CAPITULO 45.

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Menudo día el de hoy.

Janice mueve la pistola hacia mí, desesperada. Sus ojos buscan los míos con nerviosismo mientras yo la observo. Volteo los ojos. Con pesadez me dirijo a mi escritorio.

—¡No te muevas!—ordena haciendo un movimiento con el arma.
—¡Joder, Janice! ¡Cállate!

La pelinegra abre los ojos. No puede creer que le estoy gritando. Estoy segura que esa pistola no tiene ninguna bala. No obstante, hacérselo notar no sería muy inteligente de mi parte. También puedo apostar que no va a disparar. Janice es una drogadicta desesperada, no una asesina.

—¡Voy a disparar, Ava! ¡No me provoques!—amenaza.

Dejo las tasas en el cristal. Me siento en el escritorio, colocando los brazos a cada lado, sujetándome al borde de la mesa. Cambia la dirección del arma hacia mi estómago.

—¿Sabías que la sala tiene cámaras? Sólo necesito hacer una seña y tendré a tres hombres en esta habitación. Puedes disparar. Puedo morir. Pero tu te irás a la cárcel y créeme que eso es peor que estar muerta—informo, mintiendo.

Mi oficina no tiene cámaras y tampoco tengo hombres que puedan venir aquí. Necesito transmitirle miedo para poder acercarme a ella.

Janice desvía la mirada a todos lados en busca de las cámaras y ésa es mi señal. Salgo disparada de la mesa, arrancándole la pistola con un golpe brusco en sus manos que la hace soltar de inmediato. Coloco el arma detrás de mi espalda, debajo del inicio de mi pantalón de seda.

La observo. Está acariciándose las muñecas con dolor.

—Tú decides, Janice. Puedes salir de mi oficina sin nada en las manos y encontrar una forma de volver a la vida o puedes salir con las manos detrás de la espalda.

No puede salir de su estado de trance. ¿Qué esperaba? Hice shooting. Practiqué todo tipos de situaciones.

—¡Púdrete!—escupe con desprecio.

Volteo los ojos. ¿Por qué no se deja ayudar un poco?

—Lo único que puedo ofrecerte es rehabilitación, Janice. ¿La aceptarás?
—¡Jódete!—grita y se agacha para recoger su bolso rápidamente.

Dejando las diferencias atrás, busco acercarme para tratarla con cariño. Hacerle entender que puede salir del hoyo dónde está, pero se levanta corriendo hacia la puerta. La abre, dejándola de par en par. Mis pies la siguen y observo cómo aprieta desesperadamente el botón del ascensor. Elizabeth mira la escena con la boca abierta. Cuando las puertas se abren y entra, me lanza una mirada de odio cargada de tristeza. Es lo último que veo.

Dirijo mi atención a la morena que aún está mirando el ascensor con incredulidad.

—Tú y Patrick a mi oficina—exijo entrando a mi despacho.

Saco la pistola de mi espalda mientras me acerco al escritorio. Abro el cajón del fondo y saco dos guantes, toallas, alcohol y una bolsa de plástico. Me coloco los guantes de látex, saco varias toallas de la caja, coloco el arma encima de éstas. Observo la pistola y todo está en orden. Saco el cargador con un ligero golpe, y no hay nada. Gilipollas. Dejo todo cómo estaba. Abro el alcohol y lo echo encima de ésta. Dejo el liquido actuar por unos segundos.

La puerta se abre y por ella pasan Patrick y Elizabeth. Ésta última mira la escena consternada. Hoy la pelirroja no duerme. Cojo dos toallas y agarro el arma, empiezo a pasarla por todos lados, dejándola completamente limpia de las huellas de Janice y mías. Al terminar, la meto en la bolsa de plástico.

—¿Qué está pasando?—pregunta Patrick.

Centro mi atención en ellos. Elizabeth parece que ha visto un muerto. Está pálida. Patrick tiene el ceño fruncido. Niega con la cabeza, frustrado. Es la segunda vez que entra a mi oficina y se topa con la misma escena. Fue hace muchos años. Un drogadicto me amenazó de la misma forma. Mi empresa apenas era un yacimiento. No tenía la menor idea de quién era, pero me defendí.

Le tiendo la bolsa de plástico a Patrick. Se acerca y la toma.

—¿Quién fue, Ava?
—Nadie. Deshazte de eso, ¿de acuerdo?

Es la primera vez, desde hace mucho tiempo que me llama por mi nombre. Está preocupado, puedo verlo en sus ojos. Entiende que no debe hacer más preguntas, así que con un suspiro, asiente. Guardo el alcohol y las toallas. Boto todo lo demás en la basura. Tomo un lápiz y escribo en una nota la dirección del refugio de Janice.

—Llama a éste lugar, ponte en contacto con la persona a cargo y pregunta por la hija de Janice. Anónimo, Elizabeth, ¿entendido?—digo mientras le tiendo el papel a la pelirroja.
—Sí, señorita White—apresura a responder, tomando la nota.

El calor en sus mejillas ha vuelto, pero aún está confundida. Opto por cerrar la boca. Mientras menos sepa, mejor. Hago una seña para que salga de la oficina. Se da la vuelta para marcharse. Me quedo sola con Patrick.

—Necesitas más seguridad, Ava—dice Patrick, captando mi atención.
—¿Más?—repito confundida.

Patrick se muerde el labio. Se encoge de hombros pidiéndome disculpas.

—Desde hace años tienes personas siguiéndote. Saben cuándo respetar tu tiempo y espacio, así que no te preocupes por eso—confiesa.

Abro los ojos sin poder creer lo que mis oídos están escuchando. ¿Desde hace años estoy siendo monitoreada?

—¡¿Qué?!—exclamo.

Trato de ingerir la bomba que ha tirado Patrick. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento? ¿Y cómo no me he dado cuenta? Tomo asiento en mi escritorio, mirándolo en completo shock.

Patrick no se avergüenza en absoluto. Al contrario, está orgulloso. Se acerca más a mi escritorio, con la bolsa guindando en su mano izquierda.

—¿De verdad crees que no necesitas seguridad, Ava? Tienes dinero y poder. Más ahora, que te has dado a conocer—explica el rubio y agrega, leyendo mis pensamientos anteriores—. Puedes estar tranquila. Sólo se acercan lo suficiente, por eso no te has dado cuenta.

Quiero matarlo, de verdad que sí. Lo fulmino con la mirada, cruzándome de brazos. Estoy molesta. Patrick suelta un bufido, dejándose caer en la silla.

—¿Te costaba tanto decirme?—escupo con enojo.
—Venga, Ava, te conozco... si te hubiese comentado antes de hacerlo, ¿habrías aceptado?

Desvío la mirada hacia la pared. Entiendo su punto. Me gustaría discutir con él por haberme mentido, pero tiene razón. Si me hubiese dicho hace unos años que contraría personal para cuidarme, mi respuesta hubiese sido un rotundo no.

No lo quiero aceptar, pero he vivido en una burbuja éstas últimas semanas. Estoy consciente que no soy la misma Ava.

—Está bien—accedo con cansancio.

Vuelvo mi vista hacia Patrick. Se da un leve toque en los muslos con aprobación. Se levanta con una sonrisa de victoria en la cara.

—Aumentaré la seguridad abajo. Instalaré más cámaras y contrataré a un chófer con experiencia. ¿Prefieres limusina o tu coche está bien?—pregunta divertido.

Muerdo mi labio, controlando la grosería que quiere escaparse de mi boca. Inhalo. Lo observo de arriba abajo. ¿De verdad éste hombre lleva tanto tiempo preocupándose por mí? Más que nunca, estoy agradecida de tenerlo en mi vida. 

Suspiro, tocándome el inicio de mis lentes.

—Mi auto los días de semana y los fines, limusina—contesto, recordando a Eleanor.
—Entendido, señorita—responde.

Me mira por última vez y se da la vuelta, para marcharse de mi oficina.

—Gracias, Patrick—agradezco con sinceridad antes de que abra la puerta.

Patrick se gira y niega con la cabeza, restándole importancia. Sin decir nada más, sale de mi despacho.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora