Cerró el libro en cuanto hubo terminado su lectura, y miró a través de la ventana, la ya acostumbrada sensación de vacío haciéndose presente en su pecho. Porque sabía que no importaba cuántos libros leyera, cuántas canciones interpretara o cuántas caminatas en el jardín diera, nada iba a llenar esa falta que sentía en su ser. Ninguna cantidad de palabras o promesas sobre su futuro le harían añorar menos su pasado; y ni todos sus pensamientos de enojo borrarían el sentimiento que todavía surgía de su corazón al pensar en aquel moreno que se marchó hacía ya más de una semana.
La vida de JiHoon había regresado casi completamente a la normalidad. Su familia había decidido que no sería conveniente para él volver a la universidad, por lo que pondría en pausa momentáneamente su educación, al menos hasta que la administración de la cura terminara y pudieran cerciorarse de que él estaba bien. Pero el castaño sabía también que, si no podía ir a clase, o a ningún otro sitio, por su cuenta, no era sólo por los efectos secundarios que el fármaco pudiera tener. Se trataba simplemente de que sus padres sentían miedo de lo que pudiera ocurrir cuando abandonara la seguridad de su hogar. Temían que su amor por su destinado le hiciera ir a buscarle, o que aquel hombre tuviera las peores intenciones hacia JiHoon. Y como el menor ya no podía ni siquiera confiar en lo que creía conocer de aquel moreno, mejor era no tentar al destino. No sólo porque temiera que él pudiera hacerle daño, sino porque no sabía si podía volver a verlo sin sentir que necesitaba preguntarle por todas aquellas cosas que no abandonaban su mente en ningún momento del día, por mucho que todas las personas en esa casa se esforzaran por hacer como si Choi SeungCheol nunca hubiera existido jamás.
Desde que había vuelto, toda la ropa que vestía era lo suficientemente gruesa y oscura como para evitar que su luz brotara de su pecho. Su madre escogía su atuendo a diario, en un intento por hacer que su hijo no observara ese destello a cada instante. Aunque lo cierto era que ya no hacía mucha falta mucho trabajo para ocultar La luz. Desde que el azabache se había ido, y JiHoon había comenzado con su tratamiento, ese carmesí brillo, que en algún momento había sido fuerte y hermoso, ahora había comenzado a opacarse. A cada día que pasaba, moría un poco más, y sólo parecía extinguirse con mayor rapidez luego de cada dosis del fármaco, en su prisa por hacer que el hijo de los Lee continuara siendo una persona relativamente libre.
JiHoon no lo había notado, porque no tenía intención alguna de usar la hipersensibilidad que poseía con SeungCheol, pero ésta también se había debilitado. Su alma gemela siempre había sido un pequeño misterio difícil de encontrar y descifrar para él, pero ahora no podría ni siquiera ubicarlo como solía, tampoco podía ver lo que su destinado hacía, mucho menos hablar con él sólo a través del pensamiento. Lo único que quedaba de aquel peculiar poder que La luz brindaba a los enamorados, era el fluir de las sensaciones, como el dolor o la tristeza. El castaño no sabía que parte de esa pena abrazadora que le embargaba, provenía del moreno que todavía pensaba en él como su existencia misma. Pero ni siquiera se había detenido a pensar en ello. En cuanto JiHoon vio ese auto alejarse de su hogar bajo la lluvia, no se le ocurrió pensar en sólo seguir la luz roja que posicionaba a su alma gemela sobre el mapa, ni en invadir la mente del pelinegro para averiguar qué era lo que pensaba en ese instante. Porque si SeungCheol no pudo siquiera despedirse de él apropiadamente, ¿qué sentido tenía entonces seguirle a donde fuera?
JiHoon no guardaba tampoco objeto alguno que le recordara a su tiempo en el extranjero, o a ese hombre que hizo tan dulces sus días fuera de Corea.
Sus maletas habían sido deshechas por las sirvientas, bajo la atenta observación de su madre. Toda prenda que pareciera desconocida para ella, y las cosas que tuvieran algo que ver con SeungCheol, fueron desechadas. Cada fotografía y obsequió que el mayor le dio desaparecieron, pero dejaron consigo el pesar de que cada una de esas cosas le fueron entregadas con unas cuantas palabras de cariño que no existían más. JiHoon pudo haber puesto un poco de resistencia, si no hubiera sido porque realmente no quería tener nada que pudiera avivar su tristeza. Los recuerdos que tenía eran suficiente para que no pudiera dormir por las noches, y para hacerle derramar una que otra lágrima con la luna como única compañía.
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Red lights
Fiksi PenggemarDonde una luz se enciende en las personas al encontrar a su destinado. En un mundo donde la sociedad está en crisis debido a las almas gemelas, un estudiante de medicina enciende La Luz en la persona menos esperada.