CAPITULO 18.

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Me despierto poco a poco por la incipiente luz que resplandece a través del ventanal. Me estiro. ¡Qué cama más cómoda! A medida de mi estiramiento, empiezo a recordar la noche de ayer. Todo empieza a caer cómo ráfagas de aire. Observo a los lados para ver si Benjamín está. Suspiro de alivio al no encontrarlo.

Me levanto y me encamino al baño. Al mirarme en el espejo, me sorprendo. Estoy radiante. Hace mucho no me veía así. Con una sonrisa, me lavo la cara y los dientes con un poco de pasta en mis dedos. Peino mi pelo y luego me lo recojo en un peinado de cebolla con mi propia melena. Doy la vuelta y empiezo a buscar algo que ponerme. No puedo salir así. Toda la ropa está en la sala. En una esquina veo una camisa. Me la pongo. Salgo del baño y de la habitación. Me dirijo a la sala y veo que todo está perfectamente arreglado, cómo si nada pasó. Supongo que Benjamín limpió al levantarse.

Por cierto, ¿qué hora es? Un ruido en la cocina me sobresalta así que me encamino hasta allá.

El olor a café es lo primero que siente mi cuerpo. Justo lo que necesito. Al entrar, veo a un cómodo Benjamín en la hornilla, cocinando sin camisa. Sólo tiene puesto un pantalón chandal. Sonrío sin poder evitarlo. Vuelvo a sorprenderme cuando veo su espalda llena de tatuajes. Me siento con cuidado para no espantarlo. Lo sigo observando. Desde atrás es mucho más guapo. La espalda de escorpión con tinta, me gusta. ¿Cómo un hombre puede lucir tan sexy? Nunca pensé que un cuerpo se podría ver tan sensual lleno de dibujos.

Mi caballero de la noche, se voltea lentamente. Pensé que se asustaría, pero eso nunca pasa. Al girarse completamente, tiene sujetado un sartén y en la otra mano una espátula. Sonríe en cuanto me ve. Una sonrisa diferente a todas las demás.

—Buenos días, Ava. ¿Cómo dormiste?—pregunta mientras sirve el beicon y los huevos revueltos en los platos.
—Bien. ¡Huele divino! Muero por un café—contesto, emocionada.
—Sírvete—dice, señalando la cafetera que está al lado de la cocina.

Me levanto y voy atrás de la encimera. Cojo dos tasas y sirvo café. Lo llevo a la encimera y cojo el tarrón de azúcar. Iba a devolverme a mi puesto cuando Benjamín me toma de la cintura y me besa. Suspiro inmediatamente. Le devuelvo el beso con fervor mientras lo abrazo por el cuello. Sonríe en mis labios. Me da un ligero pico y se aleja muy rápido para mi gusto.

Embobada y contenta, me devuelvo a mi puesto.

—Tiene buena pinta. No debiste hacerlo—digo cuando coloca el plato a mi lado.
—Siempre será un placer, Ava—dice, guiñándome el ojo.

Me sonrojo. Benjamín se sienta a mi lado y empieza a comer. En cambio, yo me tomo mi tiempo. Cojo el tarrón y le echo dos de azúcar a mi café. Lo meneo y doy un sorbo. Fuerte y dulce, cómo me gusta.

—¿Qué hora es?—pregunto mirándolo.
—Poco menos de las 10:00A.M.—responde encogiéndose de hombros.

¿Qué? ¿Dormí tanto? Me alarmo. Elizabeth... Elizabeth debe de haberme llamado. Joder. Benjamín nota mi miedo porque me tranquiliza colocando una mano en mi pierna.

—Es domingo, Ava.
—Mi teléfono—susurro.
—No paraba de sonar. No quería despertarte. Te veías cómoda durmiendo. Y bueno...—comenta tímido.
—¿Bueno?—repito con el corazón a toda mecha.
—Tú madre llamó y contesté—escupe.

Me quedo en silencio tratando de sopesar lo que acaba de decir. Mi madre, Isabella, llamó, y Benjamín, el hombre con el que follé y con quién tengo un hotel, contestó.

Dejo mi tasa en la encimera y respiro varias veces. Con calma, Ava, digo internamente.

—¿Qué te dijo?
—Bueno, se sorprendió porque un hombre contestó el teléfono y no su hija—explica.
—¿Qué le dijiste, Benjamín?—inquiero, aterrada.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora