En vez de pedir al chófer que la llevara de vuelta al apartamento, donde sabía que Caroline la estaría esperando para bombardearla con preguntas, ____ le indicó que la dejara en la calle 81 Oeste, justo a solo dos manzanas de donde trabajaba en la 83 Oeste. Había un pequeño parque al que no solía ir mucha gente a esa hora de la mañana; lo habitual era encontrarse solo carritos, niñeras y niños de preescolar jugando.
El contrato estaba dentro del bolso, así que se lo pegó más al costado mientras se dirigía a un banco vacío lo más lejos posible del parquecito donde los niños estaban jugando, para poder así tener algo de privacidad.
Tenía que estar en el trabajo a las doce del mediodía, pero iba a necesitar tiempo para procesar lo que estaba a punto de leer. La orden de Harry de que dejara su trabajo y fuera a trabajar para él aún le resonaba en la cabeza.
No, ____ nunca se había planteado que su trabajo en la confitería fuera permanente, pero le gustaba la pareja que la llevaba; habían sido buenos con ella. Además, era un lugar al que ella había ido a menudo y desde el principio se había entendido muy bien con ellos. Y no, no era un trabajo a la altura de todo el dinero que Jace había invertido en su educación. Se había dejado llevar por un impulso al preguntar a los dueños si necesitaban ayuda extra. Pero ello le permitiría disponer de tiempo para averiguar cuál iba a ser su siguiente paso y la hacía sentirse bien saber que no era completamente dependiente de Jace para vivir. Él ya había hecho por ella más que suficiente a lo largo de los años, y no quería que se preocupara más por ella.
Cuando se sentó en el banco, se aseguró de que no hubiera nadie lo bastante cerca como para poder ver lo que estaba leyendo, y luego sacó el contrato del bolso. Pasó la primera página del documento y comenzó a leer los contenidos.
Los ojos se le agrandaban conforme iba leyendo más y más. Pasaba las páginas automáticamente mientras se debatía entre la incredulidad y una extraña curiosidad.
Harry no había mentido cuando le había dicho que la poseería, que efectivamente le pertenecería. Si firmaba este contrato y se metía en una relación con él, le estaría cediendo todo el poder.
Había algunos requisitos exigentes que decían que tenía que estar disponible para él a todas horas, tenía que viajar con él y estar a su disposición. Sus horas de trabajo serían las que él dijera y su tiempo le pertenecía exclusivamente a él en esas horas de trabajo.
¡Dios santo, había incluso requisitos precisos para el sexo!
Las mejillas se le encendieron mientras alzaba la mirada rápidamente, asustada de que alguien pudiera verla y supiera exactamente lo que estaba leyendo. Y por su bien mejor que nadie estuviera cerca para ojear lo que estaba escrito en esas páginas.
Si firmaba estaría accediendo a cederle poder no solo en el dormitorio sino también en todos los aspectos de su relación. Las decisiones las tomaba él y ella tenía que obedecer.
Quizá lo más inquietante era que, a pesar de lo detallado que era el contrato, la descripción de lo que ella tendría que hacer era más bien vaga; todo estaba cubierto bajo el hecho de que tenía que darle a él todo lo que él quisiera, cuándo y cómo él lo quisiera.
A cambio, él le garantizaba que todas las necesidades que ella pudiera tener se le cubrirían, física y económicamente. No decía nada sobre las necesidades emocionales, no era el estilo de Harry. Ella conocía lo suficiente como para saber que se había bajado del tren de la confianza en lo que a mujeres se refería. Tendrían sexo, y tendrían una cuasi relación tal y como se definía en el contrato, pero la relación de intimidad no entraría en juego, ni tampoco las emociones.
Se había reservado el derecho de cancelar el contrato cuando él quisiera y si se diera el caso de que ella incumpliera algunos de los términos a los que había accedido. Era muy frío, como un contrato laboral con cláusula de finalización por incumplimiento. Y suponía también que era más bien una doble oferta de trabajo: una como su asistente personal y otra como su amante. Un juguete, una posesión.