27. Triste despedida...

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Un piano negro de cola en la Fortaleza de Oricalco, uno de los objetos más inesperados que alguien podría hallar en una localidad acorazada en el sólido granito de una montaña. El sonido se desprendía de la caja de resonancia y pululaba por la montaña cual niño travieso. Mas, ¿qué hacía un piano en un emplazamiento netamente militar? ¿De dónde había salido? Se trataba de un obsequio especial de Valya para el Lobo. La niña islandesa le pidió a los lutieres de Erks que fabriquen uno y ella, haciendo uso de la telequinesis, lo trasladó hasta el interior de la Fortaleza de Oricalco.

El calendario gregoriano marcaba 30 de noviembre del año 2001. Rodrigo se hallaba en una gran sala tocando el piano sin que nada lo distrajera. Y mientras tocaba, su mente se revolvía en todos los eventos que, de una forma u otra, revolucionaron su mundo. Acontecimientos tales como la muerte de María Luchnienko y Rowena Von Kaisser. O la profunda y helada hibernación bajo la cual Golab estaba en las profundas células prisión de la Fortaleza. Aunque quizá lo que más le perturbaba no era Golab en sí mismo, sino lo que había recordado y que aún dormía en el interior del ardiente demonio. La presencia absoluta de Halyón era lo que realmente lo angustiaba y mientras tocaba el piano, no podía dejar de pensar en los milenarios recuerdos que había desenterrado en el interior de su sangre mientras luchaba contra Alan. Y, desde luego, estaba Alan; allí abajo, durmiendo profundamente, su Géminis esperaba a que el Pacto se termine de cumplir.

La mano izquierda de Rodrigo aún seguía torpe, pero había mejorado bastante y ya podía tocar con relativa normalidad. Otro pensamiento surgía entonces, la última misión que tenía pendiente, aunque aquello era solo cuestión de tiempo. Entonces sintió la presencia de alguien a sus espaldas y dejó de tocar.

—No te detengas —era la voz de Jhoanna.

Rodrigo volteó y le sonrió.

—Hace cuánto que estabas aquí.

—El tiempo suficiente.

—Esto me trae recuerdos.

Jhoanna bajó la cabeza, se sentó al lado de Rodrigo y empezó a hablar con un tono profundamente nostálgico.

—Hace tiempo, tú tocabas en el auditorio del colegio y yo te oía desde atrás.

Rodrigo asintió y continuó:

—Lo recuerdo, era Día del Niño y las clases se suspendieron.

—Estabas tocando solo cuando te encontré.

—Sí, me hablaste y me llevé un susto porque pensé que eras el Regente.

—Y te enojaste.

—No, no me enojé. Estaba un poco ansioso nada más.

—Recuerdo que en esos tiempos no sabías si declararte a Diana o no. Tuve que ir al control de pistas y hacer sonar música lenta para que te animaras.

Rodrigo rió levemente.

—Te veías feliz ese día.

—Sí, porque estaba bailando con la Diana.

Con delicadeza, Rodrigo empezó a acariciar las teclas del piano, observándolas como si fuera un objeto sagrado.

—Quise ser el mejor pianista del mundo un día —continuó el chico, sonriendo con el entrecejo fruncido—. Dar muchos conciertos y dedicárselos todos a la Diana. Quería ser mejor pianista que ella. Cuando supe que la Misión Familiar de mi linaje era encontrar la música del silencio, pensé que nada era más apropiado para mí que seguir luchando por ser pianista. A pesar de la lesión que Héxabor ordenó hacerme, seguí tratando. Pero descubrí que no necesitaba de un piano para tocar el silencio.

El Arco De Artemisa© - Tercer Episodio, Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora