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¡Se dispersaban!

Podía sentir cómo se alejaban a través del vínculo. Cada uno por su lado. ¿Cómo iba a atraparlos? Las dudas se hacían más fuertes, y el miedo, el miedo a morir sin haber ajustado cuentas.

No estaba mucho más débil que al inicio, pero lo estaba, y eso solo iría acentuándose. ¿Cuánto tiempo le quedaba de vida? ¿Una hora, dos, tres? ¿Una noche, algunos días? Lo más probable era que sus fuerzas no le alcanzaran para llegar al amanecer, no sin los sacrificios.

¡Malditos!

Tendría que correr. La sola perspectiva hizo que su rostro se contrajera de sufrimiento. Ya soportaba fuertes dosis de dolor, ¿podía añadir un poco más? Y lo más importante, ¿lo soportaría?

No estaba seguro.

¡Y la estúpida gente que huía! Estaban cerca, pero lejos de su alcance. Las maldijo mil veces y mil veces más. Sin más almas su poder decrecía, decrecía. ¡¿Cómo su plan maestro se había trocado en aquella agonía constante pincelada apenas de satisfacción?!

Algunas manzanas más adelante veía autos que salían al Boulevard y huían. Pero no podía alcanzarlos, ¿o sí? Claro que podía, si reunía la cantidad suficiente de fuego y lo lanzaba como una catapulta. Pese al dolor, sonrió por la perspectiva. El resultado sería un efecto dominó, con la salvedad de que, en lugar de caer, las fichas explotarían.

Sí, eso haría.

No cabe duda de que aquello habría sido otro terrible suceso en Aguasnieblas. Incendiados los primeros vehículos, el fuego habría saltado de auto en auto, las explosiones se habrían sucedido una tras otra a velocidad de vértigo y la cantidad de muertos... El propio Cristian habría sido alcanzado, a pesar de que en esos momentos se encontraba cerca del valle, donde las ambulancias, policías y bomberos habían dejado olvidado al bus número 57.

Erick, que en esos momentos cruzaba la calle sorteando autos también habría sido alcanzado. Sin proponérselo, Elliam habría matado a dos Elegidos, y sus almas le habrían propiciado las fuerzas necesarias para ir él mismo a por el resto de anclas, lo que habría desencadenado el fin de Aguasnieblas.

Todo eso habría sucedido de no sentir la presencia de dos sacrificios acercándose a él, deteniéndose a poco más de una manzana. No estaban a la vista, pero los podía sentir. Elliam dejó de lado el calor que estaba reuniendo y giró hacia la izquierda. Se adentró por Novena calle, apretando el paso hasta donde el dolor se lo permitía.

¡Estaban tan cerca!

«¡Ah, incautos! No pudieron resistir la tentación de echar una ojeada al gran Elliam ¿eh? Su curiosidad será su fin.»

Tras Elliam, la parte del mercado de la zona oriental ardía en columnas de fuego que figuraban rascacielos danzantes de color rojo y naranja.

Bomberos de todo el departamento y del país se habían puesto en marcha, así como ambulancias, patrullas, ejército y fuerza aérea, pero cuando llegaran no encontrarían nada. Solo los helicópteros de la unidad de Bomberos Forestales radicados en San Benito llegarían a tiempo para ver el fin de todo.

En esos momentos, la mitad del Boulevard, desde el mercado hasta Decimosexta ardía en un camino de fuego y terror. Era el destino que le esperaba a toda Aguasnieblas, a menos que entregaran a los Elegidos al dios-monstruo.

Las patrullas ya se habían formado y recorrían las calles en atento silencio.

Elliam avanzó unos cincuenta metros. A su derecha, la parte del mercado ubicada a ese lado del Boulevard, y a su izquierda, un estacionamiento y una vecindad. Por una vez no iba incendiando nada. Las anclas seguían en el mismo punto y él no tenía tiempo que perder. Los sorprendería; ellos no tenían forma de saber que podían sentirlo con la mente si prestaban atención.

Kimberly y Luis esperaban tras el muro que cerraba la vecindad. Miraban la esquina con los ojos abiertos y el corazón encogido en un puño, sudaban asustados, pero también estaban decididos. Podían sentir a Elliam acercándose, así que también empezaron a retroceder. Habían concluido que mientras se mantuvieran fuera de la vista del antiguo, estarían a salvo. Para cuando Elliam apareciera en la esquina del parque, por Novena, ellos tenían que estar en la esquina de Octava.

La motoneta la habían dejado en el parque, cerca de la esquina por donde asomaría Elliam. Ya habían visto lo que el Antiguo era capaz de hacer con los tanques de gasolina; estar tan cerca del monstruo con la moto habría sido una trampa mortal. Pero aquella también lo era. Ahora no tenían una vía de escape rápida.

Al momento en que Elliam llegó a la esquina, ellos estaban ocultos en la otra, y retrocedían por Octava, hacia Alah.

Antes de doblar el recodo tuvieron una visión fugaz de Elliam. Kim soltó un gemido y Luis maldijo asombrado. «¡Es el diablo! —pensó— ¡Es el mismísimo demonio que salió del infierno!». Pero no lo era, lo sabía; no obstante, fue lo que pensó.

La criatura, de más dos metros, todo piel llagada y fuego, clavó la vista allí donde ellos se ocultaban. Pese a una pared, los chicos acusaron esa mirada. Una sensación de gelidez descendió por sus espaldas y continuaron retrocediendo, de pronto, más asustados que en ningún otro momento.

«No importa —se dijo Luis, en un intento por darse valor—. Continuamos a distancia, estamos a salvo. ¿Verdad?»

Lo que no sabían era que Elliam se preparaba para correr.

A lo lejos sintieron, como un leve palpitar, que alguien regresaba al pueblo. Era Cristian. No podía ser de otro modo.

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