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LAS DISCULPAS







Valentín y yo llegamos finalmente al portón del edificio miro a mi amigo y sé que está hinchado de las pelotas que ni siquiera mira al otro y me da cosita porque había visto que él ojiazules lo había mirando para saludarlo por compromiso.

—Yo subo... —informa Valentín más mirándome a mi, asiento—. Cuando quieras, sabes.

Me hace una mueca y no puedo creer que este enojada porque en mi mente fantasee que me podía chapar a este flaco. Basta María, dios.

—Dale, gracias. —finalmente digo y el ingresa con sus llaves.

Mis ojos vuelven a mi amigo que se separa del portón para verme largando un suspiro, como si él estuviera cansado o no sé que verga.

—Man, no te invité a que vengas.

—Me chupa un huevo, Maria.

Oh, me dijo María. Está enojado, en serio.

Me cruzo de brazos y nos quedamos mirando seriamente por segundos, ahí otra vez nos estábamos comportando como nenes de cinco años. Hasta que termino riendo yo, alta boluda.

—¡Te odio Bianchini! —explotó después de haberme reído. En cambio el hijo de puta sigue serio así que lo encaro para apuntarle y tocarle con mi dedo el pecho—. ¿Por qué no me dijiste la verdad desde un principio?

—¿Para que te me digas «No, Joa no quiero molestarte más»? —pregunta imitando mi voz, que ni cerca estaba.

—No te soporto. —bufo con una especie de gruñido soltando todo el garrón que comí hoy.

—Y que me importa —responde el cruzándose de brazos como si no le doliera que le diga eso—. Pero no me digas que no ibas a decir eso porque estoy seguro de que si lo ibas a decir.

—¡Bueno, si, sabes que sí! —exclamó cansada.

Admito que todo lo que decía era verdad, pero también le admito que no me gusta ser como una especie de carga para él o Guada, y es donde se acerca poniendo su brazo alrededor de mi cuello llevándole contra su cuerpo.

—Pero... —comienza abrazándome y yo hundo mi cara en su pecho y campera—. No sos una carga taradita, vos sabés cómo soy... Me conoces hace mucho, sabes que siempre estuve para vos, me gusta poder ayudarte en muchas cosas... Perdóname si te dije mal lo de tus viejos, me saqué.

No quiero llorar repito mientras aún mi cara está en su pecho. Es imposible no sentirme así para ellos.

¿Por qué la vida me dió papás horribles? ¿Acaso así me recompensaba?

tercer piso | wosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora