34. El paciente del Dr. Siegnagel...

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Ciudad de La Paz, 20 de diciembre del año 2001. Alrededor de las 10:25 A.M. en inmediaciones de la zona de Miraflores, sobre la calle Díaz Romero y avenida Saavedra. Un médico psiquiatra se hallaba en su descanso y había salido de la clínica para merendar. Apetecía de una o dos salteñas que acompañaría con una gaseosa. Era un hombre alto, de facciones sólidas como un ladrillo y abundante cabello castaño imbricado de tímidas canas. Incluso en su barba y bigote podía verse la canosa presencia de la edad empezando a abrir estrías en la lejana juventud de aquel sujeto. Sus ojos pardos eran a veces cubiertos por el reflejo de sus lentes que, a pesar de no tener una medida realmente importante, no dejaban de ser un artículo necesario para aminorar la miopía que desde hace poco había empezado a nublar su vista. Sin embargo, su cuerpo estaba extraordinariamente conservado para su verdadera edad de más de 60 años.

Arturo Siegnagel era médico psiquiatra graduado de la Universidad de Salta y había llegado largos años atrás a Bolivia desde su natal Argentina. La razón de su traslado fue la expresa voluntad póstuma de una de sus pacientes más importantes, Belicena Villca, quien le pedía en una extensa carta encontrar a su hijo, Noyo Villca. Desde entonces el Doctor Siegnagel se había consagrado a la búsqueda de Noyo y la importante reliquia que se había llevado consigo: La Espada Sabia de la Casa de Tharsis. Sin embargo, él jamás imaginó hallar en Bolivia a tantos Viryas despiertos quienes le habrían de ayudar en su búsqueda.

Su contacto más importante en La Paz lo constituía un viejo hierofante ciego conocido como Qhawaq Yupanki. El anciano había tenido múltiples contactos y una extensa historia compartida con la paciente cuya última voluntad era la razón de su estancia en Bolivia. Desgraciadamente el viejo guerrero había fallecido recientemente en circunstancias sobrenaturales y su lugar lo estaba supliendo su nieto, un muchacho muy joven que respondía al nombre de Rhupay Yupanki. Por él, Arturo sabía del milenario drama de los Centinelas de Artemisa y el pronto advenimiento de su gran batalla final, aunque aquel relato increíble y sus inmensurables consecuencias aún parecían lejanas a su persona. Desde Argentina el Dr. Siegnagel seguía consejo y órdenes de la antigua Orden de Caballeros Tyrodal. Sus instrucciones concretas para él eran las de concentrarse en encontrar a Noyo Villca y la Espada Sabia. Era de vital importancia llevar aquella reliquia a las manos del Pontífice Hiperbóreo antes del advenimiento del Kairos del Fin. Por ello Arturo, a pesar de sus extraordinarios poderes, se había mantenido al margen de los terribles sucesos que estaban aconteciendo en La Paz y sus inmediaciones. La última pista que había recibido de Noyo y la Espada habían venido por medio del mensajero del Circulus Dominicanis, Ursus de la Vega, quien había rastreado a Noyo hasta la ciudad de Cochabamba; sin embargo Villca no permaneció demasiado tiempo allí y regresó a La Paz en una flota de transporte interdepartamental en fecha 14 de noviembre del 2001. Arturo debía seguir en La Paz y darle encuentro. Aunque habían pasado largos 13 años desde su llegada a Bolivia, el escurridizo Noyo Villca parecía perdido en aquel valle de los Tres Picos que constituía la capital trasandina. El Dr. Siegnagel no podía volver a Argentina aún, no hasta coincidir con Noyo.

Sus pensamientos daban vueltas alrededor de los últimos eventos, volviendo a su memoria siempre la carta póstuma de Belicena Villca donde le explicaba al doctor todos los eventos que la llevaron a ella y su estirpe hasta aquellas instancias finales en la ciudad de Salta, Argentina. Gracias al relato del viejo Qhawaq el Dr. Siegnagel pudo ponerse al corriente de todas las actividades que Belicena habría realizado en Bolivia. Quizá la más destacada de todas sus gestiones fue contactar con Lupus Felis, uno de los iniciados del Circulus Dominicanis, para transmitirle la sagrada misión de realizar una talla de la Virgen de Agartha cuya función en el futuro sería despertar a los hombres de Sangre Pura habitando en territorio boliviano. Todos aquellos pensamientos circundaban la mente de Arturo mientas sus pasos lo guiaban a la salteñería que solía frecuentar. Entonces una sensación escalofriante lo dejó tieso a media calle.

Por breves segundos, Arturo pudo oír un alarido lejano y sordo. Dos presencias descomunalmente poderosas parecían estar hostigando con monstruosa brutalidad al universo de las formas creadas. La violencia parecía estarse desatando en algún lugar próximo a la ciudad de La Paz, pero no podía determinar con certeza dónde. En los meses de la víspera, Siegnagel había sentido choques violentos. Incluso pudo presentir un cambio en la naturaleza del fuego. Lo sentía en las hornillas de su cocina, en la chispa de los fósforos, en todo lugar u ocasión en el que las llamas ígneas resplandecieran. El fuego había mutado. Pero aquella sensación tan violenta le resultaba especialmente nueva. No se parecía a nada que en el pasado hubiese sentido, ni si quiera cuando él y su tío, Kurt Von Subermann, destruyeron a los archigólems Bera y Birsa, veinte años atrás.

Alarmado por tan abrumadora brutalidad regresó velozmente a la clínica para hallarse solo con sus pensamientos, pero sus intenciones se vieron frustradas por una enfermera que ni bien le vio se aproximó y lo tomó del brazo.

—Doctor, un muchacho lo busca en su consultorio —dijo la mujer.

—¿Quién es?

La enfermera de inmediato sacó una libreta de anotaciones.

—Dijo que era Rodrigo Torrico Michelle, venía de parte de Rhupay Yupanki.

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora