Capítulo III

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   Estaba en mi palacio recorriendo la biblioteca real; cargaba un montón de libros en mis manos y me sentía feliz, sería otro día de lectura muy fructífero; pero en un momento miré hacia adelante y estaba él.

   —¿Qué está haciendo aquí? —pregunté asustada.

   —Esto no es real —me dijo sonriendo malvadamente.

   Miré mis manos notando que los libros habían desaparecido y ahora tenía los grilletes en mis muñecas.

   —¡No! ¡No puedes encerrarme! —exclamé  luchando para quitármelos pero no lo lograba— ¡No!

   Abrí mis ojos. Respiré agitada tratando de espantar las malas sensaciones de mi cuerpo, observé con claridad y me di cuenta de que los grilletes eran muy reales, eso me destrozó. Comencé a llorar automáticamente por mi suerte, aquello tenía que ser mentira, por un momento creí que había sido todo una pesadilla pero no, era real, totalmente real. Intenté levantarme de la cama pero noté que algo sujetaba mi cintura, quité la sábana y le vi.

   Él estaba ahí, abrazado fuertemente a mi cuerpo con su cara en mi pecho y yo ni siquiera lo había notado. Traté de separarme pero no me dejó.

   —No te muevas tanto, quiero dormir —musitó aún con los ojos cerrados y acurrucado contra mi piel. Parecía un niño pequeño hablando así.

   —¿Cuando llegó? ¡Y suélteme ya, por favor! —le pedí tratando de separarlo sin lograr nada

   —Llegué unas horas después, estabas dormida.

   —Bien, pero ya aléjese —no logré absolutamente nada—. Si no lo hace volveré a pegarle en la quemadura —le advertí y se separó, subiendo hasta quedar frente a frente conmigo.

   —Hueles muy rico, ¿sabes? Me hiciste dormir como un bebé. —Sujetó mi cintura, juntándome a él y se acercó a mi cuello aspirando mi olor.

   Eso me hizo sentir sumamente incómoda, recordando la estupidez que hice el la noche anterior.

   —No puedo decir lo mismo —le alejé y me levanté mostrándole grilletes—. Me hacen daño, ¿sabe?

   —Normalmente los quito pero eres un poco salvaje, ya me has hecho daño con ellos, no puedo imaginar que harás si no los tuvieras —respondió sonriendo como si fuera lo más normal del mundo.

   ¡Literal me había comparado con un animal!

   No sé, por qué me sorprendió, al final me tenía amarrada como uno.

   —Me duelen mucho —insistí porque era verdad, ya incluso tenía marcas y heridas.

   Él se sentó al borde de la cama, tirando de una de las cadenas suavemente para acercarme, dejándome entre sus piernas. Le miré nerviosa, me quedaba a la altura del pecho y sus azules ojos me observaban mientras sus manos descansaban sobre mis caderas.

   —Debes prometerme que te comportarás si te las quito —aspiró mi olor por encima de la ropa—. Tienes que portarte bien, Valeria, ¿comprendes? Ser buena conmigo.

   Apreté los labios, eso de ser buena no me hacía gracia, porque entendí a lo que se refería— Lo haré —mentí y él fue hasta el otro lado de la habitación (hasta donde mis cadenas no me dejaban llegar) y tomó unas llaves con las que me quitó los grilletes—. Gracias —le agradecí masajeándome las muñecas.

   —Bien, ahora vamos a dormir, ayer llegué muy tarde y aún es muy temprano. —Se tiró sobre la cama pero yo no quería volver para ahí con él, no con las intenciones que tenía.

Dark AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora