CAPITULO 34.

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Unos besos en la oreja me hacen cosquillas. Me revuelvo en la cama riéndome.

—Buenos días, Ava—dice Benjamín en mi oído.

Jadeo. Mmm. Ronroneo.

—Buenos días—susurro.

Abro los ojos. Estoy boca abajo con la cabeza de lado. Benjamín está mirándome con esos ojazos que sólo él tiene. Suspiro. Dormí bien. Mi caballero que no es más gilipollas se acerca a darme un tierno beso.

—Venga, a desayunar—musita al separarse.

Niego con la cabeza. No quiero levantarme. Me siento a gusto. Benjamín sonríe y se pone de pie. Tiende su mano y yo con pereza, la cojo.

—Tengo que alimentarte.
—¿Qué hora es?—pregunto cuando nos adentramos al baño.
—Temprano—responde.  

No confío en esa respuesta. Cuando salgamos, miraré la hora en mi teléfono. Nos cepillamos con confianza, uno en cada lavabo. Ver a Benjamín así en éste estado tan íntimo, me gusta. Pareciera que nos conocemos de toda la vida. ¿Puedo acostumbrarme a esto?

Al terminar, vuelve a tomarme del brazo para llevarme afuera. Un olor a beicon recién hecho inunda mis fosas nasales. ¿Quién cocina? Lo miro confundida. Sólo estamos los dos. No dice nada. Al adentrarnos en la cocina, veo a una señora de unos 40 años mostrando su eficacia en las hornillas. Se da la vuelta y le sonríe con cariño a Benjamín.

—Brenda, te presento a Ava. Mi novia—introduce con una sonrisa.

La susodicha, que ahora entiendo por Brenda, abre sus ojos cómo platos. Somos dos. ¿Novia? ¿Dijo novia? ¿Cuándo pasó eso? Voy a voltear para buscar con la mirada a Benjamín cuando Brenda se acerca a mí con amabilidad. Es linda. Tiene el cabello castaño y unas hermosas pestañas.

—¡Es un placer conocerla, señorita White!—dice con entusiasmo.

Asiento con una sonrisa. No sé qué más decirle. Estoy en shock. Benjamín acaba de decir que soy su novia.

—El desayuno ya está listo. Siéntense, por favor—anuncia mientras señala la encimera.

Benjamín me invita a su lado y yo obedezco. Lo miro sin comprender. Se limita a darme un tierno beso. No le importa que Brenda esté ahí. Cuando nos separamos, ésta nos mira con una sonrisa. Coloca en nuestro frente los platos, los cubiertos, las tasas con café y el tarrón de azúcar. A pesar de todo, ¡huele estupendamente bien! Le doy las gracias. Ella asiente y sale de la cocina.

Comemos en silencio. No me atrevo a hablar después de lo que dijo Benjamín. ¿Es posible que haya dicho eso por la conversación que tuvimos ayer? No puedo negar que he tratado de entender cómo funcionamos. Sin embargo, tampoco he pensado en un noviazgo. Hace años que no tengo un novio o cualquier otra persona para compararla. Pronunciar esas palabras sería extraño. Pero no puedo evitar sentir un pequeño cosquilleo en la parte baja de mi estómago. ¡Madre mía, su novia!

—¿Por qué sonríes?—pregunta Benjamín, interrumpiendo mis pensamientos.

No me había dado cuenta que estaba sonriendo. Carraspeo un poco y dejo de sonreír.

—Recordé algo que dijo Eleanor ayer—miento, restándole importancia.

Benjamín me examina con la mirada. Lo miro directamente a los ojos. Él asiente. Toma el café y se lo lleva a la boca. Lo imito. ¡Está buenísimo! Mejor que el mío.

—Mis padres vienen a almorzar hoy—comenta.

¿Escuché bien? ¿Eso qué significa? ¿Qué me tengo que ir o que me quedo? En realidad, ninguna de las dos llama mi atención. Bueno, la primera opción me gusta más. No estoy preparada para conocer a nadie.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora