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El jefe Henrich no se encontraba en la comisaría, les informó con fastidio un oficial al otro lado de una computadora. Pero al reconocer a los chicos, aquellos que habían guiado a la policía hasta la cabaña en un recodo del Subín, mudó su expresión de hastío por una de condescendencia. Escuchó el relato de los muchachos, tomó nota, y dijo que informaría al jefe en cuando volviera.

―¿Qué? ―vociferó Cristian―. Tiene que buscarlos y detenerles ahora mismo, antes de que algo terrible ocurra.

―¿Algo más terrible que el bus que se hizo añicos en el valle? ―replicó el agente, harto ya de escuchar a los chiquillos queriéndosela dar de importantes―. Yo creo que no, y ahora esa es la prioridad del jefe y de toda la policía neblinense.

Quería gritarle que un ser antiguo, poderoso y malvado iba a reencarnar para sembrar el caos y el terror en el pueblo sino hacían algo, pero eso solo lograría que el agente los tomara más a broma.

A pesar de todo, Cristian todavía tenía que decir. Abrió la boca, pero alguien tiró de su mano.

―¿Qué ocurre?

―Vamos afuera ―dijo Kimberly.

Cristian no se había dado cuenta que, aunque entraron los cinco a la comisaría, en ese momento solo Luis lo secundaba. Los otros habían salido y Kim había vuelto a por él.

―¿Qué sucede? ―preguntó Cris de nuevo―. Intentaba hacer que ese tipo entienda lo importante que es la información que poseemos.

―Mira ―dijo Kimberly. Señaló a cuatro individuos que cruzaban una esquina.

―¿Quiénes son?

―No lo sé.

―Entonces ¿qué quieres que vea?

Entonces lo vio: los pasos apresurados, el garrote en la mano de uno, el rifle o escopeta en el hombro del segundo y machetes en las manos de los otros dos. «¿Ese tipo pasó con un arma frente a la comisaría? ¿¡Qué locura!?»

―Ya no queda tiempo ―dijo Erick, volviéndose hacia ellos―. Les pregunté qué pasaba, y respondieron que ya saben dónde se esconden los Cazadores. Van a por ellos.

«¡Oh Dios! Era esto lo que se proponía Elliam —comprendió—. Hizo que mataran tanto hasta inflamar por completo los ánimos de la población. Y si los atrapan, de lo que no me cabe duda, una turba enfurecida los va a matar. ¡Ah, maldito! Maestro del complot. Entonces volverás.»

―Tenemos que detenerlos ―dijo―. No podemos permitir que los ajusticien.

«Y si los ajustician y Elliam vuelve al mundo material, los siguientes en la lista somos nosotros. ―Este pensamiento le produjo un nudo asfixiante en la garganta―. Vendrá a por mí, a por Luis, Erick, Kate, Kim... ¡Oh Kim! Pero aún no vuelve. Podemos detenerlo. Debemos detenerlo.»

―A los motos ―ordenó―. No podemos dejar que los maten.

―Escúchame, escúchame ―gritó Kimberly.

Cristian se volvió, sorprendido a causa del tono chillón y desesperado que usó la muchacha.

―¿Qué quieres que escuche? ―preguntó, antes de darse cuenta que Kimberly no le hablaba a él. La chica había estado hablando por teléfono―. ¿Con quién hablabas?

―Era Jennifer ―explicó la chica, escribiendo de manera frenética en el celular―. Le llamé y le pregunté dónde estaba, para prevenirla. Creo que dijo estar en su casa, luego cortó la llamada, o... o hicieron que la cortara.

―No creerás que la tienen, ¿verdad? ―inquirió Katherine, poniendo una mano sobre el hombro de Kimberly.

―No lo sé. Le estoy enviando whats diciendo que sé lo que me hizo, que no importa, que tiene que huir lejos antes de que Elliam la utilice para regresar al mundo material.

―¿Creen que ellos sepan de Elliam? ―preguntó Luis.

―No lo sé ―respondió Cristian―. El abnegado nos dijo que ellos fueron utilizados doblemente, por la Bruja y por Elliam. Y ellos no contaban con la ayuda de los abnegados para darse cuenta o comprender que nada de lo que ocurría estaba bien. Con todo, pienso que hay que ser muy estúpido para no darse cuenta que están siendo manipulados...

―La Bruja se dio cuenta hasta el último momento ―apuntó con acierto Katherine.

―Tienes mucha razón ―concedió Cristian―. Y eso me hace pensar que perdemos el tiempo aquí parados. Quizá Elliam no los controle lo suficiente como para que se quiten la vida por él, pero los puede convencer de que entregarse es la mejor opción, o ponerles alguna traba, hacer que se confundan, qué se yo. Ya nos lo dijo el abnegado que habló con nosotros: Elliam es un monstruo con muchos recursos.

―¿A dónde vamos?

―Ve con Katherine a casa de tu prima y si está allí convéncela de que se largue. Con una que se largue, no importa que maten a los otros cuatro ―sus amigos soltaron una leve exclamación, como si de pronto le hubieran salido cuernos. Cristian hizo caso omiso―. Erick, quédate aquí y sigue dando la lata hasta que venga Henrich o te echen a patadas. Necesitamos que la policía intervenga y encierre a estos criminales en lugar de que la turba los despedace.

―¿Y tú qué harás? ―preguntó Erick.

―Iré con Luis a donde sea que estén los Cazadores, a lo mejor solo han acorralado a uno. Pero si los tienen a todos, tendremos que impedir que los maten.

Eran las tres y media.

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