaba. Se lanzó a sus brazos.

―¿Está muerto? ―más que una pregunta era una afirmación.

―Me temo que sí.

―Muerto, ¿Quién?

―Erick, nuestro amigo.

―¿Cómo lo saben?

―Los cinco podemos sentirnos ―explicó Luis con la voz débil, aquejada por la pena y el dolor―. No nos identificamos, pero nos sentimos. Cristian iría a buscar las anclas, Katherine está por allá ―señaló― como distracción, para confundir a Elliam. ―No fue necesario explicar que la Voz también podía sentirlos y saber dónde estaban―. El único que resta es Erick... y es porque murió.

La voz ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora