Capítulo 8

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Kiara se despertó suavemente de nuevo en su cama. Cuando se dio cuenta de ello, frunció el ceño al recordar lo que había pasado anoche. Por un momento pensó que sólo había sido un mal sueño, que había estado dormida todo el tiempo y que Gideon no era ningún psicópata.

Pero al incorporarse, sintió un dolor tirante las lumbares de su izquierda. Se levantó tan rápido como aquel dolor le permitió, se acercó al espejo y se levantó el pijama esperando que fuera solo su imaginación. Pero no lo era.

Descubrió que en la zona donde Gideon le había puesto el acero ardiente del atizador, ahora había una gasa que curaba su herida. Le dolía menos que anoche, pero seguía sintiendo el escozor del fuego.

–Yo no haría eso, mi niña.– Escuchó Kiara cuando intentó quitarse la gasa, y al darse la vuelta, vio a Nani de nuevo entrar con el desayuno.

–¿No ha sido un sueño?

–Ojalá lo fuera.– Dejó el desayuno y se acercó a Kiara al ver que le costaba reaccionar.

–Pero esto... no entiendo como...

–No tienes que entenderlo.– La interrumpió.– Solo adaptarte.

Juega al juego. Sigue las normas. No trates de escapar. Y procura sobrevivir.

–No es tan malo como crees.– Nani le devolvió a la realidad.– Tienes una casa enorme y maravillosa a tu disposición con servicio doméstico, médico y educación. Todo lo que necesitas está aquí. Y lo único que tienes que hacer es ser buena con un chico que es un cielo.– Hizo una pausa.– Te prometo que no vas a encontrar a otro chico como Elías en tu vida.

–¡Pero es que yo no quiero estar aquí!

–¿Y cual es la solución? ¿Volver a intentarlo? Gideon ha sido considerado esta vez.– Kiara pensó como sería sin consideración.– Hazme caso, mi niña. No tienes otra opción.

Kiara se negaba a pensar que lo que decía Nani fuera real. Tenía que haber alguna forma de salir de allí.

Aquel día, únicamente volvió a ver a Elías por la tarde. Había estado todo el día sola, hasta que aquella tarde Elías pasó por delante de su cuarto. No había mucha perspectiva de la casa, así que suponía que no sería difícil evitar su cuarto.

–¡Eh!– Le llamó Kiara y corrió a golpear un poco el cristal para llamar su atención. Él se paró y la miró.– ¿Podemos hablar?

Cada vez que Elías miraba a Kiara, terminaba por sonreír, pero no fue aquella vez. Simplemente se limitó a colocarse bien las gafas y se acercó.

–¿Necesitas algo?– Le preguntó él.

–Si.– El tono de Kiara sonó más borde de lo que le gustaría. Pero antes de seguir, se detuvo un segundo al darse cuanta como, a pesar de todo, Elías la miraba con esos ojos tan especiales de manera tan dulce.– Quería... pedirte perdón.– Elías arqueó las cejas.

–¿Perdón?

–Si, por... ya sabes... Darte con el atizador...

–Ah, eso. Tranquila.– Kiara se sorprendió ante su respuesta.– Mi padre tenía razón, no tenía que haberte dejado salir tan pronto.

–¿Y por qué lo hiciste?

–Creo que porque llevaba mucho tiempo sin compañía...

–Puede que si los dos ponemos un poco de nuestra parte, podemos hacer que esto, tan raro, funcione.– Elías sonrió.

–Me encantaría.– Kiara también sonrió.– Sonríes. ¡Estás sonriendo!

–Si, bueno, creo que solo necesito relajarme un poco.

–Puedo ayudarte con eso.

–Creí que era yo la que estaba aquí para hacerte feliz.

–Si me dejas, te prometo que ya no querrás irte nunca más.– Dijo apoyando ambas manos en el cristal.

Kiara vio lo emocionado que parecía Elías. Hacerle feliz parecía fácil. Así que terminó por poner una de sus manos junto a la de él a través del cristal. Fue un gesto algo forzado por su parte, pero su sonrisa mereció la pena.

–¿Qué tal tu herida?– Terminó por preguntar ella.

–Oh, bueno. No es para tanto.

Elías apartó las manos del cristal y se levantó un poco la camiseta. Kiara vio la herida y los moratones que le había hecho, pero aquello enseguida perdió el interés cuando vio lo fuerte que estaba.

–Vaya, estás en forma, ¿eh?– Dijo y él se puso nervioso.

–Si, b-bueno, estar en casa no significa que no pueda cuidarme.– Dijo bajándose la camiseta.

–No, para nada. Está claro que... te cuidas mucho.

–Gracias.– Dijo y se frotó el estómago por la zona de la herida.– Me han dicho que la herida no es grave y que pronto estaré recuperado.

–Me alegó, y una vez más, siento habértelo hecho.

–No pegas nada mal en realidad.– Dijo con una sonrisa de picardia, pero justo entonces le llegó un mensaje. A Kiara le sorprendió que tuviera móvil en realidad.– Es mi padre. Tengo que enviarle un par de cosas.

–Vale, ¿nos vemos luego?

–Claro.– Le dijo con una sonrisa sincera mientras se marchaba.

Yours Donde viven las historias. Descúbrelo ahora