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38. Cuentos





Sus brazos abrazando mi cuerpo desnudo cada mañana eran un paraíso perfecto para mí. Sus besos se habían convertido como el agua que necesitaba y sus ojos que con tanto amor apaciguaban mis incontrolables pensamientos.

Despertaba cada día sobre las nubes sin darme cuenta que el tiempo avanzaba, que todo estaba esperando paciente a mis pies, una fantasía que cuando me sonreía afirmaba que aquello era mi realidad, que nada nunca acabaría pero en mi vida, en la vida real, todo lo hacía.

Pero aún así, deseo negarme a despertar.

—Iré por ti más tarde —dijo Shawn con un beso en mi frente.

—Suerte —le deseé antes de partir cada uno a sus respectivos trabajos.

—Te amo —murmuró, sonreí dándole un pequeño beso en los labios como casi todos los días.

Al principio, Shawn y yo trabajábamos juntos, sin embargo, nuestras tareas daban tantos frutos que ya no sólo tenía que ser compartido con nosotros mismos sino con todos los demás, y a veces era tanta la investigación que hacía cada uno que aún nadie terminaba de concluirlo para así unirlo finalmente.

Cómo lo era el tema de las semillas, aún me quedaban algunas muestras por revisar en el laboratorio mientras que Shawn tenía el trabajo de ir hacia el área respectiva si había alguna nueva noticia pero, por supuesto, esa era la primera tarea de muchas que tenía aquí.

A veces no entendía como Shawn podía hacer todo ello sin perder el control, terminaba una sesión para comenzar otra, papeles que leer y firmar, reuniones semanales con los gobernadores de cada base, buscar soluciones ante algunos problemas que se presentaban en tiempo récord, y tal vez mucho más de las que no tomaba en cuenta.

Me serví un poco de café que había en el expendedor antes de entrar al laboratorio ya que muchas veces solía quedarme dormida por las tardes en medio de mi trabajo, un hábito que trato de cambiar.

—Señorita, Brand. Que gusto volver a verla.

Temblé al cerrar la puerta a mis espaldas por la inesperada visita haciendo que mi café se derramará un poco en los bordes, sintiendo el ardor en mis dedos por el agua caliente.

—Señor, Legrand. ¿Cómo entró?. —pregunté, quieta en mi mismo lugar.

—Es lo menos que debe interesarle de mi. —respondió, dejando de apoyarse en el escritorio y dando unos cuantos pasos hasta mi pero aún guardando distancia —Veo que usted y el joven Mendes han entablado una buena relación.

Fruncí el ceño ligeramente. Estaba asustada, no había recordado su nombre desde mi cumpleaños y aquella tarjeta seguía descansando en uno de mis cajones, sin valor para poderla utilizar.

—No es un secreto que queramos esconder. —respondí, sin apartar la vista de su mirada que parecía tenerme encarcelada en ella.

—Lo era, ¿O no?.

—Creo que cualquier pareja se prepara antes de dar la noticia de su unión.

El hombre elevó la comisura de su labio, encarnando una media sonrisa que reflejaba arrogancia.

T I M E » S.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora