Capítulo 44: Adiós Legión

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El olor a tierra y humo negro era impregnante

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El olor a tierra y humo negro era impregnante.

Daira abrió los ojos y se sentó, moviendo sus ojos azules de derecha a izquierda tratando de mirar a su alrededor.

Encontró entre el espeso humo, los pedazos de madera de la carrosa destruida, y sobre algunas de ellas, estaba Hanji con los lentes rotos, sangrando por la nariz y los oídos.

Daira comenzó a gatear hacia ella. Todo lo que oía era un fuerte pitido.
Cuando llegó hasta la castaña, tocó su cuello para buscar su pulso cardiaco.

Tragó nerviosa al principio, pero luego de unos segundos logró sentirlo.

Sus oídos se despejaron, ya podía oir lo que pasaba a su alrededor, aunque no podía verlo.

Se oían gritos de guerra, personas corriendo, y armas disparandose, ofreciendo esos flashazos de luz momentaneos entre el humo.

Oyó un jadeo de dolor acompañado de una respiración entrecortada, así que giró la cabeza hacia su dirección, viendo a Levi cuyos ojos eran cubiertos por su cabello.

Podía ver que apretaba los dientes y trataba de sentarse, pero estaba sufriendo.

-Levi- susurró inaudible mientras se acercaba a él.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Levi la miró y reveló una tabla astillada de cinco centímetros de ancho incrustada en su hombro y atravezándolo.

Volvió a jadear tratando de apoyarse y respiraba con dolor.

-Daira- la llamó mirandola a los ojos. Trató de acercarse a ella pero el dolor era insoportable, aunque eso no lo detuvo.

Se arrastró apoyandose sobre el otro brazo hasta llegar a su chica y mirarla.
-Cariño...- llevó su mano temblorosa a su mejilla y luego bajó la vista, encontrando su traje goteando de sangre justo en su abdomen.
El corazón de Levi dió un vuelco.
-A-Amor...-

La llamó cuando Daira frunció el ceño confundida.
Su visión se hizo borrosa, y el sonido era cada vez más lejano.

Lo último que pudo ver, fue un rayo cayendo del cielo y una voz gritando su nombre.

***

Pasó toda una semana para que Daira abriera los ojos.

Recostada en la enfermería del castillo de la Legión, sobre una de las tantas camillas que habían.

Todos los soldados estaban ahí, llenos de vendas ensangrentadas y los ojos cerrados.

Daira se sentó de nuevo y miró sus vendas también.
Se quitó la de la cabeza, luego la de su pierna, seguido por la de su abdomen y por último las de sus brazos.
Estaba completamente sana, como si nada hubiera pasado.

Pero los soldados a su alrededor, no podían decir lo mismo.

Encontró que su ropa consistía en un vestidito de algodón color beige.

D E S C O N T R O L | LevixreaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora