CAPITULO 48.

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Me siento en la oficina. Elizabeth coloca una carpeta en mi frente. Automáticamente sé que es sobre de la hija de Janice.

—Es uno de los refugios más espantosos que he visto, señorita White. No tiene fines de lucro. Sólo es un conjunto de mujeres de pocos recursos tratando de ayudar a otras que están por debajo de ellas. Hay información también sobre Janice—expone mi asistente, señalando las hojas.

Dejo mi cartera a un lado y tomo la carpeta con mis manos. La abro. Numerosas fotografías y expedientes salen de ahí. El historial de Janice es largo. Ha estado en la cárcel por tráfico de drogas, asalto a la propiedad, robo a mano armada y disturbios. Joder, Janice, ¿en qué mierda te has metido?

Leo por encima y descubro que ha tratado de rehabilitarse varias veces pero de todas se ha ido. Las fotografías me causan repulsión. Los colchones en el suelo están devastados y dañados. Las mujeres que aparecen en las imágenes, están acostadas con la ropa desaliñada. Muchas de ellas comiendo en el piso. Hay bebés por todos lados. Es... horripilante. La estructura está caída. Hay goteros en cualquier lado que mires. No hay una palabra para definir ésto.

Mientras sigo pasando las fotos, más desesperante es. Mi vista se centra en una niña frágil y larguirucha sentada en una esquina, con un lápiz en la mano y un cuaderno roto en la otra. Dejo las demás fotografías a un lado, quedándome con esa.

—Es la hija de Janice. Es la mayor entre todas las que están ahí—explica Elizabeth, afligida.

¡Madre mía! No puedo creerlo. Está flaca. Muy flaca. Recorro con mi dedo la silueta de la niña. Su pelo es largo y puedo notar que es blanca. No se deja ver la cara. Siento mucha pena en mi corazón. ¿Cómo puede una niña estar en esas condiciones?

—¿Cómo se llama?—pregunto en un susurro.

No levanto la vista, pero sé que Elizabeth está mirándome con pena.

—Su nombre... su nombre no es nada agradable, señorita White—responde la morena, disculpándose.

Eso llama mi atención. La miro y se está mordiendo el labio apenada. Dejo la foto a un lado. Busco entre los papeles el informe de la hija de Janice y me quedo helada con lo que encuentro.

MariMari.

¡Maldita puta! No puedo creer hasta dónde llega la ignorancia de las personas. Siento mi piel arder. Elizabeth no está al tanto de comprender ése nombre, pero al leerlo o escucharlo, causa nauseas. Es tedioso y abrumante. 

Trato de calmar mi respiración para luego centrar mi atención en mi asistente.

—Esto es lo qué harás, Elizabeth—comienzo con irritación—. Llamarás a la gerente de ése bendito refugio, le pedirás sus datos personales y todo lo que tenga que ver con ella. Incluso su cuenta bancaria. Quiero que le transfieras 10.000,00$ para la comida de Mari. Y si quiere que lo tome cómo un pago—explico rechinando los dientes. Asiente sorprendida y añado—. Ahora, quiero que mi empresa tome posesión de ése refugio. Aires acondicionados, nuevas camas, y si hace falta, que construyan un techo si es necesario, ¿entendido?

Elizabeth empieza a anotar rápidamente en su libreta y yo dejo las fotografías a un lado.

—¿Quiere que sepan que se trata de usted?—pregunta, concentrada.

Me toco el puente de la nariz y cierro los ojos. Inhalo.

—Anónimo. Procura que todo transcurra de ése modo. La mujer que estará al tanto de la hija de Janice, dile que todas las semanas se le pasará la misma cantidad de dinero, para ella y para la niña. Cómprale un teléfono, quiero que todos los días me envíe un correo asegurándome que todo está saliendo bien. Que Mari está comiendo, está durmiendo. Todo. Y exígele, Elizabeth, exígele que ni una sola palabra de esto—demando.

Tengo una rabia con Janice. Desearía tenerla cerca de mí y ahorcarla con mis propias manos. Es una estúpida, una idiota, todo lo malo en éste mundo, ella lo es. Joder. Nadie le pide que la ame, pero que la respete, por lo menos.

¿Dónde está la empatía del humano? ¿De uno cómo persona? Entiendo completamente cómo debe sentirse tener a alguien producto de una violación, lo sé, lo siento, lo siento en mi piel, pero ¡joder! ¡Hay formas! ¡Hay miles de formas de hacer las cosas para no hacerle más daño a nadie! ¿Por qué las personas no entienden? ¿Qué les impide pensar más allá de sus propias narices?

—Entendido, señorita White—accede Elizabeth en total acuerdo.

Estoy mirando a un punto fijo en la pared del frente cuando escucho a la morena. Dirijo mi vista hacia ella, haciéndole seña de que salga de mi oficina. Necesito estar sola. Asiente rápidamente para darse la vuelta. Justo al llegar a la puerta, se detiene. Frunzo el ceño, confundida.

Gira sobre sus talones, mirándome con un brillo en los ojos que antes no había visto en ella.

—Estoy orgullosa de trabajar para usted. La admiro muchísimo, señorita White. Admiro mucho lo que hace. La forma de entregarse a las personas, es... Gracias por éste trabajo. Estoy segura de que... MariMari, estará agradecida con usted por el resto de su vida—dice y sin más, sale de la oficina.

Mis ojos se abren en sorpresa. Elizabeth no puede ver mi reacción porque se ha marchado. Mi pecho se infla de una gratitud que jamás había sentido. Y sin poder creerlo, una lágrima corre por mi mejilla. ¡Me admira! ¡A mí! ¿Quién iba a pensar que alguna vez iba a sentir ése valor por mí? Todos estos años lo único que he sentido es desprecio hacia mí, y hoy, una persona está orgullosa de mí, de lo que hago. 

¡Dios mío! Miro el techo y empiezo a llorar cómo una niña. Sonrío entre sollozos y agradezco tantísimo por estar viva y sana para recordar éste momento. Lo único que he hecho bien durante toda mi vida, es entregarle a las personas un pedacito de mí, esperando que en el proceso encuentren la calma algún día tuvieron.

Con el corazón apañado, hago una promesa. Ahí, sentada en mi oficina, sin poder detener las lágrimas, prometo dar todo lo que esté a mi alcance para demostrarle a MariMari que las condiciones a nuestro alrededor no nos impide avanzar, no si es lo que se desea.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora