—Tu auto continúa en casa de los Lee, así que podrás salir de ahí en cuanto llegues —le informó Mingyu.
—Está bien. Probablemente aterricemos durante la tarde si todo sale bien —respondió SeungCheol suspirando y frotando su rostro con cansancio.
Miró la ciudad a través del ventanal de la sala de estar, y una abrazadora tristeza llenó su ser, mientras se encontraba solo en ese lugar.
—Lamento no estar aquí para tu regreso, pero realmente debo irme, Cheol. Creo que estar lejos de Wonwoo me ayudará a pensar en qué quiero hacer. Volveré en tres o cuatro días —se disculpó su amigo—. Regresen a salvo, ¿bien?
—Sí, gracias, Mingyu. Ten un buen viaje, y no hagas locuras en Japón —SeungCheol estaba haciendo su mejor esfuerzo por aligerar el ambiente, pero era complicado cuando se sentía tan exhausto, cuando todo su mundo se estaba cayendo a pedazos.
Se despidió de su amigo y dejó el celular en la mesa del comedor para subir las escaleras después.
De pronto, el ambiente dentro de ese departamento se había vuelto sombrío. La llamada de la señora Lee cambió todo, y se había llevado consigo toda la felicidad que habían reunido a lo largo de sus días. Sin embargo, también había traído cosas difíciles, y ya sólo les quedaba el pesar que los sentimientos por el otro creaban. Ni siquiera tenían tiempo para asimilar lo que estaba ocurriendo, pues un único día les había sido brindado para empacar y volver a casa.
La noche anterior, ambos habían dormido mal, SeungCheol podía decirlo por las pequeñas ojeras bajo los orbes de su amado, y porque le abrazó hasta que se quedó dormido, mientras silenciosas lágrimas se deslizaban a través de sus mejillas, JiHoon haciendo su mejor intento por ocultarlas. Habían planeado quedarse hasta tarde viendo una película o leyendo, pero después de saber que todo estaba listo para su regreso, a ambos sólo les restaba energía para llegar a la habitación del mayor y acurrucarse en la cama. El tiempo se había agotado, y ni siquiera habían podido preverlo. La cura estaba lista, y habrían tenido que volver a casa desde hacía dos semanas, pero los señores Lee habían preferido retrasar el viaje para que pudiera comenzar a ser producida a gran escala, sólo para evitar cualquier posible riesgo, incluso cuando la persona que había iniciado con toda esa amenaza no estaba más viva.
A SeungCheol le habría gustado haber podido brindar consuelo alguno a su destinado, pero, ¿no habría sido mucho más cruel crear en él ilusiones que no podría culminar? No había palabras que pudiera pronunciar que no hicieran crecer en JiHoon la esperanza de que no era ese su final, y jamás se perdonaría el causar dolor a su alma gemela en un intento por sacarle de la tristeza y desasosiego que le llenaban.
Esa mañana había sido incluso peor que las que tuvieron apenas llegaron a América. SeungCheol recalentó algunas sobras de la cena de la noche anterior, quizá en la búsqueda de que sus últimos buenos recuerdos les hicieran olvidar lo que estaba por venir, pero ninguno de los dos tenía apetito. Apenas podían mirarse sin sentir que terminarían por llorar, así que habían pasado la mayoría del día en sus respectivas habitaciones empacando sus pertenencias y sentimientos. Quizá no era la mejor manera de pasar sus horas juntos, pero JiHoon no podía evitar sentirse culpable, porque era su familia quienes les obligaban a dejar todo atrás, quienes querían mantenerle lejos de su destinado, y no podía soportar el saber que era su culpa que su alma gemela se sintiera tan mal.
SeungCheol se detuvo en el umbral de la puerta del menor, tocando un par de veces. JiHoon levantó la mirada de las fotografías que sostenía en sus manos y sonrió ligeramente al mayor. Sólo las lámparas de la habitación estaban encendidas, así que se mantenían en una leve penumbra en aquella última noche.
—¿Estás listo, Ji? —cuestionó SeungCheol, acercándose a él.
JiHoon dejó las fotografías, mirando a su destinado.
—¿Se puede estar listo para esto? —cuestionó el castaño, una amarga sonrisa curvando sus labios.
El moreno no dijo nada más, porque no había forma de responder a ello. No había manera de comenzar a formular el cómo se despedirían al llegar a Corea.
—Tu madre envió ya los boletos de avión. Tenemos que partir a medio día —informó, incluso cuando no quería hablar sobre el viaje.
Sin embargo, ignorar el tema tampoco era una opción. No era como si el tener que regresar pudiera desaparecer con sólo alejar el pensamiento de sus mentes. El mundo no funcionaba de manera tan sencilla.
—Sólo nos quedan poco más de doce horas —susurró el castaño, apretando la mandíbula para evitar que su pena continuara aflorando.
—No pensemos en eso ahora —sugirió SeungCheol en voz baja, abrazando a su chico.
JiHoon se giró para poder rodear ese cuerpo que tantas veces había acariciado durante esos meses. No quería continuar llorando, odiaba con toda su alma tener que mostrarse tan débil y dejar a SeungCheol el trabajo de mostrarse entero para evitar que el precario equilibrio que estaban manteniendo no cediera. Pero era complicado contener el llanto cuando pensaba en que en sólo unas horas más sus manos no volverían a posarse sobre Choi SeungCheol, que no volvería a verlo, y que en sólo un tiempo más quizá ni siquiera le recordaría.
Aferró las oscuras prendas que su destinado vestía y ocultó su rostro en su pecho, queriendo memorizar su fragancia, el cómo se percibían aquellas caricias sobre su cuerpo, y en cómo le hacía sentir la forma en que esos ojos marrones le miraban.
SeungCheol no podía continuar en ese silencio si quería mantenerse en una pieza, así que tomó la barbilla del menor y le obligó a mirarle. Contempló la tristeza pura en esos orbes, la misma que le hubiera gustado poder disipar con una mala broma o la propuesta de una cita. Pero ningún tiempo fuera de casa iba a bastar, de qué servía intentar borrar lo que estaba por suceder si en algún momento tendrían que enfrentarse a la realidad. Y entonces besó sin dudar los delgados labios del castaño, consciente de que ya no le suponía ningún esfuerzo acercarse a él. Todo lo contrario, ambos parecían necesitar el uno del otro de una forma que no podría explicar con palabras, porque sabía que esas cosas estaban hechas para sentirse, no para intentar ser comprendidas con algo tan burdo como el hablar.
En aquel beso se percibía necesidad, y quizá algo de miedo, porque incluso si nunca lo habían pronunciado, en ambos había comenzado a crecer algo más que simple cariño y atracción por el otro.
JiHoon vaciló un momento, antes de rodear completamente el cuello del mayor con los brazos, acercando un poco más sus cuerpos, y SeungCheol sabía que aquello era peligroso. Sabía que esa situación era un completo error, que en un día ese chico no sería más suyo. Que al llegar a su ciudad natal no volvería a verle, y que si se dejaba llevar por el calor que crecía en su interior esa experiencia sólo haría más grande el dolor que ya sentía al pensar en la inevitable partida de JiHoon. La familia Lee reclamaba a su hijo de vuelta, y qué podía hacer SeungCheol sino dejarlo regresar a aquello de lo que nunca debió escapar a su lado.
El futuro no estaba su favor, y jugar con fuego no les haría ningún bien, pero era complicado oponerse a sus deseos cuando moría de ganas por recorrer aquella pálida piel sin miramientos. Y si iba a sufrir, entonces al menos quería justificar perfectamente su pena. Si no volvería a ver a Lee JiHoon, mejor era tener la certeza de que había hecho de todo por mantener su memoria, por aprender cada uno de sus rasgos, de sus movimientos y gestos, para así poder evocarle cuando sintiera que la vida se le terminaba al ya no estar a su lado; porque no se iba a mentir, sabía que la despedida y posterior distancia dolería como el infierno.
Pero quién sabía, tal vez ser optimista por una vez no hiciera daño. Tal vez, incluso en sus precarias y particulares circunstancias, podrían encontrar una forma de salir a flote. Quizá el destino no fuera un maldito y les permitiera permanecer enamorados como estaban en ese momento. O al menos eso quería pensar, mientras admitía para sus adentros que, en definitiva, estaba perdidamente enamorado de JiHoon.
Y con la esperanza de que la vida por una vez no le mostrara la espalda, SeungCheol condujo al menor hasta la cama que habían compartido desde hacía semanas, haciéndole recostarse lentamente, y posicionándose sobre él después, sin desprenderse apenas de sus labios, porque sabía que tendría mucho tiempo para descansar después, y para extrañar aquella boca. Mientras, mientras los minutos se lo permitieran, se robaría de aquel joven todo lo que pudiera, porque la eternidad era larga, y su paraíso duraría apenas esa noche, más otras cuantas horas de vuelo al día siguiente.
En aquella creciente pasión, mientras JiHoon intentaba desabotonar la camisa del mayor, una lágrima se escapó del mar que eran sus ojos, pero SeungCheol no pudo observarla mientras ésta recorría la mejilla de su amado. No pudo saber lo asustado que aquel chico se encontraba, el miedo que tenía al saber que tal vez perdería a la única persona que le había escuchado sin reproches, que había compartido sus miedos sin decirle que debía ser valiente, pero que, sin saberlo, le había enseñado a serlo. SeungCheol le había salvado de muchas formas, y estaba a sólo horas de ser arrebatado de su lado. Y si sería así, entonces entregaría todo lo que tenía, lo que nunca se había permitido mostrar a nadie: amor y miedo, mucho miedo por haberse permitido desarrollar tan grandes sentimientos, incluso cuando estaba completamente prohibido entre ambos.
SeungCheol comprendió lo que el castaño buscaba y se obligó a separarse de él un segundo, observando los ojos cristalinos de JiHoon, en busca de duda.
—¿Estás seguro de esto? —cuestionó entre jadeos, acariciando los cabellos galleta del chico—. Si no es así, me detendré.
Sus manos se dirigieron a las mejillas del castaño, recorriéndolas casi con devoción, intentando convencerle de que lo más importante para él era su bienestar antes que su propio deseo, sus dígitos humedeciéndose ante el llanto de su amado
.
—Quiero esto —aseguró JiHoon en apenas un susurro—. Quiero que sea contigo, Cheol.
Esa última palabra, el mote cariñoso con que JiHoon se había acostumbrado a llamar a quien una vez había odiado, hizo a SeungCheol sonreír, por un momento olvidando la pena que le embargaba. Incluso cuando su alivio no duró demasiado, accedió a ceder a sus instintos. Valía la pena dejar atrás sus convicciones si era con aquel joven.
Volvió a prestar atención a los labios de JiHoon, que comenzaban a tornarse rojizos ante los besos, y comenzó a desabotonar su propia camisa, descubriendo porciones de piel y una que otra cicatriz, producto de ese extraño oficio que había elegido. No era un ser lo suficientemente hermoso como para ser digno de poseer a JiHoon, pero daría todo de sí para hacerle feliz las pocas horas que les quedaran juntos. Le entregaría el corazón antes de verlo partir.
Fue el menor quien terminó de desnudar su torso y arrojó la prenda lejos, importándole poco en qué sitio de la habitación iba a parar.
Las manos de JiHoon parecieron dudar, antes de por fin aventurarse a través de aquella anatomía de músculos delineados sutilmente, los suficiente para arrancarle suspiros mientras SeungCheol repartía besos a través de su cuello, cuidadoso de no dejar rastro alguno que pudiera develar lo que sucedería entre esas paredes. El paso de su boca por esa cálida piel sería como el de su presencia en la vida de JiHoon, rápido y apenas perceptible, o al menos eso esperaba él. Pero sabía que se mentía a sí mismo, porque el castaño estaba tan perdido como él mismo.
SeungCheol recorrió la cintura del menor hasta llegar al borde del suéter que vestía, encontrando que no había otra prenda debajo de ésta al adentrar tímidamente sus dedos bajo del hilo de color claro.
Jamás había sido tan cuidadoso, pero JiHoon no era como nada que hubiera conocido antes. Y esa primera y, seguramente, única vez, ameritaba tomarse todo el tiempo del mundo, incluso cuando no lo tenían.
JiHoon buscó apoyo en sus codos y ante brazos para sentarse en la cama, mirando esos oscuros ojos marrones que le contemplaban con algo que sólo podía definirse como amor. Y podía sentirse tranquilo y afortunado, porque todo lo que necesitaba saber era que su corazón no era el único que sufría al pensar en lo que les deparaba al volver a Seúl.
Tomó el bajo del suéter y comenzó a quitárselo por su cuenta, develando a SeungCheol una inmaculada piel, sonrojándose al saberse expuesto, pero sin intención alguna de detenerse.
Ambos contemplaron durante un momento la anatomía del otro. Había deseo entre ellos, sí, pero eran mayores sus ganas de recordar cada aspecto de su compañero, por si la vida se tornaba tan jodida como anunciaba.
—Tócame —pidió JiHoon en voz baja, volviendo a unir sus labios a los del azabache en sutiles besos.
SeungCheol no tardó en obedecer y volvió a cernirse como la oscuridad sobre aquel delgado y pequeño cuerpo, sabiendo que no olvidaría jamás lo que en ese lugar se vivió. Recordaría desde la primera mirada de odio que compartió con JiHoon, hasta el último momento en que se le permitiera verle si descubrían que no podrían continuar juntos.
A medida que SeungCheol exploraba el torso del menor, este profería suaves y bajos suspiros, de entre los cuales surgía de vez en cuando uno que otro gemido. JiHoon no podía evitar sonrojarse ante su propio placer, cubriendo su boca a cada que uno de esos obscenos gemidos abandonaba sus labios, mientras su piel terminaba de ser desnudada. El azabache tomó entonces sus muñecas y las colocó a ambos lados de la cabeza del castaño, mirándolo a los ojos. Esos orbes bien podrían haber hecho que el corazón de JiHoon se detuviera sin más.
—Quiero escucharte —ordenó SeungCheol, y una punzada de placer hizo mella en el miembro del menor ante esa voz sensual y demandante.
Otro gemido se le escapó y el moreno dio una suave estocada, limitada por las prendas que él aún vestía, luego de posicionarse entre esos muslos, produciendo en el castaño una oleada de algo desconocido para él hasta ese momento.
SeungCheol soltó las manos de JiHoon una vez estuvo seguro que no volvería a avergonzarse ante su disfrute, pues había mucho qué hacer ahí todavía.
Entre sus besos y caricias, las cuales sorteaba a medida que terminaba de desnudar a ese joven para evitar que se sintiera nervioso o asustado, el azabache dirigía sus dígitos hacia la entrada del más bajo. Llevó sus labios hasta el interior de los muslos de éste, dejando suaves besitos sobre esa sensible zona, haciendo que JiHoon estrujara las sábanas en un intento por controlar su placer, mientras sus mejillas se teñían de un carmín más intenso al pensar que estaba a merced de aquel hombre al que bien podía llamar el amor de su vida.
Una pequeña queja resonó en el lugar a medida que le interior de ese joven era invadido por un solo dígito. El castaño intentó acoplarse a esa nueva sensación, mientras era distraído por los múltiples besos y dulces palabras que su alma gemela. SeungCheol, a medida que le preparaba, no dejaba de cuidarle ni de querer que se sintiera cómodo. Tenía suficiente experiencia como para saber qué sitios tocar y qué hacer, pero imprimía en cada movimiento y mirada todo el amor que sentía por ese chico, algo que no había hecho con nadie más en el pasado.
Algunos minutos después, JiHoon gemía sin cuidado alguno, mientras rogaba a su alma gemela porque no se detuviera, mientras que SeungCheol alcanzaba ese punto que, sabía, haría que el más bajo terminara en cualquier instante.
Con la mano libre, atendía también el ya despierto miembro del castaño, y una sensación de completa satisfacción le invadió al verle terminar.
JiHoon era un pequeño desastre en esa amplia cama, y parecía ignorar completamente el hecho de que abría sus piernas para obtener un poco más de placer, que había llamado su nombre sin siquiera importarle controlar el volumen de su voz. Y SeungCheol se sentía bien con ello, no quería verle limitarse cuando sería la única vez que podrían compartir una vivencia así. Iba a poseer a su destinado, y le haría alcanzar las estrellas, antes de que el alba trajera consigo lo que tanto temían.
—¿Quieres continuar? —cuestionó el azabache, acariciando esa estrecha cintura con dulzura.
—Te quiero a ti —respondió JiHoon con voz débil, abrazando al pelinegro, dejando algunos besitos sobre sus hombros—. De todas las maneras posibles.
SeungCheol sonrió, incluso cuando sabía que no había muchas razones para ser feliz en ese momento. Pero nunca una declaración le había hecho sentir feliz, así que quizá estaba anotando algunos puntos a su favor, en ese horrible juego en que estaba inmiscuido contra la vida.
Terminó de desnudarse sintiéndose un tanto tímido. Quizá era por la forma en que JiHoon le miraba, pero, de alguna forma, se sentía más expuesto que nunca. Tal vez se debía a que ese tímido chico había visto de él mucho más que sólo su cuerpo. Él conocía sus temores más grandes, aquella pena con que había vivido cada día desde que tenía memoria, el significado detrás de cada cicatriz que ocupaba su piel. Y sin embargo le adoraba, le profesaba la más pura de las devociones, y era ello lo que le hacía sentirse tan desprotegido, el que Lee JiHoon hubiera observado mucho más que la simple fachada que Choi SeungCheol había construido para protegerse del mundo.
El azabache tomó esos suaves muslos y tomó posición, inclinándose sobre el castaño para volver a besarle, mientras comenzaba a adentrarse en él.
Quería poder volver a JiHoon ausente de su ser por un instante, para evitar que esa situación fuera más dolorosa de lo debido. Preferible era recordarle entregándose a las maravillosas sensaciones que el sexo podía producir, en vez de hacerle sufrir en medio de ese acto.
Pequeños y entrecortados gemidos eran dejados en ese beso que compartían, y SeungCheol podía sentir las uñas de su chico clavándose en su piel, a medida que terminaba de ocupar su interior. Probablemente esas serían las mejores cicatrices que pudiera obtener en toda su vida
Permaneció quieto por algunos minutos, al tiempo que observaba esa mirada marrón bañarse en lágrimas, y sentía el esfuerzo de su amado por recuperar el aliento.
Ojalá el llanto de JiHoon fuera provocado sólo por lo bien que se sentía todo aquello, pero SeungCheol sabía que tras esos pequeños cristales que brotaban de sus orbes había tristeza, que el miedo a ser soltado estaba tan presente que era difícil ignorarlo. Le habría gustado poder vivir aquel momento en circunstancias diferentes, pero había cosas que no podían ser planeadas, y él no quería perder la última oportunidad que tendrían para compartir algo como aquello si ambos tenían la certeza de que era lo que deseaban.
Fue JiHoon quien exigió un poco más de contacto, mientras movía torpemente sus caderas. SeungCheol besó su mejilla, entendiendo el mensaje, y comenzó a moverse suavemente.
Algunos jadeos se le escapan, pues JiHoon le recibía de manera única, pero hacía su mejor esfuerzo por controlarse.
SeungCheol aferró las sábanas, mientras todavía sentía que toda la entereza de su cuerpo le abandonaba lentamente al volver el vaivén más intenso, y observó esos orbes llorosos que le observaban como si fuera el ser más maravilloso del planeta. Supo entonces que no deseaba que otros ojos le miraran así nunca más, que Lee JiHoon sería el único que podría escuchar de él que no era más un hombre descreído del amor.
—Te amo —susurró apartando algunos cabellos galleta de la frente de su amado, y besando su frente—. Te amo, Lee JiHoon.
Sentenció, mientras fallaba en su intento por ser fuerte y una lágrima se le escapaba, justo como ese chico haría en unas horas.

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Red lights
FanficDonde una luz se enciende en las personas al encontrar a su destinado. En un mundo donde la sociedad está en crisis debido a las almas gemelas, un estudiante de medicina enciende La Luz en la persona menos esperada.