—Mamá yo solo...—No sabía ni que decir, si las miradas mataran, seguramente ella ya estuviese bien enterrada.—no era mi intención escucharlos.
—Mira María no pienso volver a repetirlo.—La señalaba.—cuento hasta tres y te quiero fuera de mi vista ¡Pero ya!.—Exigió colérica.
María respingo del susto, los ánimos estaban muy alterados, nunca la había visto de esa manera y tampoco pensaba quedarse a descubrir las consecuencias, el corazón le latía muy fuerte.
—Ahi te ves papá.—Lo compadeció subiendo rápidamente las escaleras, por primera vez en toda su vida, le tenía miedo a esa mujer.
Federico se pasó las manos por toda la cara en clara muestra de frustración y molestia, ¿Que demonios le pasaba? Toda la tranquilidad se había esfumado en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Era necesario hablarle de esa manera?.—Le cuestionó enojado por su actitud, respiró hondo y dejo salir todo el aire con pesadez.—¿Dime era necesario? ¡María no tiene la maldita culpa de nada!.—Soltó alterandose.
—¡Ella no tiene porqué estar escuchando conversaciones ajenas!.—Elevaba la barbilla de manera altanera.—¿O que? También quieres que se entere de que la maldita de Kendra muere porque la hagas tú mujer ¿Eso quieres?.—Recriminó elevando la voz nuevamente.
—Baja la voz.—Le pidió entre dientes.
—No me da la gana fíjate.—Lo miraba de manera imponente.—si yo quiero grito las veces que sean necesarias.
Federico resopló sin ganas de seguir aguantando un disgusto más.
—¿Quieres gritar?.—La tomó del antebrazo con fuerza.—Yo te haré gritar.—Le aseguró casi que arrastrandola al despacho.
—¡Suéltame!.—Exigió tratando de quitarse la mano de encima.—¡Que demonios te pasa!.—Forsejeaba a más no poder.—¡Que me sueltes te digo!.
Federico se detuvo y se giró a mirarla, tenía las mejillas sonrojadas, el cabello todo despeinado y una que otra gotita de sudor recorriendo su rostro, es que si no fuera porque la amaba tanto, la mandaba al mismísimo demonio.
La soltó analizandola por algunos minutos en completo silencio. Ella apretó los labios ahogando un grito porque eso quería, gritar hasta ya no tener voz, quería sacarse esa frustración de alguna manera.
—Eres un maldito tormento.—Dijó rompiendo el silencio.
Cristina abrió la boca descolocada, queriendo descubrir a donde quería llegar.
—¡Vete al demonio!.
Federico sonrió de manera sarcástica, cosa que hizo explosión en Cristina, ya estaba en un punto que ni ella misma se aguantaba.
—Con gusto me voy, pero tú te vas conmigo.—Se acercaba peligrosamente a Cristina, mientras que ella retrocedía a cada paso que daba.—Te voy a enseñar a controlar ese mal carácter que tienes.
Ella negaba con la cabeza, había algo en la mirada de Federico que la intimidaba.
—No te me acerques.—Le advertia sin bajar la guardia.—Si me tocas no respondo.—Decia chocando contra uno de los muebles.
Federico sonrió
—Pruebame.
Rápidamente la arrinconó y se la subió al hombro, había cruzado un límite y ya era hora de hacerle entender de que las cosas no se hacían a como ella quisiera.
—¡Te exijo que me sueltes!.—Se removia con brusquedad, pero nada de lo que hacía le servía de algo, él ni se inmutaba.—¡Me estás haciendo daño!.—Se quejó enfurecida.
Federico caminaba a paso decidido hacía el despacho.
—No seas mentirosa, además de gritona dramática.
—¡Idiota!.—Pataleó rogándole a todos los santos para no perder el control, estaba acalorada y con un ardor que le recorría todo el cuerpo.
Federico cerró la puerta tras de si y por fin se la bajó del hombro, sin embargo se arrepintio en el mismo momento en que sintió la mano de Cristina impactarle con fuerza en el rostro, el ardor no se hizo esperar.
—Cristina.—Le recriminó completamente serio.—no pienso tolerarte una malcriadez más, o te controlas o te controlo, tú decides.—Habló con voz dura, sobándose la mejilla.
—Tú te lo buscaste yo te lo advertí.—Lo señalaba de manera acusadora.—Todo esto es tú culpa, que no te quede la menor duda.
Federico se cruzó de brazos sarcásticamente.
—No me digas, ¿Sabes que? Ya me harté, ¡Me cansé! Siempre es lo mismo contigo, no piensas no razonas, ¡No mides consecuencias!.—Se removia desesperado.—¡Estas embarazada! Y ni por eso haces el mínimo intento por comportarte.—Exclamó indignado, a ese punto no le importaba si gritaban o no, solo quería acabar con aquella conversación tan irritante.
Las palabras le habían llegando a lo más profundo de su corazón, y Federico pudo verlo en sus ojos, es que no había otra manera.
—Si tan cansado estás te puedes ir por dónde viniste, ándale.—Chasqueaba los dedos de manera fatídica.—y te llevas a la maldita rubia contigo, pero eso sí.—Se mostraba dura, aunque por dentro le estaba doliendo, tal vez eran las hormonas, pero tenía un fuego que no encontraba como apagar y necesitaba sacarlo de alguna forma.—no regreses jamás.
Federico la miró incrédulo, no daba crédito a lo que escuchaba, ya ni siquiera sabía que sentir.
—¿Eso quieres? Porque déjame decirte una cosa Cristina, yo piso esa puerta y por Dios que está en el cielo que no vuelvo a regresar a tú vida jamás.—Se acercó al escritorio y saco una carpeta sellada de uno de los cajones, Cristina tragaba en seco, comenzando a retractarse de lo que había dicho, los nervios se hacían latentes.—dime de una maldita vez si es lo que quieres.—Abrio la carpeta con brusquedad y saco todos los documentos que ahí se encontraban, acercó un bolígrafo y lo dejo sobre el escritorio.—son los papeles del divorcio, se suponía que no llegaríamos a esto, pero ya vez, creo que me equivoqué.—Señalaba los papeles.—estan listos para que firmes y acabemos con esto.
Cristina estaba tan blanca como un papel, sin poder decir o hacer algo, no lograba entender cómo es que habían llegando a ese punto, o bueno tal vez ella era la culpable por no haber sabido controlar sus impulsos.
—Federico...—Realmente no sabía que decir, solo quería darse de bruces contra una pared, por estúpida.
Era difícil actuar de aquella manera tan dura, pero no veía otra alternativa, de alguna u otra manera las cosas debían cambiar, para bien o para mal.
—¿Y bien? Estoy esperando Cristina, no tengo todo tú tiempo. Decídete por una vez en tu vida que es lo que quieres, porque yo ya no pienso quedarme a descubrirlo.
—Maldita mujer...—Refunfuño. De que la arrastraba, la arrastraba era una promesa.
Aquí la segunda parte, espero los comentarios de que les parece ❤️saluditos.
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¿Porque Debo Quedarme?
Fanficaños juntos de matrimonio pero solo uno luchando por mantenerlo estable, merecía la pena luchar por que ella le correspondiera de igual forma?