Día 30

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Sus gritos llenaron la habitación sin que él fuera consciente de ello. Apretaba los párpados y negaba fervientemente con la cabeza, mientras la sensación de cortes siendo ejercidos sobre su piel le causaba una clase de dolor desconocido, que sólo parecía ser intensificado por la manera en que aquella persona le aferraba de su brazo, ya herido previamente.

La señora Lee entró a toda prisa a esa oscura habitación, el miedo pintando sus facciones luego de escuchar una vez más esa voz llena de pánico, y observó con desasosiego a su hijo, que aferraba las mantas que lo cubrían, mientras continuaba sumido en un profundo sueño.

Aquella mujer llegó hasta el lecho de su retoñó e intentó despertarle entre suaves movimientos y cálidas palabras. El alivio iluminó sus ojos cuando vio al castaño despertar, su pecho subiendo y bajando rápidamente ante lo acelerado de su respiración, y algunas lágrimas llenando esos orbes oscuros, que todavía no parecían terminar de reconocer el lugar donde se encontraba. La mirada ausente de JiHoon divisó poco a poco las paredes de su habitación, descubrió la ausencia de dolor en su cuerpo, y, finalmente, miró el rostro de su progenitora, quien parecía preocupada por lo que fuera que estaba atormentando a su hijo desde su última dosis de la cura.

JiHoon había comenzado a tener pesadillas una vez más, y de haber recordado que aquello había ocurrido alguna vez antes, de saber que hubo una persona a su lado que le confortara y le hiciera olvidar los malos momentos, probablemente ni su familia ni él se sentirían tan extrañados ante esos episodios. Pero no era así, y sus padres se encontraban preocupados por lo que fuera que estaba causando que su hijo se deteriorara ante la falta de sueño. Era la doctora Lee quien se encargaba de mantener a su hijo más o menos sano, entre dosis de somníferos y preguntas que realmente no tenían respuesta, pero sentía que no estaba llegando a ningún lado. No había manera de sacar de la mente de JiHoon algo que ni él mismo recordaba certeramente qué era al despertar.

—¿Estás bien, JiHoon? —le cuestionó su madre minutos después, ayudándole a incorporarse en la cama y limpiando una lágrima que caía a través de una de las mejillas del menor.

El castaño miró a su madre por un instante, en silencio, teniendo la abrumadora sensación de que alguna vez conoció un toque mucho más cálido y amoroso, que alguna vez alguien secó su llanto no porque odiara su dolor, sino porque quería hacerle tan feliz como fuera posible.

—Estoy bien, mamá —respondió con ese acostumbrado tono monótono que había adquirido desde hacía semanas, incluso si minutos antes estuvo paralizado por el miedo.

Un cansado suspiro abandonó sus labios. Apenas había podido dormir otra vez, y las ojeras bajo sus orbes comenzaban a dejar de ser sutiles. Si continuaba así, no sabía cuál sería el siguiente paso que sus padres tomarían para intentar hacerle regresar a la relativa normalidad en que vivía.

—¿Otra vez no puedes recordar qué soñaste? —la voz de su madre.

Por mucho que intentara sonar dulce y comprensiva, no abandonaba ese tono serio que solía emplear siempre cuando se trataba de él.

Pequeñas escenas del sueño se presentaron en la mente del castaño, pero eran inciertas. Y si no podía explicar el origen de esas imágenes en su mente, prefería entonces no hablar sobre ello.

—No, no lo recuerdo —mintió, frotando sus ojos y volviendo a recostarse en la cama.

Las cortinas de su habitación eran lo suficientemente oscuras como para ocultar la luz del exterior y hacerle olvidar por completo que hora era. No recordaba ya que había sido él quien había pedido que fueran colocadas a su regreso de América, pues no quería poder ser capaz de contar los días que transcurrían sin su alma gemela, por medio de los amaneceres o las noches, cuya voz había olvidado también, ese grave sonido que le había arrullado en sus peores noches en otro país. La cura se había robado todo lo que Choi SeungCheol era para él, y no se prestaba ni siquiera para dejarle por lo menos el recuerdo de aquellos ojos que alguna vez JiHoon había adorado, de aquella voz que le hacía sonreír con sólo escucharla. Aquel fármaco le volvía, además, ignorante de que todo el dolor y enfermedad que sentía recorrer su sistema, se debía únicamente al hecho de que su destinado estaba muriendo lentamente, en algún lugar de la ciudad, como las flores se marchitan luego de arrancarlas de la tierra.

Quiso volver a dormir, pero al ver sus intenciones, su madre se apresuró a acariciar sus cabellos y negar.

—Tienes que levantarte y alistarte ya —le informó aquella mujer, levantándose de la cama, lista para volver a sus propias actividades—. SoonYoung y su madre no tardarán mucho más en llegar, así que debes estar listo pronto.

JiHoon reprimió un bostezó y simplemente asintió, alistándose para levantarse, incluso cuando todo lo que quería hacer por ese día era quedarse en cama y no pensar en tener que ser amable con nadie.

—Las mucamas prepararán tu ropa mientras te das un baño —le informó su progenitora, antes de cerrar la puerta de la habitación detrás de sí.

El menor cerró los ojos por un instante, sintiendo el miedo y la duda en su corazón al recordar las horribles pesadillas que tenía día tras día.

SeungCheol pudo observar todos y cada uno de esos pensamientos, y mientras caminaba por un camino bordeado de césped, lamentó el que su pasado estuviera atormentando una vez más a su alma gemela. Podía percibir la inquietud de ese chico, lo mucho que deseaba deshacerse de esos recuerdos, que ni siquiera sabía que eran tales.

El azabache sabía que su destinado estaba pasando por un muy mal momento. Entre los estragos que la cura causaba, sus sueños, y la relación que su madre intentaba forzar entre él y aquel chico rubio; le sorprendía cómo era que JiHoon podía encontrar energía suficiente para salir de la cama a cada mañana y enfrentar todas esas estupideces. Pero él siempre había sido un chico fuerte, y SeungCheol admiraba lo resistente que aquel joven era, lo decidido y determinado que se mostraba, incluso cuando esa fortaleza muchas veces tenía un costo mayor del que se permitía mostrar.

De tener la oportunidad, le habría gustado disculparse con él por tener que hacerle vivir momentos tan horribles, generados por las cosas que le había contado sobre su infancia. Si pudiera regresar el tiempo, probablemente habría sido mejor reprimir esa parte de su vida. Mas sabía también que habían sido esos sucesos los que le permitieron acercarse al menor, los que les hicieron mostrarse más humanos, que derribaron los prejuicios que habían generado sobre el otro, y les permitieron tener un panorama completamente nuevo que les permitiera unirse. No se arrepentía de haber compartido nada con JiHoon, sólo le habría gustado tener una vida un poco más normal para no tener que atormentar a nadie con las cosas que había tenido que soportar a lo largo de sus años.

Así pues, todo lo que podía hacer, era enviar disculpas al viento, con la esperanza de que su destinado recordara, al menos por un segundo, que él siempre quiso protegerle, en vez de causarle tanto daño.

Sin embargo, por al menos un par de horas, SeungCheol tendría que dejar de lado todos los pensamientos que dedicaba diariamente a quien era su alma gemela, pues había llegado a su destino, y sus piernas temblaban mientras observaba ese insignificante rectángulo de concreto en el suelo, casi cubierto con el largo césped que crecía a su alrededor. Y aunque sentía unas enormes ganas de huir de ese lugar, sabía que esa sería la última oportunidad que tendría de visitar el camposanto, pues su cuerpo se volvía más y más débil a cada mañana, y no quería morir sin antes realizar ese cometido. No quería irse del mundo sin hacer valer las miles de cosas que Lee JiHoon le había enseñado. Entonces, lo único que le restó fue aferrar el ramo de flores que llevaba entre sus brazos, antes de tomar asiento sobre la hierba, todavía húmeda por el rocío matutino.

Tomó un hondo respiro, pero su garganta permanecía muda. ¿Qué podía decir en alguna situación así?

Todo lo que pudo hacer en un inicio fue dejar las flores a un lado de aquella lápida, mientras quitaba algunas malezas, hasta develar el nombre de quien descansaba en ese lugar. Era un alivio que a esa hora de la mañana no hubiera nadie más en el cementerio, pues prefería enfrentar ese momento en completa soledad.

—Ha pasado un tiempo, mamá —susurró, sintiendo el corazón encogerse ante el único recuerdo silencioso que tendría de aquella mujer que le había traído al mundo.

Mordió su labio inferior ligeramente y continuó poniendo un poco de orden a ese abandonado lugar. Era una de las pocas tumbas que no parecía ser visitada por nadie, y a SeungCheol no le sorprendía que fuera de esa manera. Él mismo había necesitado de mucho valor para presentarse, y dudaba enormemente que alguna de las muchas parejas que su madre había tenido se molestara en ir a verla a su lecho, o siquiera que continuaran vivos.

Los primeros minutos pasaron sin que supiera muy bien qué era lo que tenía qué hacer mientras estaba ahí. Escasos eran los recuerdos que tenía sobre las ocasiones en que tuvo alguna conversación con su madre. Quizá un par de veces a lo largo de su vida con ella, compartió un helado o un buen momento en el que le prometiera que cambiaría, y como todo buen niño, SeungCheol lo había creído. Pero era un adulto ya, y luego de todas las cosas que había experimentado junto a esa mujer, que era prácticamente una extraña para él, ¿qué podía contarle? Porque estaba seguro de que tal vez ser un asesino a sueldo no era lo que ninguna madre esperaría para sus hijos.

Y como lo único bueno que SeungCheol había tenido en sus más de veinte años de vida, fue un joven de baja estatura y cabellos de jengibre, pensó que tal vez sería bueno comenzar con él, con el verdadero motivo por el que estaba sentado ahí en esa mañana, que para él se percibía fría, debido a lo débil de su condición.

—Conocí a un chico hace un tiempo —empezó, jugueteando con el césped—. Él es la persona más encantadora y amable que pude conocer jamás. Es unos cuantos años menor que yo, un poco gruñón a veces, y tiene los ojos más atrapantes que he visto… y es gracias a él que estoy aquí hoy. Es también por él que quiero decirte, antes de que el tiempo se termine y deba partir, que te perdono, mamá.

Choi SeungCheol no era una persona muy habida a demostrar sus sentimientos. Quizá no había derramado una sola lágrima desde que tenía unos ocho años, ni siquiera podía recordar el tiempo exacto que había transcurrido con claridad, y era por ese motivo que le resultaba extraño el que su vista se nublara debido a las lágrimas.

Tomó la foto de JiHoon que solía mantener con él desde que lo había dejado en aquella mansión, y la miró antes de mostrarla a esa fría lápida, como si esperara que su madre aprobara a quien adoraba con la vida entera.

—Su nombre es Lee JiHoon, es mi alma gemela —explicó, esperando que su progenitora pudiera escuchar cada cosa que le contaba, como si se encontraran juntos en un agradable café, en vez de en el cementerio—. De haber sido por mí, probablemente jamás habría podido venir a visitarte. Pero él me enseñó muchas cosas en el tiempo que compartimos, y ahora sé que no quiero irme de este mundo con nada que no sea el amor que siento por él. Por eso quiero decirte que no te odio más por lo ocurrido. A fin de cuentas, creo que tú estabas tan asustada de mí como yo de ti; y aunque pudimos encontrar una manera de solucionarlo, sólo me queda decirte que te agradezco por los días se sobriedad que me diste, por las pocas o muchas caricias que me entregaste, y porque me diste la vida para poder conocerlo, incluso cuando no podré quedarme a su lado.

SeungCheol pensaba en lo mucho que a su destinado le hubiera gustado presenciar ese momento, ver que comenzaba a reconciliarse con su pasado y su madre, incluso si le había llevado un poco de tiempo. JiHoon siempre le había animado a dejar ir todas esas cosas que, incluso si no lo admitía, continuaban haciéndole daño. Y ahora, aun si el menor no lo veía, quería deshacerse de la imagen dura de sí mismo que se había visto obligado a construir con tal de sobrevivir.

Y mientras el mayor permanecía en ese lugar abierto, intentando tomar sólo los buenos instantes que había tenido con su madre, JiHoon veía un programa de televisión junto a SoonYoung, con algo de inquietud ocupando sus pensamientos, y mientras sus madres fingían hablar sobre negocios.

—No pudiste dormir otra vez, ¿verdad? —cuestionó el rubio, observando el cansancio en los ojos de JiHoon.

El castaño negó ligeramente, mientras muchos pensamientos distintos ocupaban su mente. Se encontraba quizá más ausente que de costumbre, pero SoonYoung se había acostumbrado en cierto punto a ello. Había comprendido ya que ese joven era de pocas palabras, y que a veces era mejor permanecer en silencio. También había entendido que las miradas de JiHoon expresaban mucho más que sus propias palabras, que si quería saber qué era lo que pasaba por la mente de su futuro prometido, era mejor observarle detenidamente que preguntarle qué era lo que le ocurría.

—¿Otra vez esos sueños? —SoonYoung bajó el volumen del televisor y se giró levemente para poder mirar mejor al menor, quien se rindió por fin y asintió.

JiHoon no temía ya de ese chico como en un inicio. De alguna manera, habían aprendido a confiar en el otro, compartían pequeñas cosas de a poco, en un intento por conocerse mejor. SoonYoung había develado a su compañero las cosas que callaba desde hacía tiempo, que el ser abogado y heredar los negocios de sus padres no era lo que deseaba, que se había enamorado de la danza y no concebía su vida encerrado en una oficina y vistiendo un traje. Pero ellos no iban a comprender eso; en cambio, sólo podía contar con JiHoon, quien le observaba con una sonrisa que el confortaba, y le decía que quizá debía ir detrás de sus sueños, quizá porque entendía lo que era perder un deseo, incluso si su mente no estaba lucida y había dejado ir casi por completo el recuerdo de SeungCheol, el que continuaba pesando en su corazón.

Sin tener necesidad de mentir ya, el más bajo asintió a la pregunta del rubio, suspirando antes de mirarle.

—La mayoría de las veces me encuentro con desconocidos y sufro —contó con honestidad. Solamente había revelado pequeñas partes de las pesadillas a SoonYoung, pero esta vez sentía que tenía que hablar de todo aquello si quería volver a tener una noche en calma pronto—. De alguna forma, sé que no soy yo el que está ahí a merced de ellos, pero de igual forma duele y es aterrador.

SoonYoung apretó levemente la mandíbula, mientras abrazaba un cojín y procuraba no mostrar emoción alguna en su rostro.

—Pero también hay otro sueño, uno que me inquieta más que aquellos donde me queman o cortan —susurró, cerrando los ojos un momento para evitar que el llanto cristalizara sus orbes e hiciera su voz quebrarse—. Es un hombre… no sé quién sea, nunca en mi vida lo he visto. Pero camino junto a él en una playa que no conozco, me lleva de la mano, ríe conmigo y me llama por mi nombre. Siempre cuida de mí y evita que me vaya de su lado por mucho tiempo.

El rubio carraspeó un par de veces, antes de ver esos ojos marrones abrirse de nuevo, con la añoranza pintada en ellos. JiHoon habla de ese desconocido con una devoción poco propia de cualquier persona, pero parece sentir cada una de sus palabras, y era como si, incluso cuando no podía poner rostro o nombre a esa persona, supiera que ha significado en su vida mucho más que una simple coincidencia.

—Él… no lo sé, sólo parece mirarme como si yo fuera lo mejor en su vida, aun cuando realmente no puedo saber cómo es su rostro o sus ojos —el aire faltó de pronto en los pulmones de aquel castaño, quien no sabía cómo continuar poniendo en palabras las muchas sensaciones que llenaban su corazón—. ¿Alguna vez te ha pasado, Soonyoung? Creo que puedo estar volviéndome loco.

El nombrado simplemente pudo fingir una sonrisa y negar ligeramente con la cabeza, como si estuviera escuchando el mayor disparate del mundo, y no las melancólicas y confusas memorias de un chico cuya luz estaba extinguiéndose.

—Quizá es sólo una escena que viste en algún lugar, pero no puedes recordar donde. Ya sabes, dicen que los sueños provienen de nuestro subconsciente —respondió con una risilla.

JiHoon pareció pensarlo un par de veces, antes de mirar a SoonYoung y asentir, concordando con él. El mayor no era ningún tonto, y sabía que su compañero no había creído ni una de sus palabras, pero no refutaría nada, probablemente porque se sentía cansado y no quería continuar rumiando esas extrañas apariciones que tenía mientras dormía.

SoonYoung se destestó a sí mismo por tener que responder tal estupidez. Pero tenía un silencio qué mantener, una promesa qué cumplir, y por ello era que no podía hacer más que mostrarse incrédulo ante las cosas que escuchaba. Sólo podía contribuir a mantener a JiHoon en la mentira en que sus padres querían que viviera. No podía contarle que aquella persona que se aparecía en sus sueños, a quien el más bajo creía poder percibir de vez en cuando, era su alma gemela, el mismo hombre al que habían obligado a alejarse de su lado. Y sentía pena por sí mismo también, porque podía ver en ese chico lo que le esperaba si era que su luz llegaba a encenderse algún día.

—Quiero una hamburguesa y soda —fue lo siguiente que expresó el castaño, intentando desviar el tema de conversación.

—Pero acabamos de desayunar, JiHoon —replicó SoonYoung.

El más bajo le miró, de esa forma en que alguna vez hizo con SeungCheol con tal de hacerle ceder a sus deseos de desayunar alguna cosa inusual o de realizar algo que podría ser peligroso para su persona, como cuando le acompañó a revisar un cargamento de armas, algo que no recordaba ya. Y si bien, el que SoonYoung aceptara sus peticiones no le hacía sentir ni la mitad de bien de lo que hacía cuando ocurría con le azabache, por lo menos podía obtener algo de felicidad al ver a su nuevo amigo aceptar lo que deseaba.

—¿No te sientes cansado como para estar en la calle? —cuestionó el rubio, levantándose y asegurándose de que tenía las llaves de su auto consigo.

—No, estoy bien. Solamente quiero salir de aquí —respondió el menor.

No había tenido muchas oportunidades de abandonar la casa, y SoonYoung lo sabía. Y aunque anticipaba que la señora Lee no iba a ser fácil de convencer para que les dejara salir solos, siempre podía decirle que quería tener una verdadera cita con su hijo, a lo que no dudaba que aceptaría. No podía ver a Lee JiHoon de manera romántica, pero por lo menos le ayudaría a sonreír un poco ese día.

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