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Cuando llegó el fin de semana, ____ no tenía ni idea de qué hacer con Harry. Iba a La Pâtisserie todos los días a pedir café y un cruasán y nunca volvía a la misma hora, así que era imposible irse a la trastienda para evitarlo.

Era una presencia constante que le estaba crispando los nervios y deshaciendo su resistencia. Y si eso aún no era suficiente, la bombardeaba constantemente con flores y regalos. Ya fuera en el trabajo o en casa.

Precisamente, el día anterior una persona vino a hacer entrega de un grandísimo centro de flores a La Pâtisserie y la avergonzó delante de todo el mundo al leer la nota que traía en voz alta.

Perdóname. No puedo vivir sin ti.
Harry.

Hoy, otra persona le había hecho entrega de una caja con un par de guantes de una piel muy cálida y una nota en la que se leía:

Para que no se te congelen las manos de camino a casa.
Harry.

A Louisa y Greg pareció divertirlos -menos mal que no se enfadaron-, y ya se había convertido en una broma entre los clientes regulares de La Pâtisserie, que intentaban adivinar qué sería lo siguiente.

El tiempo había mejorado, pero seguía haciendo frío. El cielo estaba azul, despejado y sin una nube a la vista, y el viento soplaba en rachas. La sensación era como si un cuchillo la atravesara. Agradeció tener los guantes mientras se abría camino entre las calles de vuelta a su apartamento. La noche estaba cayendo sobre la ciudad, los días eran cada vez más cortos.

Cuando giró la esquina para recorrer la última manzana antes de llegar a su piso, un cartel eléctrico en lo alto de un hotel le llamó la atención. ¿Cómo no?

En unas letras grandes, de neón, se podía leer lo siguiente:

Te amo, ____. Vuelve a casa.
Harry.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que hacer? Él nunca le había dicho que la amaba. ¿Estaba intentando manipularla emocionalmente al airear al mundo sus sentimientos? ¿Y al ponerlo en esa pantalla, junto a su apartamento, donde era imposible que malinterpretara el mensaje? «Vuelve a casa». No a su apartamento, si no a él.

La estaba volviendo loca. Él la estaba volviendo loca. Y aun así, no había intentado encararla directamente otra vez. No desde la última vez cuando le había dicho que la dejara en paz. Pero seguía ahí. Delante de ella. Siempre recordándole su presencia.

Esta faceta de Harry la tenía desconcertada. Era una faceta que nunca le había dejado que viera, ni a ella, ni a nadie.

____ volvió a su apartamento, exhausta y deprimida. Estaba convencida de que se iba a poner mala, pero no estaba segura de que fuera un catarro de verdad o meramente un producto de todas las noches que había pasado en vela y del desborde emocional tan grande que tenía.

A la mañana siguiente ya no podía negar que estaba enferma de verdad. Había ido andando al trabajo, moviéndose casi como por inercia. Al mediodía, tanto Louisa como Greg ya la miraban con preocupación, y, cuando ____ dejó caer al suelo un bote entero de café, Louisa la llamó desde la trastienda.

La cogió por el brazo y le puso la mano en la frente.

-Dios mío, ____, estás ardiendo. ¿Por qué no has dicho nada? No puedes trabajar así. Vete a casa y acuéstate.

____ no puso ningún tipo de objeción. Gracias a Dios que era viernes y no tenía que trabajar el fin de semana. Pasarlo entero en la cama sonaba casi como el paraíso, y así no tendría que estar presente ni ver lo que fuera que Harry mandara ese día. Se podría esconder tanto de él como del mundo e intentar solucionar este gran desastre.

Mi Éxtasis (01)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora