11. El interior de Diana...

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Al principio todo era oscuridad, como una densa maraña de tinieblas que jamás habían conocido rastro de luz, ni al inicio del propio universo. Berkana caía y caía, incapaz de poder concebir su propia mente ni sus pensamientos; no existían formas definidas. Entonces aparecieron nubes blancas que flotaban como un plancton cósmico, anterior al propio tiempo. Aquellas nubes empezaron a tomar formas definidas hasta convertirse en galaxias, estrellas, nebulosas, quásares, púlsares, planetas, meteoritos, cometas y asteroides. Pero eran tan diminutos que apenas y podría decirse que existían. El tiempo y el espacio empezaban a tomar forma. Solo entonces Berkana pudo reconstruirse para tomar su forma hiperbórea. Convertida en leviatán, siguió descendiendo a las profundidades de un abismo cada vez más iluminado.

Poco a poco, la densidad del espacio aumentaba, inundándose de energía y materia oscura. Había muchísimo plasma y espectro en aquel lugar, tanto que era posible bucear como si de agua se tratase. Berkana estaba impresionada por la desmesurada cantidad de energía espectral acumulada en aquel cosmos. No le sorprendió que Diana hubiera tenido un colapso.

Ella nadó cada vez más profundamente hasta que poco a poco la densidad del espectro fue disminuyendo hasta convertirse en algo parecido a gas. La leviatán ya no nadaba, sino que levitaba en un ambiente sideral, imbricado de taquiones y partículas quánticas caóticas en sistemas dinámicos. Aquel, era un sitio peligroso.

Qué lugar podrá ser este —se preguntó Berkana—. ¿Serán los circuitos espectrales de Dianara acá abajo?

Desde insondables profundidades pudo ver una luz lila que brillaba con demasiada intensidad a una distancia difícil de definir. Berkana se dirigió hacia aquel resplandor con la convicción de alcanzarlo. El tiempo era tan amorfo que era imposible definir el futuro, el presente o el pasado. Las tres dimensiones de la realidad habían colapsado para dar paso a una cuarta dimensión, una sustancia en la cual era posible viajar a ilógicas velocidades. Y es que en aquel universo no existía lógica alguna. Todas las leyes de la Física se habían desvanecido en el absurdo.

Sí, no hay duda, estoy en el circuito de Dianara —pensó Berkana.

Unas misteriosas burbujas, claras como cristal, empezaron a aparecer. En su interior se configuraban imágenes definidas y con ellas también llegaban sonidos, olores, sensaciones y sabores. Berkana se aproximó a una de aquellas burbujas y vio en ella el rostro de Rodrigo, arrasado por las lágrimas. Podían oírse palabras que brotaban de su boca con una desesperación monstruosa, amplificadas por una reverberación lejana y misteriosa: «¡Quién te dio el derecho de ponerme una prueba tan estúpida! ¡Quién te dio derecho de jugar así conmigo! ¡No soy un maldito juguete que puedes desechar cuando ya no sirve! ¡Entiende de una buena vez que eres lo más importante para mí! ¡Comprende que nuestros amigos sí son importantes para mí! ¡Dejá de probarme, carajo!».

Berkana se sintió confusa, pero luego dedujo que aquellas burbujas contenían los recuerdos de Diana. Todas emanaban sonidos, palabras, sensaciones alegres pero también dolorosas. Eran sentimientos tan fuertes que sus ecos penetraban la mente de Berkana como una filosa espada, enervándola. Uno de aquellos recuerdos llamó su atención. Vio en él a Rodrigo y Gabriel siendo torturados por dos monjes de aspecto asiático. Berkana pudo sentir la profunda desesperación que experimentó Diana en aquel momento.

La Centinela siguió descendiendo, rodeada de miles de recuerdos que Diana había acumulado en su vida. En otra burbuja vio una soberana paliza que Orlando Cuellar le había propiciado a Diana. Sintió el ardor de los cinturonazos que recibió en la espalda, sintió el miedo y el dolor. Y no era la única zurra que contenía los recuerdos de Diana, había varias otras tundas en sus memorias, cada una más violenta que la anterior.

Esto es inesperado —se dijo Berkana—. Hay más dolor de lo que pensé.

A profundidades más abisales la leviatán pudo visualizar varios momentos que Diana y Rodrigo habían compartido juntos. Berkana sintió claramente los sentimientos de Diana hacia Rodrigo en lo más profundo de su corazón. Era una sensación tan cálida y poderosa, que la Centinela, a pesar de su endurecido temperamento, no pudo evitar conmoverse.

El descenso continuó cada vez más velozmente, viajando a la velocidad del pensamiento a lugares donde solo Diana había estado. Y aún más. Ingresó a sus registros memóricos más nebulosos, allí donde cualquier posible conciencia se fundía con la nada. Entonces Berkana pudo visualizar una escena de la primitiva infancia de Diana: su nacimiento.

Había una mujer a punto de dar a luz, aullaba del dolor y sudaba copiosamente. Una enfermera, situada a la cabecera de la camilla, alentaba a aquella mujer para que pujara con más fuerza. Pero las cosas se complicaban, la parturienta lucía pálida y débil. Entonces dejó de exhalar, de gemir y gritar. Estaba desmayada. Un médico, muy alterado, empezó a dar instrucciones para revivirla. Parecía que estaba clínicamente muerta. Pero en ese momento oscuro en el que la muerte inundaba la sala de partos, un grito de vida brotó desde la entrepierna de la mujer. Era una diminuta bebé que lloraba con fuerza y que se había abierto paso por sí misma para nacer. Su madre no la había ayudado, la había dado a luz estando en muerte clínica. Solo cuando la niña lloró, su madre despertó y gritó desesperadamente por tener a su pequeña en los brazos. En ese momento Berkana comprendió que la madre de Diana le había dado a luz estando muerta. Fue un raro alumbramiento

Los recuerdos siguieron surgiendo desde lo desconocido. Cada vez más oscuros, más difusos y lejanos. De pronto, Berkana se vio envuelta en las memorias de la sangre de Diana, aquellos recuerdos que contenían el registro de otras vidas. Un recuerdo infinitamente antiguo se aperturó de forma repentina, era tan doloroso que Berkana se desarmó en lágrimas de dolor e impotencia pues podía sentir lo que Diana sintió. La historia de cómo Lycanon y Vairon se convirtieron en gemelos estaba proyectándose en su mente, pues antes de Lycanon y Vairon existió Laycón; y antes de Dianara existió Danae. Ambos, tratando de salvar a su hermano Halyón y a los suyos, y como un acto de estrategia para preparar la llegada de Lucifer y el Graal al mundo, cayeron en un cruento combate en la Atlántida. Ante Berkana se estaba desplegando la antediluviana historia de Diana, de Rodrigo y de Alan; el origen de su maldición.    

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora