CAPITULO 8.

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Ring, ring, ring. Me despierto sobresaltada. Un sonido de algo golpeando el suelo hace que me estremezca. ¡Joder! Estoy desnuda, sólo con unas bragas y cuando miro el suelo veo el cajón de la mesa de noche con hojas en el piso. Maldigo y recojo todo para luego colocar la pieza en su lugar.

Ring, ring, ring. Suena de nuevo. Es mi teléfono. ¿Dónde lo dejé? Me doy cuenta que el ruido proviene del baño y corro hacia el. Veo el bolso tirado en la encimera del lavamanos y lo cojo. Saco el teléfono y veo la hora rápidamente. 8:00A.M. Es Elizabeth.

—Buenos días, señorita White—dice cortésmente mi asistente.
—Buenos días, Elizabeth. ¿Has recibido noticia de Benjamín?—pregunto, tocándome la sien.

El viernes se le hicieron llegar los planos, pero no hubo respuesta de su parte. El sábado pasé todo el día en la oficina esperando su llamada y nunca llegó.

—No, señorita White. Pero he dejado un mensaje. Aún estoy en espera. Le he enviado unos informes por correo de las estadísticas finales de sus negocios.
—Gracias, Elizabeth—agradezco, cortando la llamada.

¡Joder, qué dolor de cabeza tengo! Vamos, Ava, haz pasado por esto más veces de las que puedes recordar. Aceptando las memorias de mi cerebro, me dirijo a la cocina junto con mi teléfono. Pongo la cafetera en marcha y dejo el móvil en la encimera mientras voy a la sala a buscar mi Macbook para regresar a la cocina. Coloco la laptop en la encimera, encendiéndola. Tomo una tasa y vierto el café para proceder a sentarme en el taburete. Doy un respingo. ¡Está frío! Estoy desnuda, ¿qué esperaba?

Miles de correos abundan mi vista. Me doy cuenta que tengo una perfecta vista. Me toco los ojos y es porque tengo los lentes puestos. Tomo un trago de café y me preparo para visualizar los correos. En cada uno de ellos hay facturas, repasos, cuentas, informes sobre las ganancias de mis negocios. Todo por lo que paso cada día. Al no tener una junta directiva y sólo poseer de Patrick, me impide mantener un día ajeno a mi trabajo. Todos los días trabajo. A todas horas. Ayer en la noche fue la excepción.

Mi café se acaba y mis ganas de vivir también. Tengo el cuerpo débil y caliente, pero esas son unas de las consecuencias de tomar vino con Eleanor. Eso me hace recordar que dejé a una pelirroja totalmente fuera de sí en la madrugada.

Tomo mi teléfono y la llamo. A los pocos segundos, contesta.

—¡Avaaaaaaaaa, son las 11:30A.M!—brama con pesadez.
—Tú fuiste la que quiso tomar vino.
—Por ayer y por las que vengan.
—¿Tan mal estás?—pregunto, preocupada.
—No. Sólo necesito un litro de agua y ya está—asegura, con un suspiro.

Escucho el ruido de un colchón y sé que está levantándose.

—Vale, sólo quería saber cómo estabas. Te dejo, ¿sí? Tómate una aspirina, come y vuelve a dormir.
—Sí, mamá...—accede en un susurro, colgando.

Estoy igual que ella, aunque a mi se me hace más fácil ocultar mis emociones. No es la primera vez. Miro mi teléfono y noto que tengo una llamada perdida de un número desconocido. ¿Quién será? Pocas personas disponen de mi número personal.

Marco el número y en segundos una voz grave contesta.

—Debo decir que estoy claramente sorprendido.

Mi corazón bambolea rápidamente. ¡Joder! Me doy un golpe mentalmente al darme cuenta que el único que podía llamarme era él, ya que no he dado mi número a nadie más.

—Benjamín. No sabía que eras tú—susurro.
—Entiendo. Te llamé ayer pero no contestaste.
—Estuve ocupada. No suelo utilizar mi teléfono cuando estoy en situaciones personales.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora