Volteó las tiras de tocino que continuaban friéndose en el sartén, antes de beber un poco más de vino de su copa. El reloj anunciaba ya las once de la mañana y, sin embargo, el departamento lucía todavía tranquilo. Los únicos sonidos que se percibían eran los de la comida siendo preparada y la suave música que SeungCheol había puesto para hacerle compañía mientras cocinaba, además del ocasional correr del vino a cada que vertía el líquido en la copa.
Esa mañana el clima era considerablemente agradable, por lo que la calefacción había bastado para hacerle sentir cómodo. Recorría la cocina con sólo el pantalón del pijama puesto, pues había dormido sin camisa, y no quería despertar a JiHoon haciendo ruido para buscar algo qué vestir.
El castaño había retomado sus sesiones de estudio de cada día desde que año nuevo había pasado, pero parecía no existir en él una noción de cuándo parar. Normalmente, JiHoon dejaba esos momentos para la noche, pero en muchas ocasiones parecía perder la noción del tiempo y simplemente continuaba leyendo y memorizando hasta pasada la media noche. Era entonces cuando se unía a SeungCheol en la cama, no importando ya si dormían en su propia habitación o en la del azabache. Simplemente estaban tan acostumbrados a descansar junto al otro que todo lo que el mayor esperaba a cada que apagaba las luces, era sentir a su destinado deslizarse bajo las sábanas, sólo para buscar su calor en esa oscuridad, cosa que el moreno correspondería rodeándole con sus brazos, para darle un último beso de buenas noches, incluso si se encontraba todavía adormilado.
SeungCheol estaba ya tan habituado a esa encantadora rutina, a observar esos ojos marrones a cada que despertaba, y a compartir una curiosa conversación con el menor cuando había oportunidad de ello. Pequeñas acciones llenaban sus días mucho más que cualquier cantidad de dinero que hubiera podido ganar. Ahora comprendía el por qué algunas personas decían que el amor podía completar cualquier vida, por muy rota que estuviera.
Sirvió el tocino en un plato y se apuró con el resto de la comida, terminando el vino de la copa, cuando pesados pasos en la escalera le hicieron girarse. Un adormilado JiHoon se hacía presente, todavía bostezaba y sus cabellos se encontraban desordenados.
—Buenos días —saludó en voz baja el castaño, acercándose hasta su alma gemela.
SeungCheol rió ante la imagen de su destinado apenas despierto, pero no dudó en abrazarle y en besar sus cabellos.
—Buenos días, Hoon.
—¿Qué haces despierto tan temprano? —cuestionó JiHoon, negándose a separarse de ese hombre, adorando el calor que la piel de éste desprendía.
Ya no era extraño para el menor ver a SeungCheol semi desnudo. Era algo casi usual en ambos, JiHoon había dejado de observar aquellas cicatrices que cubrían el torso de su destinado como huellas de algo horrible, y ahora sólo las observaba como parte de lo que ayudaba a ser a Choi SeungCheol un hombre tan bueno para él. Su alma gemela, aquel que debía ser el amor de su vida.
—No es temprano, Ji. Tú dormiste hasta tarde —respondió el azabache.
La expresión de incredulidad en el rostro de JiHoon era oro, probablemente ni siquiera se había fijado en el reloj al salir de la cama.
—¿Hasta qué hora te quedaste anoche? —fue el turno de SeungCheol de cuestionar, mientras ponía un poco de orden en esa cabellera galleta.
—No lo sé, quizá hasta las dos… —dubitó JiHoon, percibiendo entonces el olor de la comida preparada. Su estómago rugió ligeramente, y ayudó a que abandonara un poco más el estado de zombie en que se encontraba—. ¿Necesitas ayuda?
Aunque sabía que sus habilidades culinarias eran prácticamente nulas, siempre intentaba poner de su parte, ya fuera poniendo la mesa o entregando a SeungCheol las cosas que pudiera necesitar. Tenía incluso un pequeño banquito que usaba para alcanzar las alacenas y que el moreno no tuviera que ayudarle a cada momento, algo que había sido muy útil para él cuando quería buscar algún aperitivo durante sus noches de estudio. Pero para el pelinegro se había vuelto una costumbre el mimar a ese chico tanto como pudiera. Claro que le permitía hacer lo que quisiera, pero al verle tan cansado prefería sólo ser él quien se centrara en dejar la comida lista.
—No, está bien, ya casi termino —respondió, cargando al castaño para ayudarle a sentarse sobre la isla de la cocina—. Sólo quédate aquí y hazme compañía, ¿bien?
JiHoon se dejó hacer y asintió con una pequeña sonrisa, tallando sus párpados después y reparando en la suave melodía que llenaba el lugar.
Había aprendido algo sobre los gustos musicales de su destinado, y aunque eran variados e impredecibles, justo como ese hombre, realmente le gustaban. Disfrutaba de las canciones que SeungCheol tenía a bien mostrarle, y él mismo había compartido distintas opciones con su alma gemela, era como otra manera de comunicarse entre ambos, como la hipersensibilidad que les brindaba su luz carmín.
—¿Quieres galletas? —ofreció el moreno, sus manos apoyándose en el borde del mueble, a ambos lados del cuerpo de JiHoon.
—Creo que será mejor que las guarde, sino no comeré bien —respondió, pues sabía que si comenzaba con esas galletas que tanto adoraba no iba a poder detenerse después.
Y como si fuera cualquier cosa, el menor se inclinó para besar esos labios rosados que no había sentido desde la noche anterior. Pasó de un suave contacto a saborear la saliva de su amado, sorprendiéndose ante el sabor que tenía.
—Sabes a alcohol —dijo JiHoon en cuanto se hubieron separado unos centímetros.
Su diestra acarició una de las mejillas de SeungCheol, para después refugiarse en el cuello del mayor, cerrando los ojos un momento, disfrutando de ese contacto. Sus manos podían percibir el relieve de algunas cicatrices, las que recorría una y otra vez.
—Bebí algo de vino —SeungCheol había señalado la copa que había usado, y que todavía contenía un poco del oscuro líquido, pero eso parecía ser irrelevante en ese instante, mientras se aproximaba más al cuerpo del menor.
Sus manos pasaron a aferrar la cintura de JiHoon, quien, de un momento a otro, comenzó a repartir besos por sus clavículas. Eso era algo que no había ocurrido entre ambos desde que su relación cambió y se volvió más cercana, pero no resultaba en absoluto molesto para el pelinegro. Todo lo contrario, generaba en él una leve onda de calor que aceleraba su pulso y volvía mucho más relajadas las caricias que brindaba al torso de su chico.
—¿Por qué bebes a esta hora de la mañana? —quiso saber JiHoon.
—Sólo fue un antojo —aseguró el más alto.
Realmente no le molestaba ya que su destinado bebiera en la casa. JiHoon había abandonado muchas de sus negativas respecto a las cosas que SeungCheol hacía, no porque le gustaran del todo, sino que entendía que ese lugar era de ambos, por lo que deberían poder gozar de los mismos privilegios. Así pues, de vez en cuando observaba a su alma gemela recorriendo la casa con un cigarrillo entre los dedos, y las botellas de licor ocupaban una de las gavetas en la cocina. Y aunque el castañito no era alguien habido a beber, debía admitir que el vino sabía incluso mejor en los labios de ese azabache.
—Creo que debería volver a lavarme los dientes, no quiero no poder besarte —bromeó el pelinegro, depositando un beso en la coronilla de JiHoon.
Sin embargo, el menor estaba dispuesto a demostrarle que se equivocaba completamente.
JiHoon abandonó la cómoda posición que mantenía y acaparó ese rostro entre sus manos, ocupando los labios de su destinado sin dudarlo siquiera. No era un beso tímido, como los que solía brindarle, ni siquiera había rastro de su cansancio en él. Se trataba de un contacto más necesitado, demandaba mayor atención y fuerza por parte de SeungCheol, y ello no contribuía en nada en mantener los límites que hasta ahora habían instaurado en su convivencia.
El azabache solía pensar que era su responsabilidad establecer un alto a algunas situaciones en que JiHoon parecía no ser consciente de lo que podía generar con sus acciones. Era la parte responsable y seria en esa relación, mas no le quedaban ganas de detener a esas manos que iban desde su cuello hasta su pecho.
Decidió que sería mejor probar qué era lo que estaba buscando su destinado en ese momento. Mentiría si dijera que no había pensado en JiHoon de una manera que no podía poner en palabras, que no había observado su cuerpo intentando adivinar la figura que la ropa ocultaba, que mientras dormían no observaba a ese chico pensando en cómo sería verlo convertido en un desastre, en si se aferraría a él durante una sesión con la misma devoción con que hacía mientras se encontraba en la inconsciencia. Era difícil no desear a alguien como Lee JiHoon cuando convivía con él a cada día y lo quería tanto.
Profundizó el beso y sus manos se deslizaron suavemente hasta las caderas del menor, donde dio un ligero apretón que hizo al menor dar un leve respingo, y SeungCheol podría jurar que percibió un leve jadeo en el beso que todavía mantenían, lo que le hizo sentirse secretamente orgulloso.
Sus labios tuvieron que separarse un momento para recuperar el aliento, pero se mantenían a escasos centímetros de distancia. Las manos de JiHoon se habían detenido en el estómago del azabache, pero éste no tenía intenciones de detener su camino, especialmente cuando esos orbes le observaban con mucho más que curiosidad. Había mucho que el más bajo no estaba diciendo tampoco, y que no sabría expresar en voz alta, debido a que nunca nadie le había atraído en la forma en que su alma gemela hacía. Ni siquiera se había despertado esa mañana con la idea de tener un mayor acercamiento en la cocina, pero no quería perder la oportunidad, especialmente cuando estaba experimentando tantas sensaciones en su interior.
—Pensé que no te gustaba el sabor del alcohol —bromeó SeungCheol, su voz era apenas un susurro.
—Es diferente cuando se trata de ti —fue la única excusa que un sonrojado JiHoon pudo hilar en ese momento.
—¿Es así?
SeungCheol ni siquiera esperó una respuesta, el que el castaño correspondiera a sus besos era suficiente para él.
Sus falanges continuaron el recorrido hasta llegar a los muslos de su destinado, quien se contrajo levemente. Tenía un poco de miedo de todo lo que ese hombre causaba sobre su cordura, pero tampoco le quedaba demasiada energía para negarse completamente y detenerse a cuestionarse si eso estaba bien, no cuando los ojos del azabache le observaban como si fuera una presa.
Sabiéndose necesitado de un poco más de contacto, JiHoon accedió a abrir sus muslos lentamente. Sus dígitos se enredaron en esos cabellos negros como el carbón, mientras sus torsos terminaban de encontrarse. SeungCheol renunció al toque de los labios del más bajo para descender poco a poco hasta su barbilla. Y aunque se había prometido a sí mismo y a Mingyu no involucrarse con ese joven de ninguna manera, la curiosidad le podía más. Él, que había sido quien indujo a tantas personas a dejarse hacer para su propio placer, era ahora un esclavo de lo que un chico virgen quería o no hacer, era simplemente un hombre atrapado por los encantos que ese castaño probablemente ni siquiera sabía que poseía.
Sus dedos se aventuraron lentamente bajo el pijama de JiHoon, encontrándose con la suave piel de su torso, cálida y limpia, como la propia probablemente nunca sería debido a la vida que llevaba.
Una pequeña corriente eléctrica recorrió la espina dorsal del menor, no sabía qué causaba más estragos en él, si esos pequeños besos, el estar tan cerca de percibir el tamaño de su destinado, o los vacilantes toques que percibía sobre la piel de sus caderas. Era difícil concentrarse en una sola cosa cuando era Choi SeungCheol quien estaba explorando lugares que nunca nadie había recorrido nunca. ¿Cómo se negaba a él si era la primera persona a la que deseaba en toda su vida?
Su mirada se encontró de un momento a otro con la del mayor. Había observado al pelinegro en muchas situaciones a lo largo de los meses que llevaba a su lado, pero podía jurar que nunca esos orbes oscuros le parecieron más atrapantes que en ese instante. SeungCheol podría hacerle lo que deseara en un segundo y, aun así, parecía que estaba luchando en verdad por mantenerse sereno. JiHoon no lo sabía porque ni siquiera se le cruzaba por la mente en ese momento el leer los pensamientos de su destinado, pero el mayor intentaba convencerse de que ese castaño se merecía algo mejor que ser un simple momento sobre el mesón de una cocina. Se arrepentía no por quererlo o por desearle, sino por casi olvidar que no debía ser él quien llenara de esperanzas e hiciera descubrir cosas nuevas a un joven que no era realmente suyo. Así que sin decir nada todavía, ambos sonrieron como si compartieran el mejor secreto del mundo, uno que nadie podría saber nunca, porque sus mundos no estaban hechos para coincidir de la manera en que les gustaría.
El estómago de JiHoon volvió a rugir, exigiendo comida de nuevo. El menor había olvidado por completo entre esos besos y caricias que se suponía que tenía hambre y que comerían pronto.
—Por favor, dime que no dejaste nada en el horno o al fuego —pidió el castaño, el rubor en sus mejillas volviéndose incluso más intenso y ocultándose de nuevo en el cuello del moreno.
Ambos rieron y SeungCheol negó, volteando un segundo para asegurarse de que nada se quemaba a sus espaldas. Definitivamente podrían crear un desastre sólo con perderse en las acciones del otro, así que debían ser un poco más cuidadosos si querían evitar destruir el lugar en que vivían.
SeungCheol reparó en que todavía se mantenía entre los muslos del más bajo, que con sólo atraerle un poco más hacia sí podría empezar de nuevo toda la situación que habían abandonado segundos atrás. Y aunque realmente lo deseaba, no quería hacer algo indebido ni arriesgar el tiempo de estancia que le quedara con su alma gemela.
Se alejó de JiHoon después de darle otro rápido beso, evitando así que la situación se volviera incómoda entre ambos. Tomó una tira de tocino frita y la entregó al menor, quien la aceptó con una sonrisa.
—Me daré prisa para terminar, no quiero que desfallezcas aquí —JiHoon le miró acusadoramente un momento antes de volver a reír, disfrutando de la evolución que ese momento había tenido.
SeungCheol se esforzaba por no volver las cosas difíciles o incómodas para él, por cuidarle y hacer que todo lo que pudiera saber o vivir no se convirtiera en algo que le afectara de alguna forma. Y JiHoon apreciaba enormemente el saberse así de querido, incluso si no se le era expresado con palabras.
Ninguno de los dos había dicho jamás cuándo quería al otro, de los labios de SeungCheol jamás habían brotado palabras de amor para ese joven, nunca había pronunciado lo feliz que le hacía y lo mucho que importaba para él, así como JiHoon tampoco podía encontrar el valor suficiente para aceptar sus sentimientos. Pero, de alguna forma, para ambos no era necesario escuchar las cosas para saber que eran reales. En sus acciones encontraban mayor consuelo de lo que harían en una conversación entera, y eso parecía ser suficiente. Cuando el silencio podía brindar tanto, ahí era donde el menor quería permanecer.
—Te traeré una camisa, Cheol —dijo JiHoon, bajando del mesón, comiendo el tocino.
—¿Por qué? ¿Esto es demasiado para ti? —SeungCheol alzó las cejas juguetonamente mientras exponía su torso desnudo al más bajo.
Nunca pensó que llegaría el momento en que no se sentiría avergonzado por las múltiples cicatrices que existían sobre su piel. Pero ahora que JiHoon conocía el origen de cada una, que incluso había acariciado algunas y besado otras más, ¿qué podría hacerle sentir mal? Si sabía que era apreciado con o sin el horrible pasado que llevaba a sus espaldas.
El castaño tomó un paño de cocina y lo arrojó a su destinado, negando con la cabeza.
—No, pero no quiero que te resfríes —respondió JiHoon, acercándose a él una vez más para volver a ser abrazado como si fuera lo más valioso en la vida de ese azabache—. ¿Hoy no duelen?
JiHoon recordaba lo que su destinado le había explicado sobre lo que los cambios de temperatura podían hacer con sus cicatrices, así que se preocupaba porque pudiera sentir alguna incomodidad. Quería poder ayudarle a aliviarse en la medida de lo posible.
—No, estoy bien —aseguró SeungCheol.
—Entonces sólo te traeré algo cómodo, volveré pronto —prometió JiHoon, dirigiéndose a las escaleras.
Por su parte, el mayor permaneció en la cocina para servir la comida. Llevó las cosas a la mesa y se disponía a buscar el resto de los cubiertos. Su humor era tan bueno aquella mañana que incluso tarareó un poco de la melodía de la canción que se reproducía en ese momento.
El castaño llegó a la habitación de su destinado, pero en vez de apresurarse para buscar una camisa, cerró la puerta lentamente detrás de sí, reposando su espalda sobre ésta y suspirando. Su corazón corría como un loco mientras sus mejillas se sentían arder. Lo que había ocurrido en la cocina le tenía un poco fuera de lugar, se sentía mareado y su cuerpo estaba reaccionando de una forma que nunca había experimentado. Pero no le desagradaba en absoluto, no había odiado los besos de SeungCheol, ni las suaves y cuidadosas caricias que proporcionaba a su cuerpo. En realidad, tenía curiosidad de hasta donde podrían llegar después.
Consciente de que el mayor estaba esperándole abajo, JiHoon se dirigió al armario de su chico, tomando una remera negra. Debía admitir que adoraba cómo los colores oscuros contrastaban con la piel del azabache, así que sería un pequeño deleite para él.
Tomó la prenda y hundió la nariz en esta, aspirando el aroma de su alma gemela, esa mezcla de tabaco de buena calidad y lución que era tan única. JiHoon siempre había odiado el aroma del tabaco, pero en ese hombre se volvía algo único. Quizá estaba mucho más perdido de lo que había creído en un inicio, más inmerso en los encantos de ese sujeto. Era mucho más consciente de la influencia que SeungCheol tenía en su vida.

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Red lights
FanfictionDonde una luz se enciende en las personas al encontrar a su destinado. En un mundo donde la sociedad está en crisis debido a las almas gemelas, un estudiante de medicina enciende La Luz en la persona menos esperada.