Capítulo cuatro.

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Cuarto capítulo de Caer ~ “Justin indiferente. Katy hueca”. 


–¿Qué pasa niña? ¿Te comieron la boca los ratones? –preguntó la idiota de Katy con una cínica sonrisa mirándome tras el espejo. Todavía no entendía como acepté venir una vez más, con ella y Justin. Hice una mueca y le devolví la mirada.
–Mmmh… –hice como si pensara algo –No Katy, no… –sonreí falsamente. –Pero al parecer, a ti unos perros te arrancaron el short. –hice una mueca de desagrado. Podía ver la sonrisa de ambas gemelas a mis lados –Digo… porque, se te ve la mitad del… trasero. –negué con la cabeza. Ella, en segundos, hizo desaparecer su sonrisa.
–Uh… ¿Está de mal humor la nena? –preguntó con un tono de voz estúpido.
–No, hoy estoy generosa. –sonreí. –Vamos a hacer una junta de dinero en el colegio, para comprarte ropa. ¡La necesitas! –exclamé fingiendo emoción. Las gemelas empezaron a reír al compás, y yo la miré a la rubia como si ganaba la batalla.
–¡____! –exclamó Justin, enfadado. Aquí empezamos.
–Cállate tú. –escupí.
–Yo creo que debería bajarse e irse caminando, Justy. –Le dijo ella mientras llevaba su mano para acariciar el brazo de Justin.
Justy. Diu. ¿Cómo soporta esta tortura él?
–Yo creo que deberías… no sé, ¿comprarte un cerebro? Si quieres, ponemos más esfuerzo en la colecta, para… además de ropa, neuronas. ¿Quieres? –sarcásticamente le respondí. Justin rodó los ojos y mantuvo su vista en la carretera.
–Nosotras te ayudaremos, _____ –dijo Hatzumy a mi lado. Reí y choqué los cinco con ella, y luego con Yaritza. 
–Que inmaduras… –rodó los ojos Katy. 
–Que hueca… –susurré yo, solo audible para mí, y las gemelas. Ellas rieron y yo igual.
–¡Justy! –exclamó ofendida. 
–Basta… cállense todas. –ordenó Justin. Ajá… y le haríamos caso.
Le codeé a Hatzumy para que diga algo. Ambas de las chicas, sabían que Justin era celoso, se lo había dicho.
–____, ¡Hoy te saludó Zac! –gritó emocionada ella. La miré, y ella me guiñó un ojo juguetonamente. Rápidamente, sonreí siguiendo mi papel. 
–¡Te dijo que estabas hermosa! –gritó de la misma forma Yaritza. La miré a ella, y carcajeé.
Justin me fulminaba con la mirada por el retrovisor.
–¡Fue genial! –exclamé ahora yo. Ellas rieron conmigo, como locas adolescentes enamoradas. 
Katy rodó los ojos y siguió mirando a la ventanilla; Justin por momentos me miraba y cuando la hacía… me daba las perfectas pistas de que estaba celoso.
–Encima… ¡Ay! ¡Te besó cerca de los labios! –gritó Yary. Yo chité para que se calle… todo sobre-actuado, por supuesto. –¿Qué? Es cierto. ¡Es que es tan lindo! Te envidio. –me pegó de juego.
De verdad… merecíamos un novel por mejores actrices. 
–Basta. Necesito concentración. –dijo un serio y furioso Justin. Las tres reímos sigilosamente, casi en silencio, pero seguimos murmurando sobre nuestra pequeña mentira sobre Zac, y yo. 

Las gemelas ya habían sido dejadas en su casa, y pude conocer a Santiago, su padre; de verdad era muy simpático, y de esas personas de que podrías hablar de muchas cosas, y de todas formas era genial. Obviamente, hablábamos español. Pero al momento de volver al coche, se notaba la tensión. Justin estaba incómodo, porque sabía que yo no me llevaba con la plástica de su novia; Katy hablaba por susurros con él, pero él raramente le contestaba o directamente ni lo hacía, y yo… no les prestaba atención. 
La odiaba. Eso estaba seguro.
Pasamos por la calle del hogar de niños al que cada jueves, después de danza, iba.
–¡Espera, Justin! –grité sentándome bien de repente. Él frenó de golpe, haciendo que los tres nos vayamos para adelante, y Katy se quejara. Mi corazón se encogió cuando vi a Christopher colgado de la reja y llorando desconsoladamente, mientras Helena lo intentaba convencer de irse de allí. –Me voy con Christopher. –le dije.
De suerte, no había nadie atrás, hablando de autos… excepto unos paparazzis. Justin estacionó el auto en el garaje del hogar, pero en la parte de la vereda.
En el intento de abrir la puerta para salir, él protestó:
–Hoy es lunes, _____, no jueves. –dijo mirándome por el retrovisor.
¿Cómo es que lograba cambiar tanto cuando estaba con ella?
–Exacto… hoy también no deberías haberme recogido, pero lo hiciste. Ahora quiero ir con Christopher. –le contesté. 
–Niña… deberías callarte un poco. Hoy es lunes, no jueves. Deja de quejarte si tanto no querías venir. –se metió Katy. La miré fríamente, ahora a ella.
–¿Alguien te pidió opinión? –Levanté las cejas – No lo creo. 
–_____, hablo en serio. –dijo Justin. –No vendré a recogerte… y menos, que tienes danza hoy.
–A las cinco. Me las arreglaré. –simplemente, contesté. Recién eran las 3:15 pm. 
–No… te quedarás. –y cuando dio marcha atrás para salir del garaje, yo abrí la puerta. –_____, si sales ahora… me enojaré de verdad. Basta. –nunca… pero jamás… lo había escuchado tan severo. Paró el auto. 
–Enójate… total, estás con… esta. Dudo que no se te pase el enojo, idiota. –escupí enojada. 
Empezaba a odiar este Justin. 
Y con el corazón y el orgullo por encima, levanté el mentón y salí del auto en menos de lo que canta un gallo.
¿Quién se creía? ¿Mi padre? ¿Mi madre? No, era el idiota que consideraba mejor amigo, que me dejaba botada por una puta regalada, y que además, se dignaba a mandarme. ¿Quién se creía?
Ignorando todo… hasta el Ferrari que quedó en medio de la calle, y las cámaras que empezaban a aparecer, corrí a la reja, donde Christopher estaba del otro lado, llorando a mares.
–¡Chris! –llamé su atención sonriendo. –¿Qué sucede, pequeñín? –pregunté con dulzura, al mismo momento que me agachaba a su altura.
–¿____? –preguntó. Yo asentí con la cabeza. 
–¡_____! –dijo Helena, apenas me vio. Inmediatamente, sacó las grandes llaves y las introdujo en la cerradura dorada del portón para abrirme. Christopher se tiró sobre mis piernas, abrazándolas y mojándolas por sus lágrimas; yo contuve las mías y lo tomé de las axilas para alzarlo sobre mi cadera, mientras lloraba en mi hombro y yo acariciaba su pequeña espaldita.
–Hola Helena. –la saludé con una sonrisa. Ella me la devolvió e hizo una seña para que pase adentro, a ver a los niños. Yo le dije, tras una mueca, que espere por un momento, y ella salió para allá. –¿Por qué lloras, Chris? –pregunté tranquila, sin separarlo de mí. Sus piernas estaban enrolladas en mi cintura, pero eran tan pequeñas que no me ocasionaban daño alguno. Yo lo abracé con más fuerza.
Christopher era un pequeño niño de siete años, casi ocho. Era morocho y de piel tan oscura como el carbón; ojos marrones como el café; pelo rizado marrón como sus ojos y dientes todavía de leche pero una sonrisa brillantemente hermosa, que hoy… había desaparecido por alguna razón. Tenía un cuerpo pequeño y casi esquelético, por su falta de alimentación al ser pequeño. Él se encontraba en el hogar, desde el momento en que sus padres se encontraban en la cárcel, por narcotraficantes de droga.
–Extraño a mis papis –llorisqueó el pequeño. Pude sentir como mi corazón se encogió de tristeza, y que mis ojos picaban con ganas de llorar. Él era como mi hermanito. 
–Ay, cariño… –lo acaricié en su pelo. –Tus papis también te extrañan. –él, lentamente, se separó de mí, para mirarme a los ojos, que estaban repletos de lágrimas, los suyos y los míos un poco.
–¿En serio? –preguntó débilmente. Asentí con la cabeza, sonriendo. –¿Cómo lo sabes?
–Me lo dijo un pajarito. –susurré infantilmente. –El pajarito dijo que ellos te quieren muuuuuuuuucho.
–¿Y el pajarito dónde está? –preguntó. Levantó su mirada al cielo, como si lo buscaba. 
–Se fue… pero me lo dijo, de en serio, en serio. –levanté las cejas. Él rió cuando una de mis manos tocó su barriguita descubierta, entonces empecé a hacerle cosquillas. Él reía con su adorable risa de niño pequeño. –¿Vamos con los demás? –pregunté con ternura. Abrió sus grandes ojos, y los talló sacando restos de lágrimas a la vez que asentía con la cabeza.
Y con él en mis brazos aún, caminé hasta la entrada al hogar, donde el bullicio de niños se escuchaba hasta metros atrás. A penas la puerta resonó por mi culpa, todos voltearon a ver como si eran un niño mismo. Dejaron de prestarle atención a Helena, y puedo jurar que los cincuenta niños vinieron corriendo hacia mí, rodeándome y abrazando mis piernas con felicidad. Un ejército de pequeños adorables y tiernos. Todos eran como los hermanitos pequeños que nunca tuve; cada uno con sus problemas, con su personalidad y sus sentimientos… pero de todas formas… todos iguales: todos hermosos. 


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El día había transcurrido normal. Al salir del hogar, tome un taxi hasta danza, ya que tenía todas las cosas en la mochila, y salí a las once de la noche, ya que estábamos ensayando una obra nueva… que se estrenaría en Julio; estábamos en Abril. 13 de Abril. Ocho días para mis 16. Mis supuestos “dulces 16”. Había peleado semanas antes con mi mamá, porque ella quería mi fiesta, ya que mis 15 no los pude hacer porque estábamos en pleno viaje, recién arreglando todas las cosas en el departamento y apenas teniendo dinero; finalmente… decidimos no festejarlo, solo algo pequeño. Y lo agradecía. Odiaba la atención y ser muy llamativa.

Mamá había pasado a buscarme cuando había salido, enojándose por no avisar que saldría a tal hora; pero yo no tenía la culpa.

–¿Entonces te peleaste con Justin? –preguntó divertida. Ella siempre estaba al tanto sobre mi amistad de Justin y se reía de mí cuando nos peleábamos, porque luego de hablar por 10 minutos… volvíamos a ser los mejores amigos de siempre.
–No es divertido. Debías ver a la regalada de Katy. –rodé los ojos. 
–Esa chica nunca me cayó bien. –hizo una mueca de desagrado. Yo la miré con los ojos extremadamente abiertos. Y de repente, empecé a aplaudir como una foca desquiciada y loca.
–¡Aplausos! ¡Por fin coordinamos en algo, mamá! –me reí. Ella sacó la lengua, y luego me abrazó maternalmente.
–Buenas noches. –Besó mi sien y se separó de mí, hasta llegar a la puerta.
Sí… me seguía arropando. Con casi 16 años.
–¡Ah! –exclamó de repente. –Scooter te mandó saludos, ______.
–Dile que otros. –sonreí y metí mis piernas dentro del acolchado, preparándome para dormir. –¿Má? –la llamé antes de que cierre la puerta. –¿Puedo tener un hermanito? –pregunté dulcemente, como una niña. Era una niña aún.
Ella me miró cambiando de su mirada feliz, a una triste… decepcionada. Yo sonreí con nostalgia, pero sonreí.
–Ya hablamos de eso… –suspiró.
La verdad es, que ella no podía tener más hijos. Desde aquella vez que fue secuestrada y… violada por mi propio padre, los estudios del hospital le dieron negativo. Cuando me lo dijo, me rompió el corazón… y no voy a engañar, las ganas de matar a mi padre aparecieron.
–Podemos adoptar. –levanté los hombros. Sonrió, pero su sonrisa no llegaba a los ojos.
–Lo pensaré. –dijo. –Buenas noches, cariño. –y finalmente… cerró la puerta, dejándome sola en medio de la oscuridad.
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Nunca digas nunca |JbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora