Capítulo 33: ''Privilegio del ser humano''

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El silencio se hizo presente en toda la sala, nadie emitía sonido alguno y las respiraciones podían distinguirse en cada uno de nosotros.
Pasó un rato y nadie dijo nada, de hecho nadie estaba dispuesto a decir nada.
-Bueno. –hablé finalmente. -¿Esto es todo? –pregunté preparando mis cosas para irme.
-Sí. –dijo mi madre extrañada.
-El vuelo sale el lunes. –informó Brian Sr.
-No harán falta horarios. –dijo Brian.
Ya era hora de que hablara, toda la tarde se había mantenido callado y la que tenía que dar las malas noticias era yo.
Estúpido.
-¿Por qué lo dices? –preguntó Suzy.
-Cada uno viajará en su avión. –contestó. -¿Verdad chicos? –nos miró a Chris y a mí.
-Estoy de acuerdo con Brian. –lo seguí.
-Ok, todo esto es extraño. Pero no me atrevo a preguntar qué ocurre. –dijo el papá de Chris.
-Ustedes confíen en nosotros que esta campaña será un existo. –dije levantándome de la silla.
-Confiamos en ustedes. –dijo mi padre. –Ya pueden irse.
Los tres salimos de la sala y nos dirigíamos al ascensor. Creo que ninguno en su sano juicio bajaría nueve pisos en las escaleras.
Chris y Brian fueron los primeros en entrar al ascensor, yo fui la última. Ellos estaban a mis costados y yo al frente del ascensor.
Presioné la planta baja y el ascensor comenzó a bajar. El viaje sería algo largo.
En ese momento mi celular sonó. Miré la pantalla y era Matt. No había sabido nada de él en tres días.

*Inicio de llamada*

-¡Matt! –exclamé con alegría.
-¡Jean! Qué bueno es verte de humor. –dijo en el mismo tono.
-Pues acabo de salir de una reunión y ¿qué crees? Estaré en Ottawa en dos días.
-¿En serio? Eso es genial. Avísame si quieres que pase por ti al aeropuerto.
-Lo haré.
-¿Cómo has estado? –me preguntó algo preocupado.
-Bien, ¿tú?
-Bien... no me has dicho por qué estabas en la clínica la otra noche. –me recordó.
-Fui a la clínica porque no me sentía bien. Había tenido un mal día y luego mi coche de averió en medio de la lluvia. –conté.
En ese momento sentí la mirada de Brian sobre mí y las piernas me temblaron un poco. Sentí que todo iba a caerse a mí alrededor.
-¿Y cómo te sientes ahora?
-Bien...
-No suenas segura.
-Te contaré cuando te vea.
-¿Es algo malo?
-No sé si es malo... dime tú cuando te cuente.
-¿Pero estás bien?
-Estoy bien. –le dije
-Está bien, debo irme. Te llamo mañana. Un beso.
-Suerte, un beso, te quiero.

*Fin de la llamada*

Colgué el celular y lo guardé en mi bolso. El silencio se hizo incómodo nuevamente y eso no me gustaba para nada.
-¿Estás enferma? –preguntó Chris.
Su tono no era de interés, al parecer sólo lo preguntaba para ser amable aunque en un momento como este no necesitaba su amabilidad.
-Es algo peor que estar enferma, créeme. –le respondí.
En ese momento las puertas del ascensor se abrieron y salí lo más rápido que pude de allí antes de que alguno de los dos comenzara con su interrogatorio.
Comencé a caminar por toda la primera planta escuchando como los empleados de la empresa hablaban por teléfono, otros tecleaban algunas cosas en la computadora y uno que otro caminaba de un lado al otro por la empresa.
-Que tenga buenas noches. –se levantó Caitlin para despedirme.
-Gracias. –asentí.
Cada uno salió del edificio y tomó su coche para irse.

...

Llegó el lunes y el vuelo salía a las diez de la noche. Debíamos estar en Canadá en la mañana ya que teníamos una reunión importante con los encargados de las publicidades de las empresas.
Terminaba de armar mi maleta con lo que necesitaría para dos meses. Prácticamente me llevaba mi armario.
-¿En serio me dejarás solo? –dijo Alex cruzado de brazos en el umbral de la puerta de mi habitación.
-Te dije que podías venir conmigo. –dije doblando la última blusa para cerrar la maleta.
-Sabes que no puedo irme.
-Estaré en contacto contigo. Si cambias de opinión el avión estará a tu disposición. –le sonreí y di un beso en su mejilla.
-Te voy a extrañar. –me abrazó.
-Yo también grandulón.
-Vuelve pronto. –dijo dando un beso en mi frente.
-Lo haré. –le sonreí. –Ahora déjame cambiarme sino llegaré tarde al vuelo.
-De acuerdo.
Salió de mi habitación cerrando la puerta de esta y me dejó sola.
¿Qué iba a hacer sola estos dos meses?
Esto no iba a ser nada fácil de llevar, mucho menos estar con dos personas que me odian y tienen una ganas tremendas de matarme.
¿Será qué esta es una prueba que pone el destino?
¿Será que debo hablar con ellos?
¿Debo decirles la verdad?
Lo que más me enfada de todo esto es que Chris se enojó conmigo sin razón, ni si quiera sé por qué se enfadó conmigo. Pero tampoco voy a preguntárselo. Sé que soy una orgullosa y que si dejara mi orgullo de lado todo sería diferente, pero no sé... no podía.
Me acerqué a mi armario y saqué la ropa que había preparado para el viaje.
Había preparado una remera blanca con el logo de Starbucks que me había regalado Mitchel cuando aún salíamos, un short de jean gris corto, unos tacones de color negro y una chaqueta de cuero turquesa.
Al fondo del armario vi la campera del equipo de fútbol americano de la universidad que Mitchel me había regalado. Decidí tomarla y guardarla en mi equipaje, seguramente la usaré.
En ese momento me acordé de Jared, él había insistido en pasar por mí aunque de todas formas debía llevar mi coche ya que lo necesitaré en Canadá. Quería despedirse de mí.
Las horas pasaron y ya era el momento de irme. Me encontraba en el aeropuerto con Jared y Alex despidiéndose de mí, y mis padres obviamente.
Al otro lado se encontraba Brian con su esposa y Chris con su padre.
-Cuídate. –me dijo Jared dando un beso en mi frente.
-Tú también. –dije tomándolo de las manos.
-Te quiero. –sonrió.
-Yo a ti. –le devolví la sonrisa.
Me besó antes de subir al avión, pero con sus besos no sentía lo mismo que sentía cuando Brian me besaba, no se parecía ni un poco.
Me despedí con la mano de ellos y los tres subimos a nuestros respectivos aviones.
Nuestros autos ya estaban cargados en estos junto con nuestros equipajes.
Este viaje será eterno.
El avión había despegado y yo no podía dejar de pensar en lo mal que la pasaría en este viaje. No tenía a nadie en Ottawa, sólo a Matt y a Chloe pero no estaría con ellos las veinticuatro horas del día.

...

Llegamos a Canadá a las cuatro de la mañana, aún todo estaba oscuro y el frío helaba hasta los huesos de los pies.
Cuando me bajé del avión, un chico alto, rubio y buenmozo me estaba esperando con cartel que decía Jean Jefferson.
Me acerqué a él.
-Hola, soy Jean –lo saludé.
-Buenos días, señorita Jefferson. –me saludó cortésmente. –Yo soy Paul.
Yo asentí y esperé a que siguiera con su presentación pero no lo hizo.
-¿Y tú eres? –lo incité para que siguiera.
-Oh... su padre me ha contratado para ser su chofer.
-¿Mi chofer? Pero yo traigo mi coche. –le comenté.
-Lo sé, pero su padre me dijo que usted no conoce Ottawa y me pidió que fuese su chofer y la lleve a todas partes.
En eso tenía razón, yo conocía Ottawa pero no sabía cómo manejarme sola por la ciudad.
Gracias por pensar en mí, papá.
-Perfecto. –le sonreí. –Aquí tienes las llaves del coche. –dije sacando las llaves del bolso y tendiéndoselas.
-Gracias, iré por su coche y por su equipaje. –sonrió. –Con permiso.
-A delante.
Miré a mis costados para ver si divisaba a Chris y a Brian por algún lado.
Al parecer yo no era la única que tenía chofer, pues ellos estaban en la misma situación que yo.
Llegué a mi casa y María, la ama de llaves, me estaba esperando allí con algo ligero para comer. Un homelet.
Dejé mis maletas en la sala y le pedí a María que preparase el cuarto de huéspedes para Paul ya que lo quería conmigo a todas horas por si algo me ocurría.
Pasé a la cocina y la casa estaba más limpia de lo que yo esperaba.
Abrí la nevera y por suerte había jugo preparado. Lo serví en un vaso y me senté en la barra para comer el homelet.
Después de un rato, miré al hora y eran las cinco de la mañana, no había dormido en todo el viaje y el día sería bastante largo.
La reunión es a las diez así que podría descansar un rato.
Subí a mi habitación llevando conmigo la maleta de los pijamas para quitarme esta ropa y acostarme a dormir.
Cuando me desperté, el sol ya había salido radiante como todos los días, había una brisa fresca que entraba por la ventana y unas nubes blancas que decoraban el cielo. Estas no se prestaban para llover.
Miré la hora en mi celular y eran las nueve de la mañana.
Me incorporé en la cama, bostecé y me estiré para despabilarme un poco.
Entre al baño para lavarme la cara y los dientes, luego salí del mismo y vi que mis maletas ya estaban en la habitación.
Las abrí y estaban todas vacías. Lo primero que hice fue asustarme. Pero después abrí el armario y vi toda mi ropa allí.
Largué un gran resoplido de alivio y el alma me volvió al cuerpo.
Saqué un short negro con una blusa celeste, luego unos zapatos de tacón negro y un saco de color salmón. Esa sería mi vestimenta para hoy.
Dejé todo en la cama y luego escuché cómo alguien golpeaba la puerta. Seguramente era María.
-Pasa. –le dije.
-Aquí traje su desayuno, señorita.
Dejó una bandeja en la mesa de noche que contenía tostadas, mermelada, queso para untar, café y un vaso de limonada.
-Gracias.
Terminé de vestirme y de desayunar y para esto ya eran las nueve con cincuenta minutos.
Bajé a la sala y Paul ya me estaba esperando con su traje de chofer.
-¿Sabes dónde queda la empresa? –le pregunté tomando las cosas de la mesa.
-Sí, señorita.
-Perfecto, vamos.
El trayecto de casa a la empresa fue en silencio, pues ninguno de los dos tenía nada para decir.
Esta vez la reunión sería en mi empresa, los chicos tenían que estar allí ya con las ideas para el proyecto.
Llegué a la empresa y Paul se bajó para recibir mis cosas.
-¿Quiere que la acompañe?
Esta vez llevaba muchas más cosas que la otra vez ya que mi madre me había llenado de archivos y carpetas que necesitaría para esto.
-Sí, por favor.
Entramos al edificio y la recepcionista me saludó. Subimos al octavo piso y entramos a la sala de junta donde Brian y Chris esperaban.
Ambos estaban charlando sobre algunas cosas que iban anotando en las carpetas.
-Buenos días. –los saludé.
-Buen día. –dijeron al unísono y sin siquiera levantar la mirada.
-Deja eso ahí, Paul. La reunión terminará a las doce. –le dije.
-Vendré por usted a la hora del almuerzo.
-De acuerdo.
Paul salió de la sala y me quedé sola con unos chicos que para mí eran pirañas en este momento.

Entre mi profesor y yo (Synyster gates 2° Temporada) Terminada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora