Capítulo XXV

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   Pasó una semana desde aquel horrible día. Los primeros días me los pasé llorando por los rincones, fue una pesadilla, no creí que dolería tanto, no pensé que de esa forma. Le extrañaba, debía admitir que le extrañaba como nunca pensé hacerlo. Me costó, pero tuve que volver a hacer mi trabajo; de todas formas habría otra batalla y los soldados debían de estar sanos.
Aunque ya nada me importaba, él había muerto y nuestra última conversación había sido esa; le había deseado la muerte y ahora yo estaba muriendo por ello.

   —Buenos días, Valeria —me saludó Uriel entrando a la tienda donde estaba tratando a los heridos.

   —Hace mucho que no son buenos —respondí triste arreglando algunas cosas de por allí.

   —¿Cómo están los heridos?

   —Recuperados la mayoría, aunque lo que quedó de ejército fue casi nada.

   —Es bueno que se estén recuperando, mañana iremos a enfrentarnos con Natanael.

   —Quisiera que no siguieses con esa idea, Uriel, por favor —le insistí como tantas veces en esos días, pero parecía que el espíritu de Kay se había apoderado de su cuerpo.

   —Sabes que no me detendré.

   —Lo sé, Kay tampoco lo hizo y murió por ello —una lágrima se escapó de mis ojos ante mis propias palabras—. Pero está bien, será como tú quieras —me sequé el rostro para calmarme, no podía ponerme a llorar ahí.

   —¿Sabes, Valeria? Cuando Kay ascendió al trono también fue de una forma inesperada. Su hermano fue asesinado y él ni siquiera se había comportado de la mejor forma la última vez que hablaron —me contó recostándose de una mesa.

   —No sabía nada de eso —me recosté junto a él para escuchar.

   —Lo sé, por eso te lo digo. Kay no quería ser rey; ponerle esa corona en su cabeza fue toda una batalla —comentó con una sonrisa triste—. Nunca le gustó ponerse la corona, la odiaba y solo la usaba de vez en cuando para impresionar.

   Sonreí ante ese comentario, a mi mente llegó aquella primera vez que le vi con ella puesta, el día que me mandó a llamar al salón del trono. Esa corona estaba hecha para él, le quedaba al dedillo y debía admitir que me gustaba, pero él la odiaba, era irónico.

   —No tenía idea de cuánto le quería, Uriel, y hasta el último día le grité que le odiaba —y era más cierto, no entendí que le quería hasta que me dijieron que estaba muerto, hasta que no pude verle más

   —A él le gustaba que fueses así, se alteraba mucho pero le parecía divertido, supongo que era porque fuiste la primera en contradecirlo en años —se encogió de hombros—. Ya todos nos habíamos resignado a no llevarle la contraria, quinientos años en ello ya nos habían hecho desistir hacía mucho —sonrió nostálgico—. Todavía recuerdo esa mañana cuando nos encontramos por los pasillos, me sorprendió demasiado que estuvieses viva.

   —Sí, todos estaban sorprendidos y yo estaba más que asustada —sonreí triste también.

   —Kay cambió mucho desde que tú llegaste, pequeña, comenzó a sonreír y a estar de mejor humor, hacía mucho que no le veía así.

   —¿En serio? —pregunté escéptica—. Porque según lo que yo recuerdo, en los primeros días casi me mata.

   —Es que volvías loco a ese idiota, no sabía cómo lidiar contigo —me despeinó—. Y le daba mucha gracia que lo maldijeras en tus pensamientos sin darte cuenta de que él te escuchaba.

   —Ese desgraciado no debió haber muerto —me quejé y comencé a llorar—. Le extraño demasiado, Uriel.

  —Todos, Valeria, todos le extrañamos. Valeria... —tomó mis manos—. Si mañana muero, quiero que vuelvas a tu reino o que te vayas con Alexa. Ya di órdenes de que se dividiera el reino si eso pasa. Dyton se quedará en la capital pero sé que te irá mejor con Alexa.

Dark AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora