40. Belsebuh Vs Laycón...

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En un instante que pudo ser solo una fracción de segundo, Laycón sintió estallar el espectro de Gorkhan en una irradiación tan gigantesca como un universo entero. Frente al lobo se erguía la figura desafiante de Belsebuh, esperando que su enemigo tome la iniciativa de la batalla. Pero ambos oponentes se habían quedado quietos, estudiándose el uno al otro. Fue entonces que el diabólico centauro sintió la distracción del lobo y arremetió.

Laycón retrocedió unos pasos, desenvainó su espada y se situó a un costado de Belsebuh que, al darse cuenta de su descuido, se catapultó por los aires para evitar que el lobo contraatacara por alguno de sus flancos descubiertos. Estando en el aire se dio cuenta que Laycón había saltado tras él. Belsebuh vio una brecha abierta en la defensa del lobo e hizo un mandoble letal con su lanza de huesos. El corte se convirtió en un filoso haz de luz ígnea que cortó el aire, perforó la defensa de Laycón e, inevitablemente, perforó su cuerpo.

Un gran chorro de sangre salió expulsado a presión del torso del lobo, sus ojos se desorbitaron, su boca se llenó de escarlata hemoglobina y cayó pesadamente al piso, dejando un pequeño cráter en el lugar del impacto. Belsebuh no deseada darle tiempo a Laycón para recuperarse y atacó nuevamente elevando su mano al cielo. Ni bien terminó la acción, una emanación de magma emergió del suelo, desde las espaldas del lobo caído, y un alarido de dolor se oyó desde el interior de aquel geiser de fuego. Laycón estaba cocinándose. Belsebuh sonrió y sintió profunda satisfacción por lo fácil que lo había derrotado. Con su espectro forzaba a las entrañas del mundo a vomitar rocas fundidas cada vez más calientes. El demonio podía sentir la resistencia del frío espectro del lobo, luchando por sobrevivir al ataque, pero una certeza inaudita inundó a Belsebuh, supo que ese instante glorioso era la hora de la caída de los Centinelas. El lobo iba a perecer.

El ataque del centauro de fuego persistió durante algunos minutos hasta que sintió que su enemigo ya no ponía resistencia y que el magma había alcanzado su cuerpo, vaporizado sus fluidos, deshecho sus músculos, derretido sus huesos e inmolado su Espíritu en la nada. Solo entonces bajó el brazo y comprobó que en el lugar donde Laycón yacía tendido había quedado solo una mancha carbonizada con la forma de un cuerpo humano. Eso debía ser todo.

Belsebuh bajó de los cielos y se acercó a la mancha para corroborar su victoria. No tardó en sentirse vencedor, aunque decepcionado por lo sencillo que había sido derrotar al famoso Último Lobo. "¿Acaso es esta bestia a la que los Arcángeles tanto temen? Pero si no era más que una débil criatura", pensó el diabólico centauro. Pero esa misma certeza, la facilidad con la que había vencido a Laycón, había empezado a calar sus nervios pues se comenzaba a plantearse la hipotética situación de que aquello no hubiera sido más que una trampa. ¡Es que fue demasiado sencillo! Si el Tetragrámaton temía tanto que el Último Lobo despierte era por algo, no podía terminar así.

Y estaba en lo cierto.

De forma súbita se vio parado en la superficie de un mundo extraño. No era la Tierra, no se parecía para nada a ninguna Tierra de ninguno de los mundos de ilusión. Era un mundo desértico, blanco, rodeado de montañas con enormes coronas de fuego faérico azul. En el cielo se veía reflejado el espacio exterior, imbricado de estrellas, nebulosas y una lejana galaxia brillando a lo lejos. Y había algo más, un objeto lejano y tenebroso que fungía de Sol en un sistema estelar. Todo orbitaba alrededor de ese objeto. No era una estrella pues brillaba más que cientos de galaxias juntas. Un haz cegador de energía explotando a lo largo de billones de kilómetros. Algo así de grande y brillante debía ser increíblemente poderoso. Laycón lo había arrastrado a la superficie de un pequeño planemo a la deriva, orbitando a un quásar, el objeto más mortífero de los universos creados, el más poderoso y letal. Una caldera espiral de gas supercaliente, más brillante que cientos de galaxias. Y la fuente de ese poder asombroso se hallaba en las profundidades del corazón de la bestia, un corazón oscuro, un agujero negro supermasivo, una de las bocas del Demiurgo mismo vagando por el espacio y comiéndose incluso la luz. Pesado como miles de millones de soles. Despedaza estrellas enteras, absorbiendo sus gases, devorándolos hasta que no son nada y quedan perdidos por siempre para el universo visible.

Ni los Arcángeles del Tetragrámaton ni los demonios del Bafometh se aproximaban jamás a un quásar pues sabían que aquel era el único objeto de todos los universos de las formas creadas bajo el cual no tenían el menor poder. Era lo único que no podían controlar ni desafiar pues ese descomunal agujero negro era la presencia misma del Creador. Era la materialización más concreta del logos de Jehovah, su boca, el orificio por donde se alimenta y emana su palabra. Los agujeros negros son los arquitectos del universo.

Belsebuh casi no podía creer que había llegado hasta allí sin darse cuenta. Tenía que alejarse lo más antes posible. Pero entonces vio una figura azulada descender desde el cielo. Era Laycón y estaba prácticamente intacto a no ser por la gran herida que le había abierto con su lanza. Su armadura estaba llena de su sangre, pero aquella herida parecía no inmutar al lobo. Bajó levitando, con los brazos cruzados y la mirada fija sobre el centauro de fuego.

—¡Eso es imposible, yo mismo te inmolé! —gritó Belsebuh.

No hubo respuesta.

Pero entonces una sospecha pasó por la mente del demonio. Era claro que lo que había calcinado no era Laycón. Mientras se hallaba distraído en levantar una columna de fuego que rompa la dura y helada coraza espectral del lobo, Laycón trabajaba para llevárselo a aquel sitio sin que se diera cuenta.

—Eres un maldito —masculló Belsebuh—. ¿Acaso entiendes lo que es eso? ¡Es una boca de Dios, maldito perro! Si nos acercamos, ambos desapareceremos. ¡Cómo te atreviste a traernos aquí! ¡¿Acaso tú también quieres desaparecer?!

Yo no pertenezco al universo de las formas creadas, Belsebuh. El único vulnerable a ese poder aquí, eres tú.

—¡No te lo voy a permitir!

El centauro elevó una flama maligna desde su cuerpo y la catapultó contra Laycón que rápidamente levantó su barrera y contraatacó disparando una ráfaga de plasma helado. Ambas estelas chocaron violentamente y empezaron un pugilato. Laycón mantenía los brazos levantados hacia su oponente, empujando su plasma usando su espectro. Belsebuh lidiaba con su lanza apuntando al lobo, pujando con todo su poder el rayo que lo embestía. Pero el fuego no pudo sostener durante mucho tiempo la dura pulseta cósmica. Finalmente el rayo azul empezó a ganar terreno, desplazando la luz ígnea y corrupta del demonio. Belsebuh ya no podía seguir empujando y saltó desesperadamente para evitar ser alcanzado por el rayo. En el aire sintió como algo frío perforaba su cuerpo. Bajó la mirada y vio que Laycón lo había atravesado con su espada. El lobo lo miraba fijamente mientras enterraba la mortífera arma en la carne ardiente. Por primera vez en todo el fuero de su perennidad, el centauro diabólico se sintió sumergido en una marea de horror.

No tengo tiempo ni fuerzas para desperdiciar en un largo combate contigo —sentenció Laycón con una sonrisa socarrona en su rostro—. Así que regresa con tu amo, desaparece con él y deja que las formas creadas te absorban.

—¡NO, no lo hagas! —empezó a suplicar Belsebuh—. Concédeme la vida y yo lucharé por ti. Haré lo que me pidas si con eso me alejas de esa cosa monstruosa.

Laycón cerró los ojos y río brevemente.

Ni siquiera sois capaces de morir con honor. Los Siddhas Traidores en verdad me causan mucho asco y lástima.

—¡NOOOO!

En un remate final, Laycón hizo estallar su espada en plasma helado, empujando el cuerpo de Belsebuh a las entrañas del maléfico quásar. No podría moverse pues había congelado su poder diabólico de fuego el momento que lo alcanzó con su espada. Belsebuh estaba condenado a ser absorbido por la boca de Jehovah sin que nada ni nadie pudiese evitarlo. Y mientras se alejaba, su grito de terror seguía reverberando en el espacio, usando la materia oscura para propagarse como el sonido lo haría en el aire de la Tierra.

Si no hubiera sido porque hallé este quásar —pensó Laycón en voz alta—. Vencer a este diablo feo me habría tomado mucho más tiempo y energías. Jamás pensé que tendría algo que agradecerle a Jehovah-Satanás. Pero si algo he aprendido es que, para vencer a una espada, se necesita otra espada. Para vencer a un escudo, se necesita otro escudo. Y para vencer a un Siddha Traidor no hay nada más efectivo que otro Siddah Traidor. Ja, seguro Jehovah despertará con indigestión cuando descubra que se comió a Belsebuh mientras dormía.

Laycón también estaba vulnerable en aquel momento pues, a pesar de su gran poder, él tampoco era totalmente invulnerable al quásar dentro del universo del Demiurgo. Su próxima misión era salir de allí, encontrar a Gorkhan y llevarlo de regreso a la Tierra de la Cuarta Vertical. Los demás Centinelas esperarían. 

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora