23. La caja del destino...

26 2 0
                                    

Había amanecido en la Fortaleza de Oricalco. Los campesinos ya salían a trabajar la tierra. Los cazadores se dirigían a sus puestos de caza. Los leñadores estaban cortando leña para el fuego de los hogares y los hornos de las panaderías. El trigo estaba siendo segado y los picapedreros cortaban rocas en las canteras para realizar los trabajos de reconstrucción de la Ciudadela de Erks. El calendario gregoriano marcaba 20 de noviembre del 2001 y los preparativos para la defensa de Tiwanaku estaban en su punto álgido.

Dos exploradores llegaban luego de varias semanas de ausencia. Eran Oscar y Edwin que regresaban de su mundo nativo, el de la Cuarta Vertical, e ingresaban por una puerta inducida al mundo de la Fortaleza de Oricalco. El Mayor Cuellar les había dado la orden de retirarse a descansar; ambos estaban exhaustos por las interminables exploraciones que debían realizar en la umbra todos los días.

—¡Hey, Oscar, toma! —Edwin lanzó una manzana a su amigo. Oscar la cogió.

—Deben ser las primeras frutas de la temporada —dijo.

—Ha pasado bastante tiempo desde que no veníamos —replicó Edwin a tiempo que cogía una mandarina y la iba pelando.

—Estoy ansioso por nadar en el río.

—Oye —dijo Edwin, con la boca llena de trozos de mandarina—, hace tiempo que tú y mi hermana no se ven.

Oscar asintió silenciosamente y luego sonrió llevando su mano a su nuca.

—Pero la presencia de su Espectro se podía sentir hasta la umbra.

—Debieron extrañarse.

—Todos los días, man, todos los días.

Brother —se aproximó Edwin a su amigo y lo abrazó con rudeza por el cuello—. No quiero que tú y mi hermana se porten mal. ¿Entiendes?

De inmediato Oscar se atoró al oírlo.

—Tarde tu reacción —respondió, Edwin sonrió.

—Lo sabía. Y dime, cuándo fue que la Joisy y tú...

—Hace rato. Pero creo que ya lo sabías.

Edwin soltó una leve risa, casi resignado a la cruda verdad.

—Lo sé, solo estaba bromeando. Me da gusto que fueras tú y no otro.

—A mí también.

Ambos quedaron en silencio durante un momento. Las aves cantaban sus trinos mañaneros, a lo lejos podía oírse el extraño llamado de animales exóticos, como sacados de una jungla.

—Y tú —continuó Oscar—, ¿la has extrañado a la Berkana?

Una expresión sombría se apoderó del rostro de Edwin.

—Me esforcé para no extrañarla, pero es inútil.

—Oye, la Alicia debe estar feliz de ver que te has recuperado.

—No creas que ya me olvidé de ella.

—No tiene caso. Es hora de dejar que la Alicia descanse tranquila, ya déjala ir.

—La amé mucho, demasiado. Quizá tanto como a mis hermanas. No es fácil.

—Entiendo eso, pero el pasado pisado. La Joisy, la Alicia, tú y yo siempre vamos a estar conectados de alguna forma, así como la Diana, mi primo y sus amigos. Por eso nosotros debemos avanzar también.

El rostro de Edwin se iluminó con una sonrisa totalmente sincera.

—Todo ocurre por algo —dijo Edwin—. Te juro que no tenía intenciones de sentir nada ni pensar en nada más. Es lo que todo hiperbóreo debe lograr, no sentir ni pensar. Pero aún sigo vivo, los dos lo estamos, y eso también se lo debemos a esa chica.

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora