Capítulo dos.

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Segundo capítulo de Nunca digas nunca. ~ La chica del sueño.

–¡Hijo! ¡Levántate, cariño! –Le dijo Pattie, su madre, mientras lo movía delicadamente intentando despertarlo. Pero es que él tenía el sueño tan pesado. –¡Justin Drew! –reclamó al ver que él no le hacía caso. Como respuesta, gimió y murmuró unas incoherencias. –¿Me harás ir por el vaso de agua, Drew? –a pesar de que ella tenía una voz dulce, en este caso, se combinaba con la dureza de una amenaza. 
Justin, al apenas escuchar eso, abrió sus avellanados ojos de repente. 
–¡No, má! ¡No hace falta! –le contestó rápidamente, como si el sueño se le fue por unos segundos. Una sonrisa se escapó de los labios de la pelinegra y se retiró de la habitación de él. Para ese entonces, Justin estaba sentado mirando a un punto horizontal de la pared perteneciente al hotel. Y se volvió a tirar a la almohada cuando sus pasos ya no se oían.
–¡Justin! –volvió a gritar ella.
–¡Ya voy, mujer! –renegó y con la mayor pereza del mundo de las personas unidas en un solo cuerpo, se levantó y empezó a cambiarse.


–Listo. No tardé tanto. –Justin levantó los hombros despreocupadamente.
–Una hora, una hora, Bieber. –Pattie levantó una ceja –Y esos pantalones son horribles. –Criticó su madre y él rodó los ojos. 
–¡Es cebra! ¡Tiene swag! –exclamó Justin ofendido. Ella rió entre dientes y negó con la cabeza.
Ella era tan sofisticada y él… tan tonto. Pero era su hijo, y lo amaba. Y él igual, por más antigua y tradicional que sea su querida madre.
Y fueron en camino a la prueba de sonido junto con todo el team. Hoy, tocaba concierto del Believe tour en Nueva York, el último de América del Norte y luego… a Latinoamérica. De repente, Justin abrió los ojos gigantes recordando algo y alejó la vista de la ventanilla a su madre y Alfredo, su gran amigo. 
–¡La chica! –exclamó él. Ambos lo miraron como si estaba loco y él frunció el ceño. –¡Mi sueño! –volvió a decir emocionado. Una pizca de fantásticos recuerdos se le asomó a su cara y apoderó su mente.
–¿Podrías hablar claro? –en chiste, Alfredo preguntó. Justin rodó los ojos y pestañó varias veces, emocionado.
Pero el auto se detuvo y ya estaban en las afueras del estadio de NY. Él bufó al ver como los paparazzi rodeaban el auto, y Dustin, abrió la puerta de la camioneta para empujarlos del camino; entonces, luego… Justin salió seguido por Pattie y Alfredo. Scooter, su manager, no estaría presente en este concierto por premios de su otra artista, Carly Rae Jepsen, presentándose en los Grammys.
Pero no dijo ninguna palabra más del sueño. Eso no quiere decir que no pensó en él; en realidad… sus pensamientos eran torturados por ello. ¡Es que pareció tan irreal! Y a la vez… tan, tan real.
No fue cualquier sueño. Era raro, pero sin embargo… le quedó impregnado en su mente como si era un magnífico perfume de sus pensamientos. Esa chica. La castaña que sonreía y tocaba la guitarra graciosamente, con una pulsera en su dulce muñeca: “JB”. No sabía quién era… ni su nombre; solo era consciente de la simpatía y las bellas manos que tocaban una melodía jodidamente perfecta. Ella era hermosa; aunque no podía observar bien su rostro, juró que era perfecta cuando tocaba y cantaba acompañando a su guitarra. 
–¡Concéntrate! –me ordenó Mamá Jan, que acababa de llegar. Suspiré y respiré hondo varias veces, para volver a empezar.


Estaba todo listo en escenografía. Pero aún faltaban como tres horas para el concierto; sin embargo, Justin descansaba en su camarín, junto con Pattie.
–Iré a ver todo… ya vengo cariño. –Le dijo ella con una sonrisa mostrando sus blancos dientes, y salió por la puerta sin esperar una respuesta de su hijo, ya que no era necesaria.
De repente… Justin se conectó a twitter. “Hello New York” y volvió a cerrarlo aburrido. Puso el celular en la mesada y se miró al espejo, volviendo a poner los pies sobre la misma, para estar más cómodo mientras se miraba al espejo. Vagó su vista por toda la habitación; hasta llegar a la gorra irreconocible negra, los anteojos oscuros y una campera gigante que había dejado Kenny. Justin sonrió con cautela y recordó el sueño nuevamente. 
Como en segundos, se colocó todo encima de la ropa informal que tenía. Se fijó en el espejo: horrible; hizo una mueca de disgusto, pero alejó la vista de él mismo y abrió la puerta lentamente, mirando hacia ambos lados… procurando no encontrarse con alguien que desperdicie su oportunidad de encontrar a la chica del sueño.
Estaba emocionado. ¿Qué pasaría si la encontraba? ¿Ella lloraría? ¿Reiría? ¿Estaría ahí? ¿Qué tal si no era este su país?
Siguió caminando por el pasillo largo y estrecho, pisando sobre las finas baldosas brillantes y paredes blancas, acompañadas por las luces. Estaba cometiendo una locura; pero no se arrepentiría. No se encontraba como el gran Justin Bieber por lo que sus fans no lo reconocerían por un instante hasta que busque a la chica, que seguro y con un poco de ayuda de Dios… estaría afuera.
Así hasta llegar a la puerta, vigilada por dos gorilas. Ambos morochos de piel, miraron para abajo, a la figura de Bieber, “pequeña” porque la de ellos… era, extremadamente, grande; tanto, que le llevaban como veinte centímetros a Justin. Sonrieron sarcásticamente.
–Eh… amigos. –Dijo Justin, bajando las gafas negras, dejando ver sus mieles ojos.
–¿Justin Bieber? –Preguntó uno de ellos, sorprendido. Justin sonrió acostumbrado a todo esto. Ellos tenían la orden de no dejar salir ni entrar a nadie; pero nada que negar a “Bieber” “El fabuloso y reconocido Bieber”, —Esto era uno de los beneficios de su oficio—.
–El mismo. –Contestó. 
–Mi hija te ama; es más… está afuera haciendo cola. –Le habló el hombre sin ocultar su sorpresa.
Y así fue… como Justin aprovechó su condición. 
Obviamente, cinco minutos después… estaba en la vereda del estadio en la parte de afuera, todavía lejos de todas las chicas. Pero caminó hasta la esquina, donde millones de sus fans se encontraban, —algunas llorando, otras riendo y también hablando—. En cambio, Justin fue serio, mirándolas desde algún punto lejos, buscando algo familiar en alguna de esas chicas. Pero no sospechaba nada; todas las rubias, —en realidad, la gran mayoría—, obviamente, no tenían el pelo castaño que él buscaba. Y agradecía de que estaban tan concentradas en sus conversaciones, o él estaba tan lejos e irreconocible.
Siguió caminando, alejándose de ellas aún más, pero sin quitarles vista. Para su suerte, nadie lo había visto. Pero para su mala suerte, ella no estaba. No la encontraba.
Diez minutos pasaron; pero su mirada oscura no la encontraba y empezaba a fastidiarse. Era también la presión de que debería estar en el M&G, o vistiéndose en estos momentos. Además del regaño que se comería al volver.
Y no… luego de veinte minutos, dio por terminada su pequeña “investigación” y volvió al estadio algo enojado. 
Tenía las esperanzas de encontrarla. Pero empezó a pensar… ¿y si ella no era de Nueva York? Había muchísimos países por los cuales visitar. Todavía esto no terminaba. Entonces… su autoestima volvió a subir, dejando crecer esa pequeña esperanza que creía haber perdido.
No sabía por qué… pero algo le decía que debía buscarla.
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Nunca digas nunca |JbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora