Epilogo (Parte 2)

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~~ VARIOS MESES DESPUÉS ~~

POV. ALBA

- Sí, acepto -dije delante de todos los invitados mirando a esa preciosa morena de 1'80 que tanto me hacía suspirar. El juez de paz pronunció las siguientes palabras convirtiéndome así en la esposa de Natalia Lacunza.

Acabó el discurso con el ya conocido "puede besar a la novia".

Sin apartar un segundo la vista de los ojos la una de la otra, sonreímos. Natalia posó sus manos sobre mis mejillas suavemente y me acercó a ella para juntar nuestros labios en un dulce y tierno beso; mientras eso ocurría, podía escuchar los aplausos y gritos de los invitados. En el beso mi sonrisa se fundió en la boca de la que ahora era mi mujer.

- Te amo -susurré al separarnos dejando mi frente apoyada en la de Natalia. Otro "te amo" susurrado salió también de su boca.

Salimos del jardín donde nos habíamos casado mientras los invitados tiraban pétalos de rosas rojas y arroz, y subimos al coche con mis padres para que nos llevaran al lugar donde celebraríamos el gran convite.

Aunque Natalia no quería una fiesta muy grande, debido a la insistencia de mi madre y la suya, al final no pudo negarse. A mí la verdad no me importaba lo espectacular que fuera; con tener a Natalia me sobrara. Nuestras madres no escatimaron en gastos. Querían los mejores adornos, la mejor comida, la mejor música, lo querían todo. Lo único que no fue grande fue el número de invitados; eso lo dejamos claro, solo amigos y familiares cercanos. No habría más de 70 personas.

- Estas preciosa -dijo Natalia entrelazando nuestras manos.

Para el día de mi boda había elegido un vestido blanco que acababa en el suelo, de media manga con bordados en la parte de los brazos y unos cuantos adornos en la parte de la cintura. Decidí no hacerme nada extravagante en el pelo así que solo lo ondulé y puse una rosa blanca en el lado izquierdo. Mi cuello estaba adornado por el collar de plata que llevó mi madre el día de su boda.

- ¿Yo? ¿Tu te has visto? -dije dándole un beso en la mejilla.

El vestido que llevaba Natalia era totalmente diferente al mío. Aunque también era blanco, el suyo no era tan largo, solo tenía un tirante (el izquierdo) y una rosa blanca lo adornaba. Llevaba el pelo totalmente liso y en su muñeca tenía la pulsera de oro que su madre le había dado.

- Te he visto llorar cuando he entrado -dije mirándola. Se sonrojo y sonreí.

- No he llorado.

- Sí lo has hecho. Y te he visto, todo el mundo te ha visto soltar alguna lagrimita, todo está grabado -dije molestándola- ¿Verdad que sí mamá? ¿a que tú también la viste? -le pregunté a mi madre que iba en el asiento del copiloto; la mujer nos miró y solo rió. Natalia besó mi frente; le puse detrás de la oreja un mechón de pelo que caía- Me encanta el brillo especial que tienen tus ojos hoy.

- Estoy feliz porque me he casado con la mujer de mi vida y eso se refleja en mis ojos.

- ¿Te he dicho que te amo mucho? -pregunté riendo.

- No lo suficiente -la besé.

- Chicas -dijo mi padre- Me acaba de subir el azúcar solo de escucharos -vi como Natalia se sonrojaba.

- Déjalas, es el día de su boda. Hoy no tienes permitido molestarlas -dijo mi madre.

- Eso papá ,hoy no puedes molestarnos -dije riendo.

- ¿Algún comentario, Natalia? -le dijo mi padre.

- No, ninguno.

- ¡Mi amor! -reí.

Cuestión de tiempo | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora