20. Un año más tarde...

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En una extensa meseta yerma y calurosa, dominada por la densa luz de un Sol rojo gigante, se desplazaban dos figuras dando descomunales zancadas. La fecha: 14 de noviembre del año 2001. El lugar: altiplano boliviano de la umbra entre la Cuarta Vertical y Horizontal. El evento: reconocimiento de las anclas rúnicas que rodean la fortaleza de Tiwanaku en la Umbra.

Ambos exploradores avanzaban a 90 kilómetros por hora, saltando cual pulgas de un punto al otro con ingrávida facilidad. Uno de ellos era Edwin Cuellar Luchnienko. Llevaba la barba levemente crecida y el cabello con corte militar. Detrás de él estaba Oscar Higgs Michelle, con su cabellera bastante crecida, casi llegándole a los hombros. Una gran cicatriz excoriada resaltaba en uno de sus ojos, partiendo su ceja a la mitad. Los dos vestían la indumentaria oficial de Centinela para aquella clase de exploraciones: Trajes de Vantablack; botas militares Mil-Tec 9000; correajes equipados con fundas para pistolas, vainas para armas punzo cortantes, ganchos para granadas, bolsillos y poleas; armaduras de la serie Tizón Mark 3, pintadas conforme el color del espectro de cada usuario (rojo para Oscar y Blanco para Edwin); pistolas FN Five-SeveN Tactical y subfusiles FN P90-TR en sus respectivas fundas; y una espada de osmio-oricalco en la espalda.

El paisaje que los rodeaba no podía ser más tétrico. El suelo estaba totalmente erosionado y enormes torbellinos de polvo aparecían por el horizonte enrojecido. Y la estrella, aquel sol rojo, era lo más tenebroso de todo. Le daba un aspecto de eterno atardecer a aquella meseta durante ese mediodía interminable.

Oscar y Edwin habían dado cuatro vueltas a un perímetro de 20 kilómetros cuadrados, que era el área de influencia del antediluviano cerco rúnico que los atlantes habían dejado en las ruinas tiwanacotas en eras pretéritas. Aquel cerco se desdoblaba desde la Vruna de Oricalco en su centro y ejercía su poderosa influencia en todos los universos paralelos en las que la Tierra y las ruinas de Tiwanaku existen. Ese cerco constituía la única región fuera del control del Pantocrátor del universo y, por lo mismo, la única esperanza de rebelión de los Espíritus dormidos contra la furia del Tetragrámaton y el venidero Holocausto de Fuego. La misión de Oscar y Edwin era verificar la estabilidad del cerco y verificar si existía presencia enemiga cercana.

Estaban por terminar su exploración cuando encontraron un campamento abandonado. Todo había sido dejado tal y como estaba, por lo que ambos Centinelas concordaron en que sus ocupantes debieron dejar el lugar con mucho apuro. Entre los objetos enterrados estaban varias tablas de barro con inscripciones en hebreo y hojas de coca. Encontraron sullus (fetos) de llama listos para quemar como ofrenda en una mesa y otros objetos típicos de los amautas del bonete blanco, aquellos que pactaron con la Sinarquía y el Tetragrámaton.

—¿Qué ocurrió? —murmuró Oscar, observando los objetos que les rodeaban.

Edwin caminó un poco entre los escombros y levantó el casquillo de una bala en el piso. Entornó los ojos y de inmediato la reconoció.

—Eran tropas israelíes —Edwin reconoció y le mostró el casquillo a su compañero—. Proyectiles de fusil Beth Q&R, solo el Mossad los utiliza...

—¿Habrán venido desde nuestro mundo?

—Es posible —dijo Edwin—. Seguramente intentaban abrir el cerco rúnico usando magia de la Cábala y los oscuros poderes de los Amautas de Pacha.

—Pues algo les impidió continuar —dijo Oscar, caminó otro poco por las ruinas de aquel campamento y halló una moneda de oro en el piso. Llevaba grabada la figura de un árbol de granada junto a una Estrella de David y varios caracteres hebreos—. Los atacaron.

—Pero... ¿quién?

Ambos se miraron y luego volcaron sus vistas al cielo.

—Debemos informar de esto —dijo Oscar.

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora