CAPITULO 44.

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Mi pecho empieza a doler. ¿Por qué Elizabeth no llamó? Aprieto la mano de Benjamín y sé que intuye que algo está pasando. Ánimo a mis pies a continuar hacia el puesto de mi asistente. La morena se da cuenta de mi molestia. Baja los hombros, tímida.

—¡Ava, es una alegría verte!—exclama la susodicha con falsa emoción.

¡Perra! Grito en mis pensamientos. Janice Jones. Una de las tantas amistades que hice en el pasado. Admito que sigue teniendo la misma pinta de vagabunda. Puedo observar que trató de arreglarse para venir aquí, simular un aspecto decente a su apariencia. Fracasó estrepitosamente. Está desaliñada y con el pelo alborotado. Janice es de tez blanca y flaca, muy flaca. Su pelo es negro y tiene por costumbre, pintarse los ojos del mismo color de su cabello. Desde aquí puedo ver las bolas de tinte negras reflejada en el lagrimal. Siempre me produjo asco. ¿Qué está haciendo aquí?

—Digo lo mismo, Janice—concedo con una sonrisa falsa.

Se puede sentir la tensión y pesadez en el ambiente. La pelinegra me observa con esos ojos llenos de maldad. Y luego hace eso que tanto detesto: empieza a masticar el chicle con la boca abierta. ¡Maldición!

Benjamín con un sólo movimiento en nuestras manos entrelazadas, hace que me gire. Está preocupado.

—Tengo un asunto que atender. Nos vemos más tarde, ¿de acuerdo?—murmuro sólo para él.
—Ava...
—No aquí, Benjamín—amenazo con dureza.

Suelta mi mano y su entrecejo se marca más. Muerdo mi labio, tratándole de hacer entender que tengo que resolver esto. ¡Ya! ¡Ahora! Me ignora completamente. Se vuelve hacia Janice.

—Benjamín Black, un placer conocerte—presenta mi caballero.

¡Mierda! El escozor en mi pecho se hace más profundo y empiezo a desesperarme.

—¡Que guapo eres! El gusto es mío. Janice Jones—contesta la pelinegra con descaro.

¡Maldita sea, Benjamín! Me volteo y observo cómo ambos se dan la mano. Ella está mirándolo con picardía mientras se muerde el labio. Aprieto ambos puños a cada lado de mi cuerpo. Hija de puta. Benjamín la suelta.

—Gracias, Janice. Los amigos de Ava, son mis amigos.

Sus palabras tienen más de un significado. Sé que lo dice más para mí qué para ella. Janice asiente con una sonrisa lasciva y Benjamín se concentra en mí. Se acerca a mi mejilla, dándome un beso.

—Lo digo en serio, Ava. Aunque me preocupe dejarte, tendré el móvil en la mano. No dudes en llamarme—musita en mi oído.

Benjamín se despide de Janice y Elizabeth con una sonrisa. Ésta última que se ha quedado en un segundo plano, abre la boca para hablar y la corto. No quiero que diga nada. Asiente cabizbaja y se vuelve a su computadora. Janice mira la escena con diversión, arqueando una ceja.

Gilipollas, pienso. Suspiro y me doy la vuelta para ir a mi despacho. Por el rabillo del ojo veo cómo Benjamín se mete en el ascensor. Abro mi oficina y entro. Ni siquiera espero para saber si Janice me sigue, sé que lo hará. Escucho cómo la puerta se cierra. Tomo asiento en mi silla y dejo la cartera a un lado.

Acomodo mis lentes. Me cruzo de piernas. Pongo un brazo en el portamanos y el otro lo inclino en la mesa mientras tomo un lápiz. Empiezo a jugar con el. Espero que Janice se siente en la silla del frente y hable.

—Así que tienes dinero...—dice con confianza en ése tono de voz chillón, al tomar asiento.
—Sí.

No entiendo su punto. Lo sabe. Por eso está aquí. ¿Qué quiere? Levanto la vista y la encuentro observando mi escritorio con curiosidad. Carraspeo, obteniendo su atención completamente. Sonríe. Hago todo lo posible por no voltear los ojos.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora