CAPITULO 1.

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Un día más...

Es lo único que pienso. La tasa de café en mi mano, escoce, pero es un dolor soportable. Respiro profundo. Me encuentro sentada en la silla de mi despacho, dándole la espalda a mi escritorio, con la vista hacia al frente, contemplando la hermosa ciudad de Londres; sus edificios y los pájaros que vuelan de un lado hacia otro, haciendo paradas en alguna punta de las estructuras. El único momento donde puedo tomarme un respiro de absolutamente todo lo que me rodea, es éste, y trato de gozarlo lo más que puedo.

Vea Enterprises Holding Inc. Es una de las más grandes empresas de Londres. No por la cantidad de propiedades que poseo —son muchas— sino, por cómo he introducido cada una de mis ideas al mercado. Es interesante lo que puedes lograr con tan sólo conocer las necesidades del hombre. Durante mis veintisiete años, tuve que entender algo relativo para comprender el funcionamiento de la mente: la pasión. No importa cuánto trates de explicarle algo al mundo, ya que ni con la mejores palabras podrás convencer a un ciego de que puede adivinar dónde se esconde la última pieza del control remoto si no sabes cómo. Así funciona el mundo de los negocios. No es un golpe a la suerte, y tampoco riesgo, es un cómo.

Empieza a sonar el teléfono de mi despacho, despertándome de mi ensoñación. Doy un sorbo a mi café. Giro la silla, yéndome hacia mi escritorio. Aprieto el botón negro, colocando la tasa en la mesa.

—Señorita White, los informes del hotel Bellanova ya están aquí—informa Elizabeth por el intercomunicador.

Asiento, así no pueda verme. Elizabeth Bells es una morenaza de cabello oscuro y ojos color miel. También es mi asistente. No podría vivir sin ella.

—Está bien, Elizabeth. Entra.
—Sí, señorita White—accede, cortando la llamada.

En un minuto tengo a esa despampanante mujer en mi escritorio con una carpeta en la mano, colocando fotografías, informes y estadísticas sobre el cristal.

—Richard Bellanova posee una pequeña hilera de hoteles, entre ellas el hotel Bellanova. Cuenta con sesenta habitaciones y treinta suites presidenciales. Todas con baño incluido. El jardín es extremadamente espacioso—expone, señalando con decisión las imágenes.

Tomo un momento para observar las fotografías. El hotel en sí, es precioso. A simple vista puedo ver que tiene muchas imperfecciones en la infraestructura, y sin pensarlo, llegan diversas ideas a mí para la reencarnación de un buen hotel en punta de quiebra. Me gusta.

—¿Te comunicaste con Richard?—pregunto mientras dejo la tasa de café.
—Sí, señorita White. Tiene problemas financieros y ha tenido que vender algunas de sus propiedades. Está valorizado por 20.000,00£.
—¿Posibilidad de compradores?
—Muchos. Para ser un hotel próximo a caerse, ha recibido muchas ofertas durante la última semana. Entre ellas, Benjamín Black, empresario y dueño de una hilera.

El nombre no me suena, así que rápidamente se esfuma de mi mente. Tomo las fotografías con mis manos, volviendo a dar una hojeada. La vista al mar, es hermosísima. Me imagino sentada en un diván con la compañía de un buen vino y un libro, y sin pensarlo, sonrío. ¡Bingo! Ésa es la respuesta.

Una de las mayores ventajas que te puede dar el cuerpo para saber si deseas algo, es cuando lo tienes al frente y tu cuerpo se manifiesta de alguna forma. La principal señal es la importante.

—Comunícate con Richard y dobla la oferta—digo, mirándola.

Elizabeth asiente y sale de mi despacho. Casi me río al darme cuenta de lo orgullosa que está por la nueva adquisición que ha encontrado. Doblar las ofertas de los bienes que quiero comprar es una buena táctica. Y más cuando el desespero del vendedor abunda.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora