29. Pasión, placer y dolor...

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Recuéstate en el suelo y hablemos bajo el cielo brillante,

una estrella fugaz atravesó ese cielo tan profundo.

En tus ojos llorosos, quebrándose tu corazón, miraba tu deseo de volver atrás en el tiempo,

y seguir con esa tu mente juguetona de niño.

Estamos cambiando, volando con alas invisibles juntos y lejos a la vez.

Estás apagándote,

pero aún podemos ser brillantes en un final secreto.

Tú tienes el boleto del último vagón.

Hola, adiós. Una y otra vez

Nos vemos en el futuro, amor;

me verás con un telescopio, cuando me convierta en tu estrella.

Quédate aquí, quédate por favor. No me abandones...

Plastic Memories OST, Again & Again

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La hora casi había llegado y el cielo empezaba a enrojecerse con la luz del alba. Le quedaban pocas horas a Rodrigo en aquella magnífica fortaleza. Poco después de la medianoche la luna estaría llena y directamente alineada con la torre principal de la Fortaleza de Oricalco, evento que indicaría la hora de partir. No tenía ya muchas cosas pendientes y se había despedido de la mayoría de sus amigos y seres queridos. De no ser por una última despedida, todo lo que habría restado era esperar. Pero aún le restaba el más doloroso adiós de todos. Claro, Rodrigo no iba a buscar por sí mismo aquella situación, sino que dejaría que ocurriese de forma tan natural como todos sus encuentros previos. Cosa que, a esa hora del alba, finalmente acontecía.

Ella venía con el Arco de Artemisa colgando a sus espaldas. La reliquia resplandecía magnífica pero delicadamente con los tonos del atardecer. Y no solo el Arco resplandecía bellamente, sino también su portadora. Ella se había puesto la ropa más normal y casual del mundo, tanto que, de no ser por el enorme Arco a sus espaldas, parecería una chica paceña y mundana a inicios de los 2000 lista para tener una cita normal con un muchacho igualmente normal.

Al verla aproximarse lentamente, una sensación de caos y emoción se apoderó de Rodrigo.

—Diana —farfulló.

Sin que Rodrigo supiera cuándo, Diana ya le había dado alcance y rosaba con su palma el rostro del lobo.

—¿Acaso eres real? —dijo Rodrigo de forma automática.

—¿Crees que no?

—No me atrevería a imaginarlo.

—Tonto, claro que soy real.

—Esto ya lo vivimos —dijo Rodrigo.

—Sí, en tu cumpleaños del 99 —agregó Diana y tomó de la mano al lobo—. Éramos niños en ese entonces.

—Quizás lo sigamos siendo.

—Niños grandes, ¿no?

—No, niños inmortales. Niños condenados a vivir la misma despedida.

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora