35. Los Centinelas atacan...

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Jorge Quiroga Ramírez había asumido la conducción del país tras la renuncia del General Hugo Banzer. Los eventos acontecieron a una vertiginosa velocidad y en poco tiempo la democracia boliviana se había llenado de zozobra. Pero más allá de tecnicismos tan finitos y limitados como esa imitación de gobierno legalmente instituido, subyacían los oscuros designios de la Fraternidad Blanca. La Sinarquía había liquidado a Banzer por su incapacidad y había permitido a un iniciado de bajo rango en la Masonería ocupar su lugar.

El Plan de Empleos de Emergencia y las nuevas urgencias de la coyuntura nacional habían servido como mampara para que el grueso de la población no sospeche de los terribles acontecimientos que estaban por eclipsar la vida sobre la Tierra. Desde luego, el flamante Presidente de la República de Bolivia tampoco lo sabía a ciencia cierta, Jorge Quiroga solo se limitaba a obedecer las órdenes de la Fraternidad que, a nombre del santo Tetragrámaton, había instruido que las tropas de la Sinarquía entren a Bolivia para apoyar una misión sagrada. De esa forma varios efectivos del Ejército de los Estados Unidos e Israel habían penetrado las fronteras bolivianas bajo los programas de ayuda no gubernamental de USAID. La excusa era la lucha contra las drogas y el narcotráfico. A su vez, un contingente numeroso de Cascos Azules de las Naciones Unidas fueron traídos desde los regimientos de la OTAN para coadyuvar la labor antidroga. Sin embargo, aquello no era más que una pantalla para la movilización de grandes tropas equipadas con tanques, helicópteros y aviones cazabombarderos. El Presidente boliviano sabía aquello y, con ayuda del silencio de los medios de comunicación y la aquiescencia de la opinión pública, permitió y apoyó a las tropas extranjeras incluso con efectivos del propio Ejército de Bolivia. Jorge Quiroga no sabía la razón de tanta belicosidad, como fiel esclavo de la Fraternidad obedecía órdenes, y tampoco es que le importara mucho; después de todo, para un hombre como él, Bolivia, su gente y cualquier otra coyuntura nominal era nimia al lado de la grandeza que podía proporcionarle la subordinación a la Fraternidad y su Sinarquía del Pueblo Elegido.

A 75 kilómetros de la ciudad de La Paz, en una explanada dominada por el abandono, las Fuerzas de Tarea Conjunta de Estados Unidos, Israel, la OTAN y la ONU se habían atrincherado con el más sofisticado armamento. Habían cercado un perímetro de 700 hectáreas con lo último en tecnología satelital, incluso haciendo uso de adelantos obtenidos por convenio con razas alienígenas. El primer anillo, de contención, rodeado de tanques, cañones antiaéreos, minas terrestres y soldados duramente entrenados. El segundo anillo, de reacción, imbricado de cañones de artillería, baterías antiaéreas y más tropas mercenarias. El tercer anillo, de rastreo, protegido por más tanques y con varias pistas de aterrizaje para las máquinas voladoras asesinas. El anillo interno, con el radar observándolo todo y el centro de mando con los oficiales; un galpón oscuro se levantaba en ese perímetro interno. Contenía misteriosas y terroríficas criaturas aladas que solo podían ser soltadas bajo estricta orden del comando central. Ningún soldado sabía qué clase de seres vivientes podían vivir en esos galpones, pero sabían que, sea como fueran, se trataba de monstruosas creaciones a prueba de balas y piedad. Y finalmente el anillo central, donde los más oscuros secretos militares yacían a la protección de todo un ejército. Solo los oficiales de más alta graduación tenían conocimiento de lo que ocurría en el anillo central.

Parecía una jornada como cualquier otra. Los hombres estaban dominados por el tedio de aquellas ásperas regiones andinas donde cualquier rastro de civilidad era como un sueño imposible de soñar. Solo en las noches veían interrumpida la quietud de la naturaleza con monstruosos alaridos que se oían desde el anillo central. Algunos atribuían aquellos gritos a experimentos secretos que el Gobierno estaba realizando sobre pobres diablos anónimos. Otros decían que podía tratarse de alienígenas siendo diseccionados en vivo. Los más creían que podría tratarse de una prisión donde torturaban sin piedad a presos políticos. Pero no faltaban los que pensaban que podía tratarse de almas en pena, fantasmas y otros demonios de inframundo realizando sus ritos macabros en tierra de hombres. Esa última teoría, la más descabellada, era a la vez la más próxima a la verdad.

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora