Capítulo 37

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Gideon siguió tirando de la mandíbula de Kiara hasta tal punto que Kiara pensó que no volvería a hablar. Pero antes de que escuchasen el ''crac'' que lo haría todo irreversible, Gideon la llevó hasta la puerta y la sacó de allí de un solo empujón.

Kiara no supo a que atender, si al hecho de  que la acababa de echar de su despacho o de que había estado a punto de partirle la mandíbula. Cuando pasaron un par de segundos, Kiara se agarró la mandíbula para asegurarse de que todo estaba bien y no había nada de lo que preocuparse. Le preocupaba más aquello que el daño que le había hecho en la cabeza.

Cuando volvió a la realidad, se dio cuenta de que al otro lado del pasillo, y detrás de una simple puerta, estaba Elías, y si la encontraba allí, no sabría como disimular. Así que se recompuso y volvió a su cuarto.

Al volver, vió que su ordenador seguía encendido, así que decidió sentarse y aparentar que seguía trabajando, pero antes de seguir con su trabajo, decidió pasarse por internet y ver si era capaz de encontrar algo relacionado al caso de Elías. 

Sabía que sus búsquedas en internet estaban muy limitadas y apenas podía buscar cosas que no tuvieran que ver con la psicología. Elías tenía veintidós años, así que buscó casos de bebés robados en aquel año. Le pareció increíble el numero de casos que llegó a encontrar y como la mayoría de ellos a día de hoy seguían desaparecidos. Uno de ellos era Elías, pero eran demasiados casos como para repasarlos todos, y la mitad de las paginas en las que entraba terminaban por cerrarse por las restricciones de Gideon. Llegó a la conclusión de que la foto de la pareja asiática que vio al abrir la carpeta eran los verdaderos padres de Elías, y ahora deseaba poder haberlos visto mejor. 

–¿En que piensas?– Le preguntó Elías a Kiara durante la cena al verla algo descentrada de la realidad.

–En nada.

–¿Tu día también ha sido eterno?

–Duro, más bien diría yo.– Dijo mirando a Gideon.

–Está claro que ambos necesitáis descansar.– Dijo él.

–Yo no veo el momento de quedarme dormido.– Dijo Elías frotándose la cara debajo de las gafas.

–Por lo menos deberías estar orgulloso de lo duro que estás trabajando.– Le dijo con una sonrisa y Elías le devolvió la sonrisa.

Cada vez que Kiara les miraba aquella noche, no podía evitar pensar en cómo su padre le había engañado para hacerle pensar que era su hijo.

Kiara sabía que aquella noche no sería tranquila. Sabía que aquella noche Gideon tenía algo preparado para ella. Por eso ella no quería dormir. Pero tampoco quería seguir pasando miedo, estaba cansada de cerrar los ojos con miedo todas las noches pensando en si volvería a abrirlos al amanecer, así que miró a Gideon muy seria y terminó de cenar.

Cuando despertó aquella noche, las sensaciones fueron muy diferentes al resto de las veces que Gideon la torturaba. Lo primero que sintió fue el frío y el viento, aquello la hizo espabilar rápido y librarse de los últimos rastros de la droga que le administraba en las cenas. Cuando se dio cuenta de que estaba en el bosque, no supo qué pensar. Seguía en pijama, pero descalza, lo cual le hacía sentir la tierra bajo sus dedos.

El problema llegó cuando se miró las manos. Tenía las muñecas rodeadas y atadas por algo que parecía alambre de espino, lo cual se le clavaba en la piel y la hacía sangrar poco a poco. Se levantó como pudo y se fijó que en el árbol en el que estaba apoyada, había dejado una nota.

–Huye. Si puedes.– Leyó.

Kiara lo pensó unos segundos. No sabía donde estaba, pero no podía ser lejos de casa. No sabía a dónde ir, pero antes de poder decidirse, escuchó el perdigón de una escopeta estrellarse en otro árbol a escasos centímetros de donde estaba ella, así que echó a correr sin pensarlo.

El ir descalza, con las muñecas atadas, de noche y por el bosque no ayudaba a su carrera. Y lo que menos sobre todo eran los tiros. Kiara no entendía como podían venir de tantos sitios diferentes a la vez y tan rápido.

Cuando tropezó con una raíz de árbol se clavó las espinas en el pecho, lo cual le produjo bastante dolor pero le dio una idea. Levantó la cabeza e intentó cortarse el collar de control con los alambres, pero no conseguía más que empeorar las heridas de sus muñecas.

Otro tiro cerca de sus pies la hizo sobresaltarse y gritar. Se volvió a levantar y siguió corriendo. De poco le serviría quitarse el collar si no conseguía salir de aquel bosque infernal con vida.

Corrió hasta quedarse sin aliento ni saber a donde ir. Cada vez que encontraba un segundo de tranquilidad intentaba librarse del alambre, pero siempre terminaba por interrumpirla un disparo cada vez más cerca de ella.

Ni siquiera supo cuanto tiempo estuvo perdida por el bosque. Tenía la sensación de que en cualquier momento empezaría a amanecer, pero antes de que eso pasase, Kiara empezó a ver luces. No sabía si serían las luces de la carretera o que se estaba volviendo loca, pero al acercarse un poco más, vio que no era nada de eso, sino que eran las luces de casa. Nunca había estado tan contenta de ver aquella casa.

Dio un par de pasos para entrar en casa y sentirse a salvo de una vez, pero antes de que pudiera dar el tercero, escuchó la escopeta prepararse para disparar detrás de ella.

–Media vuelta.– Escuchó.

Kiara obedeció y se giró lentamente hacia Gideon para ver cómo se guía apuntandola.

–No lo has hecho mal esta noche.– Le dijo sin bajar el arma.– Has conseguido sobrevivir.

–¿¡Con que fin!?– Dijo acercándose todo lo que él miedo le permitía.– No me has matado porque no has querido.

–Ganas no me faltan, créeme.

–Pues venga.– Le retó Kiara colocándose delante del cañón de la escopeta.– Estoy cansada de vivir con miedo. Así que matame.– Le tembló la voz.– Porque no voy a parar, hasta que Elías sepa la verdad. Me da igual lo que me hagas, porque si me matas, vendrá alguien más, y otra más y otra... – Una lagrima rodó por la mejilla de Kiara.– Y terminará por saberlo.

–Serás zorra...

–Cuando un hombre llama zorra a una mujer, es porque algo está haciendo bien.– Kiara enderezó la cabeza.– Así que ten los huevos para matarme.

Kiara podía estar muy segura de lo que estaba diciendo por qué realmente lo sentía, pero también tenía mucho miedo. Le acababa de dar a Gideon permiso para matarla, y él parecía haber aceptado. Acercó el cañón de la escopeta un poco más a Kiara y ella cerró los ojos antes de que Gideon apretase el gatillo.
















Pero la escopeta no estaba cargada.

–La próxima vez estará cargada.– Dijo cuando Kiara abrió los ojos sorprendida a la vez que asustada. Gideon bajó el arma.– No olvides nunca quien manda aquí. Nunca. Porque tú solo eres un simple juguete. Prescindible. Pero a pesar de todo ello, mantendrás la boca cerrada. Porque solo continuas viva por Elías.

Gideon pasó a su lado para volver a casa. Cuando Kiara sintió que ya estaba tras ella, cayó de rodillas y soltó toda la presión que llevaba aguantando un buen rato en un largo y entrecortado suspiro. Los últimos minutos de su vida habían sido realmente extremos.

Y cuando creía que tendría un pequeño momento de paz, Gideon la agarró del collar y volvió a llevarla a rastras hasta casa.

Yours Donde viven las historias. Descúbrelo ahora